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Política

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Ñamérica, la América Latina de hoy, según Martín Caparrós

El cronista nacido en Argentina, describe en el libro Ñamérica, editado por Literatura Random House, sectores de la realidad actual de la Ciudad de México; El Alto, Bolivia; Bogotá, Colombia; Caracas, Venezuela; La Habana, Cuba; Buenos Aires, Argentina; Miami, Florida y Managua, Nicaragua, junto a rigurosos análisis sobre 19 países americanos unidos por el idioma castellano.

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Martín Caparrós, autor de Ñamérica. Foto EE: Eric Lugo

Diego Badillo

El historiador de formación y reconocido periodista, Martín Caparrós, se dispuso a redescribir América Latina; lo consiguió y hasta el nombre le cambió. La llamó Ñamérica porque si algo distingue a esta región del mundo es el castellano, cuyo estandarte es la letra ñ y, por error, al tratar de mezclar América con la Ñ, cuando quería poner Añérica puso Ñamérica y así quedó, Ñamérica, como se lee en la carátula de su nuevo libro, en el que cuenta el estado que guarda hoy.

Nacido en Argentina, formado como historiador en París y avecindado en España, Caparrós cuenta en ese texto editado por Literatura Random House, aspectos de la realidad actual de la Ciudad de México; El Alto, Bolivia; Bogotá, Colombia; Caracas, Venezuela; La Habana, Cuba; Buenos Aires, Argentina; Miami, Florida y Managua, Nicaragua, junto a rigurosos análisis sobre 19 países americanos que los une el idioma castellano y los separan fronteras que alguien puso.

De paso por la Ciudad de México, dice que este libro fue hecho con la intención de encontrar los rasgos comunes de más de 400 millones de habitantes de esta región y cuestionarlos, así como contar las particularidades locales. Por ello le resultó decisivo contar lo cotidiano, el cómo viven las personas en su día a día.

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El espigado periodista con ojos cafés de agüita, comparte que lo que más le llamó la atención fue la existencia de la ciudad aymara de El Alto, la que describe como la amenaza roja que cuelga sobre la capital boliviana; el deterioro de Caracas, o lo que queda de ella, luego de ser tan rica.

“La energía casi aterradora” de la Ciudad de México, (bueno, se fue a meter a las zonas marginadas de Ecatepec y a las entrañas de Tepito para escuchar albures y algo más), y la amalgama de lo latino de Miami, aquella a la que un expresidente latinoamericano se refirió como la capital del mundo, pero lo que este escritor, casi siempre enfundado en negro, encontró fue que es el capital de Ñamérica, por ser donde “duerme” buena parte del dinero hecho en el continente.

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Caparrós dice que su intención con este texto es producir más dudas que certezas. Como a él que ya que lo tuvo entre sus mano se cuestionó: ¿Cómo conseguir imaginarnos un futuro que nos ponga en marcha?

—Este libro parece un ornitorrinco: tiene pies de ensayo, cuerpo de crónica, manos de análisis económico. ¿Cómo debemos ubicarlo?

—Espero que no podamos ubicarlo. Lo de ornitorrinco ya lo dijo Juan Villoro para referirse sólo a la crónica y aquí hay más cosas que crónica, así que será un ornitorrinco colgado de algo más.

A mí me gusta que no se pueda ubicar un libro. Los que me interesan son aquellos que no sé muy bien qué genero son y este trata de ser una mezcla de varias cosas, porque, como dices, la crónica y en ensayo son dos instrumentos que trato de usar para saber qué es América Latina.

—Parece que no estaba conforme con la forma en que se ha descrito a América Latina. ¿Qué nos hace falta contar más o contar mejor de esta región del mundo?

—Yo no digo que no esté satisfecho en cómo se ha hecho hasta ahora, lo que digo es que estamos hablando de una realidad que cambia todo el tiempo y las buenas descripciones ya tienen décadas. Entonces, me pareció que era bueno intentarlo de nuevo, porque aquello que estamos describiendo es distinto de lo que ya fue descrito.

El intento es encontrar cuáles son los rasgos comunes de toda la región, para tratar de pensar estos temas que están ahí en los capítulos del libro: la desigualdad, miseria, violencia, corrupción, política, religión, cultura, machismo, feminismo…, en fin, todos esos temas que de alguna manera nos reúnen.

