Lectura 4:00 min
La inclusión financiera empieza por entenderla

Opinión
Esta es la primera vez que escribo en este espacio, y quiero aprovechar para compartir la perspectiva desde la que abordaré, cada dos meses, los temas financieros que influyen en la vida de millones de mexicanos. Con el tiempo he aprendido que los servicios financieros no se tratan solo de instituciones o productos, sino de personas y de las oportunidades que pueden abrir en su vida cotidiana. Por eso, en esta columna hablaré tanto de la evolución de los servicios financieros en la vida de las personas como de lo que ocurre día a día en el entorno económico y que puede afectar directamente al consumidor. Mi intención es ofrecer claridad en un contexto que a veces puede parecer complejo o lejano.
A menudo se piensa en la inclusión financiera como abrir más cuentas o entregar más tarjetas, pero en realidad es un proceso gradual: inicia con una cuenta para administrar el dinero, continúa con medios de pago y créditos que amplían posibilidades y, finalmente, incorpora productos que protegen el patrimonio, como los seguros.
Y justamente quiero comenzar por uno de esos productos que considero más relevantes y, al mismo tiempo, menos utilizados en México: los seguros, un pilar indispensable para la estabilidad financiera de cualquier familia y una de las brechas de inclusión más profundas en nuestro país.
A pesar de su importancia, la adopción de seguros sigue siendo baja: solo 23% de la población cuenta con alguno. No es casualidad. Muchas familias viven al día y, con ingresos limitados, destinar parte del presupuesto a una prima parece un lujo. Pero también hay un componente significativo de desconocimiento: 33.8% de las personas piensa que no lo necesita, 15.2% lo considera muy caro y 13.6% no sabe cómo funciona. El reto no es solo económico, sino también educativo.
Por eso es fundamental explicar mejor por qué los seguros importan. Un seguro no evita un accidente ni una enfermedad, pero sí evita que un imprevisto se convierta en una crisis financiera. Cuando una familia comprende esto, con información sencilla, ejemplos claros y casos reales, la percepción cambia: la prevención deja de verse como un gasto y empieza a entenderse como una herramienta para mantener estabilidad.
Para ponerlo en perspectiva, pensemos en un caso común: un padre de familia enferma y fallece, dejando a su hogar sin ingresos. La familia no sólo enfrenta los gastos del funeral, sino también la posibilidad de perder su vivienda y tener que abandonar la escuela para trabajar. Con un seguro de vida accesible, por ejemplo, de 100 pesos al mes, los gastos inmediatos habrían sido cubiertos y la familia habría tenido un respaldo económico para reorganizarse sin perderlo todo. Ese es el verdadero valor de un seguro: evitar que un evento inesperado destruya años de esfuerzo.
México requiere modelos que se adapten a la realidad de quienes viven con ingresos variables o ajustados, como los microseguros, que ofrecen coberturas y primas acordes a la capacidad de pago. Pero incluso estos productos, por sí solos, no resuelven el reto: solo 15% de las personas cuenta con uno. Lo que falta es acompañar la oferta con educación financiera consistente, con explicaciones claras de beneficios, alcances y procedimientos que permitan generar confianza.
Si logramos combinar productos flexibles con información clara, podremos avanzar hacia una protección más amplia y real, donde los seguros dejen de ser un lujo distante y se conviertan en una parte natural de la vida financiera de cualquier hogar.
(*) Director general de BanCoppel