Lectura 3:00 min
Golpes bajos

Ezra Shabot | Línea directa
La lucha por el poder es una actividad donde las reglas del juego no son claras y las lealtades y traiciones forman parte de su mundo cotidiano. Como jugadores de poker, los políticos mienten con una habilidad que van adquiriendo con la experiencia de su trabajo. Este fenómeno universal es regulado en las democracias a través de contrapesos que van desde limitaciones legales, hasta los medios de comunicación en su papel de investigadores del poder.
Así, el priismo hegemónico consiguió establecer un código de conducta política al cual todos los contendientes se sometieron bajo la disciplina del presidencialismo absoluto como institución suprema e inapelable. El intento de reconstruir ese modelo por parte de López Obrador y Morena ha fracasado. El sometimiento a la disciplina del partido y del presidente se esfumó desde el momento en que AMLO dejó formalmente el alto mando del país, y su sucesora lucha día a día por definir cuáles son los límites entre su lealtad al caudillo y la necesidad de reafirmar su papel como máxima autoridad del país.
La guerra se ha desatado al interior de Morena entre la facción dura, leal al expresidente, y aquellos otros cuya apuesta se basa en el reconocimiento del poder de Sheinbaum como la única forma de garantizar sucesiones presidenciales pacíficas en el marco del nuevo régimen autoritario.
Los escándalos de corrupción no son limitados a una persona como chivo expiatorio de todos los abusos del sexenio pasado al estilo del PRI de los setentas. Esto que involucra a figuras como Adán Augusto, los hijos de Andrés Manuel, y otros miembros de Morena y del gabinete de Claudia, es parte de un concierto de golpes bajos sin control alguno por parte de las fuerzas que constituyen Morena y que están dispuestas a despedazarse sin importar el daño que generen a su propio proyecto político.
Este es el modelo irracional del poder absoluto, que, a pesar de contar con todos los instrumentos de dominación, es incapaz de autorregularse porque todos los participantes en la disputa por el liderazgo se consideran como únicos e irreemplazables, y no están dispuestos a negociación alguna. De la misma forma como descalifican a la oposición, también rechazan la legitimidad de los que no forman parte de su grupo dentro del movimiento.
La inexistencia de canales institucionales para dirimir diferencias, aunado a las posiciones sectarias heredadas del PRD y de la izquierda comunista, impiden solucionar un serio problema: la lucha por el poder sin reglas ni acuerdos preestablecidos y vigentes.
Es la ley de la selva con graves consecuencias para un país ya inmerso en una crisis de seguridad que no ha podido superar, un crecimiento económico mínimo, y con un estado de derecho en vías de extinción. Todo esto constituye un cóctel explosivo, a la espera de que una chispa lo haga explotar. Están jugando con fuego.

