Lectura 4:00 min
Clarisa Parlato y la memoria del cuerpo

Gabriela Gorab | Entre quimeras y palabras
La pintura de Clarisa Parlato nace en el cuerpo antes que en la idea. No hay una imagen previa que quiera ser representada ni un concepto que ordenar. Hay movimiento. Hay una necesidad física de pintar, de avanzar sobre el lienzo y dejar ahí una huella.
El gesto es clave en su trabajo. Espátulas que empujan la materia, brochazos amplios, chorreados que no se corrigen porque no lo necesitan. En su pintura se siente el riesgo: el de no controlar del todo y aceptar lo que aparece. Eso no es descuido, es confianza.
Clarisa se mueve con naturalidad entre lo figurativo y lo abstracto. A veces el mar se reconoce, otras veces desaparece por completo y queda solo el ritmo, la profundidad, el color en tensión. No hay una frontera rígida entre un lenguaje y otro. La transición ocurre sin esfuerzo, como sucede cuando una pintora escucha más al cuadro que a la idea inicial.
Su proceso no termina cuando deja de pintar. Hay una pausa necesaria, una mirada atenta que decide si la obra ya encontró su equilibrio. Detrás de la gestualidad hay composición, estructura y un sentido claro de armonía. La emoción abre el camino, pero no lo resuelve todo.

Clarisa Parlato.
El mar ocupa un lugar central en su obra reciente. No como paisaje ni como postal, sino como experiencia. El mar como fuerza que impone límites, que desorienta, que enseña. En muchos de sus cuadros no hay un horizonte definido: todo convive en un mismo plano, como sucede dentro del agua. Los chorreados y las capas fluidas refuerzan esa idea de algo que no se puede dominar, solo acompañar.
También el color ha cambiado. Durante años trabajó con paletas intensas, cargadas de rojos y ocres. Hoy la pintura se vuelve más contenida, más luminosa, más orgánica. No es un gesto de suavidad sino de madurez. La intensidad sigue ahí, solo que ahora habita en la luz y no en el golpe.
Formada en el taller de Nunik Sauret, Clarisa aprendió a soltar el control rígido y a confiar en las líneas orgánicas. El óleo es su lenguaje principal, pero no el único: encáustica, acrílico con reacciones químicas, cold wax e incluso el fuego han sido parte de su exploración. No por experimentar, sino por necesidad. La técnica aparece siempre al servicio de lo que quiere decir.

Obra de Clarisa Parlato.
Hablar de Clarisa Parlato es también hablar de pertenencia. Nacida en Argentina y llegada muy joven a México, su pintura está atravesada por el desarraigo y la construcción de un nuevo hogar. México no fue inmediato ni fácil, pero terminó por convertirse en su lugar. Aquí fue madre, aquí decidió ser pintora, aquí encontró comunidad. En su obra, ambas geografías conviven sin conflicto: la nostalgia y la exuberancia, el silencio y el ruido, la contención y el exceso.
Como artista mujer latinoamericana, Clarisa ha construido su camino desde la constancia y la fidelidad a su sensibilidad. No busca grandes discursos ni declaraciones políticas evidentes.
Su territorio es otro: lo íntimo, lo emocional, lo poético. En un contexto artístico obsesionado con la velocidad y el impacto, su pintura propone algo más simple y, por eso mismo, más difícil: detenerse y sentir.
La obra de Clarisa Parlato no pretende cambiar el mundo. Y quizá ahí está su fuerza. En recordarnos que el arte también sirve para acompañar, para respirar distinto, para reconocer que lo esencial suele aparecer en gestos pequeños, honestos y profundamente humanos.

