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Opinión

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Un vampiro para el desayuno

Drácula, de Bram Stoker, se publicó en 1897. Foto: Especial

“Admito que al principio fui escéptico. Si no hubiera sido porque a través de largos años me he entrenado para tener una mentalidad abierta, no habría creído hasta que llegó el momento en que los hechos golpeaban en mi oído: "¡Míralo! ¡Míralo! Lo probamos, lo estamos probando". Sin embargo, si hubiera sabido al principio lo que sé ahora –si al menos lo hubiera sospechado–, una vida preciosa para todos los que la queríamos no se hubiera perdido”. 

                                                                           Bram Stoker, Drácula

Dicen que su madre tuvo la culpa de todo. Porque para entretenerlo, en vez de enseñarle rimas sobre los números y los colores, le contaba leyendas de la mitología celta y cuentos de fantasmas que ella misma inventaba. Sin embargo, todos los días le decía que no debía asustarse por el hecho de que vivieran junto a un cementerio. Será por eso que el tercero de los siete hijos de la familia Stoker, soportó la mala salud con la que había llegado al mundo y el hecho de pasar sus primeros años de vida encerrado y tomando clases desde su cama. Será por eso que escribió una de las icónicas novelas de la literatura universal y nunca le dio miedo desayunar con vampiros.

Nacido el 8 de noviembre de 1847 en Clontarf, un pequeño pueblo de Irlanda, Abraham Stoker –conocido en el mundo como simplemente “Bram”– ingresó tardíamente a la escuela y después al Trinity College de Dublín en donde eligió estudiar matemáticas y ciencias. Durante diez años –siguiendo el ejemplo de su padre– trabajó como funcionario para el gobierno irlandés, pero la suerte estaba echada: los personajes extraordinarios que lo habían acompañado toda su infancia no se habían ido y comenzó a escribir relatos sobre ellos. Por ello no es extraño que primera obra, El país bajo el ocaso, estuviera repleta de hadas, ángeles, demonios, duendes y castillos. Después vinieron otras como La Copa de Cristal y The Chain of Destiny (La cadena del destino), que fueron publicadas por la London Society y la revista Shamrock y más pronto que tarde se convirtió en colaborador favorito de varios periódicos y otros medios impresos. Sin embargo, él no perseguía una carrera como escritor. Le interesaba mucho más el deporte, el teatro y la filosofía. No tenía ni idea que estaba destinado a emprender una de las travesías literarias más grandes de todos los tiempos: la que por aire, mar y tierra lo llevaría hasta el castillo del conde Drácula.

Bram Stoker se marchó de Irlanda en 1876, contratado como representante del actor inglés sir Henry Irving y ambos permanecieron durante un tiempo en el Lyceum Theatre de Londres. Cuatro años después, influido por una visita a Whitby, descubriría a un vampiro histórico en el libro Relato de los principados de Valaquia y Moldavia: Vlad Tepes: el Empalador de los Cárpatos. Una referencia que le heló la sangre y decía más o menos así: “Nacido como Vlad Drăculea entre 1456 y 1462, fue príncipe de Valaquia, en el sur de Rumania. A pesar de haber sido un luchador en contra del expansionismo otomano está considerado como el "rostro de la maldad suprema" por sus contemporáneos. Se estima que liquidó a unas 100,000 personas y que gozaba contemplando las torturas, descuartizamientos y empalamientos que llevaban a una muerte lenta y agónica a sus víctimas. La leyenda jura que, además de tener un gran gusto por beber sangre, erradicaba la pobreza de su pueblo, que tanto le molestaba, invitando a comer a los mendigos para después desaparecerlos prendiéndoles fuego”. Stoker había encontrado al primer Drácula histórico y gracias a Lord Byron y a Oscar Wilde supo de los primeros vampiros literarios. Por ello, en 1890 se puso a escribir el suyo.

A la concepción y elaboración de su más famosa novela le dedicó mucho tiempo. Dicen los biógrafos de Bram Stoker que contar la historia del Conde fue su trabajo cotidiano y su obsesión por siete largos años, su pan duro de todos los días. Fanáticos coinciden en que tal época fue su periodo de mayor brillantez como literato, un tiempo fructífero donde escribió piezas como "El entierro de las ratas”, verdadera joya de terror realista ambientada en un vertedero de basura, donde conviven antiguos combatientes de Napoleón y roedores que devoran a los intrusos hasta los huesos. Muchos otros nunca supieron que su producción abarcaba otras diez novelas y multitud de relatos. (Entre los que se encuentran títulos tan maravillosos como "La dama del sudario”, “La guarida del gusano blanco” y “El sueño del panteón” por ejemplo).

Indisoluble y eternamente ligado a la pluma, el nombre y la persona de su creador, Drácula se publicó en 1897. Cuando salió a la luz no se convirtió en cenizas. Para muchos, lector querido, es el único vampiro y el diamante literario de terror mejor escrito de todos los tiempos.

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