Eso es lo que creo que vale la pena, por un lado, tratar de pensar y, por otro, hay que  contar las particularidades locales y demás.

—¿Por tratarse de un animal en movimiento qué tan difícil es retratarlo?

—Es difícil y por suerte nunca está completo. Cualquier retrato capta un momento y dentro de cinco años habrá que intentarlo de nuevo y así sucesivamente.

Pero, igual, vale la pena tener claro que lo auténtico de nuestros países y sociedades no es lo antiguo. Hay una confusión un poco extraña entre lo auténtico y lo antiguo, como si cualquier cambio fuera una deformación, en lugar de ser simplemente la dinámica con las que las cosas suceden.

—Bueno, en estos momentos algunos políticos hacen como una remembranza del pasado histórico, de que tenemos una reserva de valores en comunidades indígenas, pero también tenemos prácticas como la venta de niñas para matrimonio en comunidades indígenas. ¿Cómo ve eso?

—Por supuesto que tenemos un pasado histórico muy amplio, pero pretender que lo decisivo en la conformación de nuestras sociedades contemporáneas son cosas que pasaron hace 500 años, es un disparate y es un clásico de ciertas formas de nacionalismo, porque permite suponer que todo lo malo vino de fuera y que nosotros somos buenos.

Yo creo que, en este caso, el “nosotros”, es algo muy confuso, porque somos la muestra de todo eso. Somos los descendientes de los mayas; somos la mezcla de todo lo que pasó en los últimos 500 años.

Ya llevamos 200 años de países independientes. Si un sector es responsable de los innumerables problemas que tienen nuestra sociedades, somos nosotros mismos, no otros que llegaron hace 500 años y fueron tremendos, super crueles, pero lo fueron también contra unos gobernantes anteriores que eran también extremadamente crueles.

Eran 500 desarrapados que solo consiguieron imponerse porque aquí había millones de personas que estaban esperando la oportunidad para deshacerse de esos tiranos. Después se dieron cuenta que se habían equivocado, por supuesto y que el remedio fue peor que la enfermedad de algunos o parecido, no sé si mejor o peor.

—También están grupos que hoy hablan de la Iberosfera. ¿Qué opina de eso?

—Es un disparate que se les ha ocurrido ahora en medio de campañas por el monopolio de la derecha. Hay sectores dentro de la derecha española que están peleando por apoderarse del sector y juegan a ver quién es más mercenario y más carcamán. Eso da como resultado una sarta de imbecilidades.

—¿Para describir América qué tan importante es lo cotidiano?

—Para mí es decisivo. Me entristece que no seamos capaces de contar lo ordinario. En el periodismo estamos como entrenados para contar lo extraordinario, que tampoco es siempre tan extraordinario, porque al final se repite todo muchas veces.

A mí lo que más me interesa es contar cómo vivimos, cómo viven las personas y eso es algo que el periodismo no está sabiendo hacer.

—¿De todos los lugares a donde se metió para tomarle el pulso a esta América de hoy qué fue lo que más le sorprendió?

—Me llamó mucho la atención la existencia de una ciudad que yo no conocía, que es El Alto, en Bolivia, hecha por aymaras, que vinieron de las zonas mineras donde ya no había trabajo y armaron una ciudad de un millón de personas en 30 años.

Me llamó mucho la atención el nivel de deterioro de una ciudad que fue tan rica como Caracas y que ahora está semidestruida y también me llamó la atención la energía casi aterradora que uno siente cuando está en la Ciudad de México. También me llamó la atención la amalgama de lo ñamericano que se produce en Miami, quizá más que en otros lugares, porque ahí nadie está en sus lugares, todos están en un lugar ajeno y, por lo tanto, nadie es de ahí y se mezclan mucho más.

—Incluso hay quienes dicen ¿pero porqué incluyó Miami en este libro?

—Empezó todo con una frase que leí de un expresidente ecuatoriano que decía que Miami era la Capital de América Latina.  Dije ¿ah sí? y fui a mirar.

Entonces me pareció que había cometido un error de género. No es la capital de América latina, pero sí es el capital de América Latina. Hay muchos de nuestros millones, que fueron extirpados de aquí por gente inescrupulosa, que fueron llevados ahí. Hay mucho dinero ñamericano que está durmiendo, sí, más durmiendo que otra cosa, ahí.

