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Cirugía fuera del hospital, ¿ahorro o riesgo?

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OpiniónEl Economista

La expansión de la cirugía ambulatoria es uno de los grandes logros de la medicina moderna y una tendencia que continuará creciendo con el objetivo de hacer más accesible y cómoda la atención médica. Su fines lograr menos días de hospitalización, una recuperación más rápida, menores costos y mayor confort para el paciente.

Sin embargo, de la mano de estos avances ha crecido un fenómeno paralelo. Me refiero a la cirugía realizada en consultorios médicos, clínicas improvisadas y espacios que intentan funcionar como si fueran quirófanos, donde se llevan a cabo procedimientos en apariencia sencillos, pero que entrañan riesgos reales.

Para cualquier paciente resulta complicado evaluar si un espacio quirúrgico es realmente seguro. Muchos de estos lugares están diseñados para transmitir profesionalismo mediante decoración, mobiliario y una distribución que imitan instalaciones formales. En otros casos, aunque las deficiencias sean evidentes, la falta de conocimiento y la confianza ciega en el médico generan un sesgo cognitivo que lleva al paciente a ignorar por completo el peligro.

Incluso lugares con infraestructura y equipamiento básicos pueden carecer de personal especializado y de servicios de apoyo indispensables, como banco de sangre, imagenología, laboratorio y terapia intensiva. A esta red de protección que permite identificar rápidamente que algo anda mal e intervenir con con los recursos necesarios para impedir que una complicación manejable se convierta en una tragedia, se le conoce como capacidad de rescate.

Durante años se asumió que operar en un consultorio médico era simplemente una versión más eficiente y económica de la cirugía en un centro formal. Sin embargo, la evidencia demuestra algo distinto.

Uno de los estudios más influyentes sobre seguridad quirúrgica ambulatoria, publicado en JAMA Surgery (Vila et al., 2003), reveló un hallazgo inquietante. A partir de un mandato estatal de Florida que exigía el reporte obligatorio de eventos adversos en todos los escenarios quirúrgicos extrahospitalarios, los autores analizaron incidentes, hospitalizaciones, muertes y complicaciones. La mortalidad en consultorios no acreditados fue aproximadamente 12 veces mayor que en hospitales y centros quirúrgicos ambulatorios regulados. La diferencia en complicaciones mayores fue similar, con cerca de 10 veces más eventos en consultorios comparados con hospitales.

El estudio concluyó que los consultorios médicos, al carecer de requisitos estructurales y de supervisión equivalentes a los de los hospitales, tenían un riesgo significativamente mayor de incidentes evitables y resultados fatales. Entre las causas más frecuentes se encontraron complicaciones anestésicas, paro cardiorrespiratorio, hemorragias y retrasos en el reconocimiento de emergencias. También se identificó equipo más limitado, protocolos menos estrictos y personal con menor entrenamiento. Como consecuencia, Florida modificó su legislación para exigir acreditación obligatoria, inspecciones periódicas, estándares mínimos de equipamiento y protocolos de emergencia.

La evidencia también respalda que en procedimientos menores, en pacientes bien seleccionados y en espacios acreditados, los resultados son comparables a los hospitalarios con costos menores. El problema surge al intentar cirugías complejas o pacientes de riesgo en estos entornos, donde las complicaciones graves aumentan drásticamente. El debate real debe ser qué se opera, en quién, bajo qué estándares, y si el ahorro proviene de eficiencia o de sacrificar seguridad.

Cuidado con el "No te vamos a dormir".

Uno de los argumentos más repetidos en estos espacios quirúrgicos improvisados es: "No te vamos a dormir, es más seguro; solo te pondremos un bloqueo". La frase transmite tranquilidad, pero oculta una realidad médica compleja y potencialmente peligrosa.

Los bloqueos regionales, ya sean neuraxiales (epidural o espinal) o periféricos, forman parte esencial de la anestesiología moderna. Bien realizados, permiten un control excepcional del dolor y facilitan la recuperación. Sin embargo, su seguridad depende del contexto clínico donde se aplican, del nivel del bloqueo y de la capacidad del equipo para manejar sus complicaciones. Incluso el bloqueo más simple puede producir efectos sistémicos importantes, como toxicidad por anestésicos locales, reacciones vasovagales, hipotensión o problemas respiratorios.

El riesgo aumenta con bloqueos neuraxiales altos. Estas técnicas, aunque válidas en centros equipados, no son anestesias "light" ni sustitutos inocuos de la anestesia general. La literatura médica documenta que la incidencia de paro cardiorrespiratorio asociado a bloqueos neuraxiales oscila aproximadamente entre 7 y 19 casos por cada 100,000 procedimientos (Lucas, et al., Anaesthesia, 2025). No es frecuente, pero tampoco lo suficientemente rara como para ignorarla. Cuando un evento así ocurre en un consultorio que carece del equipo esencial, las posibilidades de rescatar al paciente se reducen dramáticamente.

A esta realidad fisiológica se suma un problema del que nunca se habla con honestidad. En muchos escenarios, la decisión de ofrecer un bloqueo "para no dormir al paciente" no obedece a un criterio clínico sólido, sino a uno de dos motivos: reducir costos o compensar limitaciones técnicas del anestesiólogo. El primer motivo es cuestionable por sí mismo, pero el segundo es todavía más grave. Cuando un anestesiólogo carece de entrenamiento, experiencia o recursos para intubar, ventilar, monitorizar o manejar las complicaciones de la anestesia general, recurre al bloqueo como solución aparente. Esto no reduce el riesgo, lo amplifica. Usar bloqueos altos con el pretexto de "no dormir al paciente" por limitaciones del profesional o en lugares donde no existe capacidad real de rescate no solo es mala práctica, es éticamente inaceptable.

Este no es un llamado a desaparecer la cirugía ambulatoria. Sería absurdo. Por el contrario, es un llamado a la acción para que profesionales, sociedades médicas y autoridades vean en la acreditación la respuesta a un problema real y promuevan un modelo de atención que, aplicado de forma segura y responsable, puede ampliar significativamente las opciones quirúrgicas en el país. Es también un llamado urgente para que los pacientes no caigan en la trampa de lo fácil y la tentación de lo barato creyendo que una cirugía en consultorio es equivalente a atenderse en un hospital formal. Lo que sí debe desaparecer es la cirugía sin acreditación, sin regulación y en espacios sin capacidad necesaria para responder cuando algo sale mal.

Durante siglos, la cirugía se practicó en barberías y espacios improvisados, sin regulación alguna. Los descubrimientos de Morton sobre la anestesia en 1846 y de Lister sobre la antisepsia en 1867 marcaron el nacimiento de la cirugía moderna. Desde entonces sabemos que la cirugía solo es segura en entornos capaces de controlar infecciones, monitorizar al paciente y responder a emergencias. Operar en lugares sin estas capacidades no es innovación, es retroceder dos siglos en seguridad médica.

*El Dr. Antonio Ramos De la Medina, FACS es Director General del Hospital Español de Veracruz.

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