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¿Por qué la Navidad ya no empieza en diciembre?
En las comunidades residenciales, esta temporada suele comenzar en septiembre, lo cual obliga a los administradores de condominios a realizar una correcta planeación financiera

Durante años pensé que el gasto navideño era un asunto de diciembre. Una tensión contenida que estallaba con luces, cenas y un ánimo colectivo de cierre. Pero cuando uno se asoma al funcionamiento interno de una comunidad residencial, descubre otra historia: la Navidad no empieza cuando se enciende el árbol, sino mucho antes, y termina mucho después. En realidad, dura siete meses. Y esa extensión cambia por completo la manera en la que financiamos la convivencia.
Llamo a este fenómeno “la Navidad larga”: un ciclo que va de septiembre a febrero y que obliga a las administraciones a operar con una disciplina financiera que no siempre vemos, pero que sostiene la vida cotidiana de miles de familias. Lo que solemos considerar como un simple periodo festivo es, en realidad, un ejercicio de planeación continua que revela el verdadero rostro del gasto compartido.
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Costos que no se ven
Hay un dato que siempre sorprende cuando uno analiza este comportamiento: el grueso del presupuesto no se va en adornos, fiestas o cenas. Se va en personas. Y tiene sentido. Nada funciona sin ellas. La estabilidad de un condominio depende de quienes están ahí todos los días: vigilancia, limpieza, mantenimiento. El cierre de año es, sobre todo, el momento en el que se reconoce ese trabajo.
Cuando las comunidades destinan casi todo su esfuerzo financiero a la nómina de fin de año, no lo hacen por tradición, sino por responsabilidad. Esa decisión define si habrá continuidad en los servicios, si la administración podrá arrancar enero sin rezagos y si los residentes sentirán que viven en un entorno justo, estable y bien gestionado. La Navidad larga, vista desde adentro, es menos fiesta y más operación.
Lo interesante es que, aunque esta presión se percibe como un pico de diciembre, en realidad la curva se alisa a lo largo de siete meses. No por capricho, sino porque hacerlo de golpe sería inviable. De ahí que las compras de decoración empiezan antes del Buen Fin, que algunos gastos se propaguen y que los apoyos, materiales y almacenaje se distribuyan como pequeñas piezas de un rompecabezas que solo encaja cuando llega febrero.
Mientras el consumidor promedio adelanta compras impulsado por promociones o miedo a la inflación, las administraciones hacen algo distinto: reparten la carga. No buscan ahorrar por ahorrar; buscan no poner en riesgo los servicios esenciales ni comprometer la liquidez. Este contraste revela algo que pocas veces se reconoce: administrar una comunidad exige la misma cabeza fría que administrar un negocio.
He visto conjuntos que logran evitar incrementos de cuota justamente porque anticipan desde septiembre. Y he visto lo contrario, lugares donde todo se concentra en un solo mes y la tensión financiera se desborda. La anticipación no es una estrategia estética; es un mecanismo de supervivencia para evitar morosidad y para que los gastos inevitables no se vuelvan impagables.
También aparecen diferencias notables entre estados. Algunas comunidades pequeñas, especialmente en zonas turísticas, enfrentan un gasto por unidad mucho mayor que otras más grandes, donde el costo se diluye. La lógica es simple: mientras más grande es la comunidad, más eficiente puede volverse el uso de los recursos comunes. La Navidad larga exhibe, sin dramatismos, esa disparidad estructural.
Creo que el aprendizaje real está ahí, la Navidad ya no es un evento; es un sistema. Un sistema que revela qué tan preparados estamos para sostener los servicios básicos y qué tan conscientes somos de que la convivencia, como casi todo lo valioso, cuesta. No hablo del costo emocional de las festividades, sino del costo operativo de que alguien ilumine las áreas comunes, mantenga los jardines y garantice que, incluso en los días más agitados del año, la vida siga funcionando.
La Navidad larga nos recuerda que la organización comunitaria no se improvisa. Y que la estabilidad, como la armonía, depende menos del árbol que se enciende en diciembre y más de la disciplina financiera que comenzó en septiembre y terminará, silenciosa, hasta febrero.
** El autor es country manager de ComunidadFeliz.mx en México, destacado por liderar la expansión de la proptech en el mercado mexicano con estrategias innovadoras en ventas y retención de clientes. Su enfoque en metodologías ágiles ha sido clave para optimizar la adquisición y monetización de usuarios.