Además, es uno de esos lugares de migración donde hay muchísima gente de nuestros países que, en ese espacio neutro, dejan de ser un colombiano, un mexicano, un argentino y pasan a ser lo que yo llamaría ñamericanos y se mezclan de otra manera y, curiosamente, ahí se arma la amalgama que en cada uno de nuestros países no necesariamente se arma.

—¿Funciona para entender lo que pasa en los países de donde son?

—Funciona para entender más cómo podemos amalgamarlo, qué tenemos en común, cómo somos cuando dejamos de ser mexicanos, colombianos o argentinos. Eso es lo que me pareció interesante de Miami.

—¿Ya quedó satisfecho con el libro o hace falta contar más u otras cosas?

—Yo nunca quedo satisfecho. Eso es un karma que tengo. Me parece que hice lo que pude y tampoco quiero que este libro ofrezca certezas, sino dudas. Me gustaría que en lugar de encontrar buenas certezas encuentres buenas preguntas.

—Justo, ¿cuáles son las preguntas más importantes que le surgieron después de hacer este libro?

—La pregunta central es ¿cómo conseguiremos imaginarnos un futuro que nos ponga en marcha? Yo creo que, en la cuestión política, pero también social y económica, estamos en uno de esos momentos difíciles en los que sentimos que el presente, tal cual, no nos satisface, pero no conseguimos imaginarnos un futuro que sí nos satisfaga.

Al final, lo que sucede es que tenemos como estallidos de bronca que no construyen, porque no sabemos hacia donde tendríamos que construir. Me pareció entender, trabajando con todo esto, que la próxima gran cosa que tiene que pasar en nuestra región, como en otras partes del mundo, es que podamos imaginar un futuro por el que valiera la pena trabajar y si al caso pelear.

—A los latinoamericanos los han retratado como sobajados o como una gran reserva de valores. ¿Cómo los pintaría?

—Somo muchos y hay de todo. Yo no creo que seamos especialmente tolerantes con la opresión, más bien, no los somos. En nuestros países suceden con cierta frecuencia levantamientos contra las situaciones que ya no queremos tolerar, lo que pasa es que, como no sabemos qué construir, esos levantamientos, esas reacciones no terminan de armar nada que pueda seguir hacia adelante y se quedan solo en expresiones de cólera o insatisfacción.

En los últimos 20 años, por lo menos en México, algo que generó muchas expectativas fue la transición a la democracia, con el cambio de partido en la presidencia ¿Eso que tan común es en Ñamérica?

—También hubo en otros lugares. En el cono sur, a la salida de la dictadura en los 80, también hubo un momento de euforia democrática, pero yo creo que lo que pasó ahí, como en otros lugares, y es lo peligroso, es que después de la euforia tuvimos que aceptar que la democracia está muy bien, pero no termina de solucionar las cosas.

Hasta el momento no hemos sabido utilizar la democracia para mejorar la vida de millones y millones de personas. Entonces hay una especie de desencanto democrático.

—¿Usted que ha recorrido tantas ciudades cómo se lleva con las estatuas? En México ahora eso es tema de discusión  pública.

—Está sucediendo en varios lugares. A mí, la verdad me hace gracia. Me parece que hay tantos problemas decisivos en la forma en que vivimos, como para ocuparse de las estatuas.

Además, yo estaría en favor de un mundo sin estatuas, sin próceres. Si hay que poner algo en los pedestales, pongamos cosas bonitas, arte, no esas imágenes que tratan de construir un relato que todos deberíamos aceptar.

Poner una estatua ahí es decirle a toda la población ustedes tienen que pensar tal cosa, porque estos son los buenos.

Yo prefiero que a mí no me digan quienes son los buenos, ni qué es lo que tengo que pensar.

diego.badillo@eleconomista.mx

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Diego Badillo

Periodista mexicano, originario de Amealco, Hidalgo. Editor del suplemento Los Políticos de El Economista. Estudié Sociología Política en la Universidad Autónoma Metropolitana. En tres ocasiones he ganado el Premio Nacional de Periodismo La Pluma de Plata que entrega el gobierno federal. También fui reconocido con el Premio Canadá a Voces que otorga la Comisión Canadiense de Turismo, así como otros que otorgan los gobiernos de Estados Unidos y Perú.

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