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Arte e Ideas

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Las horas perdidas: A bote pronto

La técnica del bote pronto suele ser mal recurso cuando se analiza un suceso. Sea este un desastre natural seguido de un desastre tecnológico como el acaecido en Japón.

Muchas veces, durante un partido, el futbolista se encuentra con que un balón vuela hacia él. Mientras algunos lo miran pasar con pasmo y otros intentan apurar algún reflejo corporal para, por ejemplo, disparar a gol como viene; los de técnica más depurada, cuando la elipse lo permite, intentan un disparo a bote pronto. El secreto está en dejar que el balón toque el suelo y un instante después, antes de que se eleve, con la inercia que lleva en el rebote, conectarlo con toda la fuerza del empeine. El efecto suele ser un disparo inesperado, veloz, brutal, muchas veces (dependiendo quién), muy colocado y gol.

Quien lo intenta y falla puede terminar abanicando el balón, o sacándolo del estadio por encima de las gradas. No es un recurso fácil, requiere agilidad, reflejos y esa visión que sólo comparten los mejores jugadores.

La técnica del bote pronto, sin embargo, suele ser mal recurso cuando se analiza un suceso. Sea este un desastre natural seguido de un desastre tecnológico como el acaecido en Japón; los levantamientos en los países árabes, un criterio de censura, o el más reciente suceso de la visceral política local. Varios ejemplos vienen a la mente.

El presidente y el embajador

Cuando Felipe Calderón regresa de Washington, después de su visita relámpago hace unos días, y después de apostar fuerte porque el gobierno estadounidense retirara a su embajador en México: Carlos Pascual. No faltaron analistas que señalaron la permanencia de Pascual como una derrota costosa para el presidente y su política exterior.

Unos días después, cuando Pascual entrega su carta de renuncia y Calderón se puede congratular de ser el único presidente del mundo que ha conseguido que la potencia yanqui le haga efectivo el refund de su principal diplomático; se vuelven a escuchar voces que condenan la medida y sentencian el error grave de Calderón de atacar al embajador por unos cables filtrados, cuando éste nada más hacía su trabajo. Sentencian: es una victoria costosa para el presidente y su política exterior.

El internet y los árabes

Después de que analistas llenos de miopía y romanticismo etiquetaron los levantamientos árabes en Túnez y Egipto como la revolución de las redes sociales, aplaudiendo la velocidad con que los dos dictadores dejaron el poder hacia un futuro de libertad y mucha incertidumbre, el contagio se extendió a otras naciones, entre ellas Libia, Yemen y Bahrein. Se contaba la caída de sus gobiernos en días, la gente se arremolinó en las plazas de las ciudades capitales, esperando que esta extraña versión de la primavera del 68, desencadenara un efecto dominó en todas las naciones del Islam.

Días después, quedó claro que ni Gaddafi, ni sus colegas de los otros países, habían estado leyendo los tuiters y les importaba un bledo el estatus en Facebook de la rebelión. No estaban resignados a dejar el poder como Mubarak lo hizo en Egipto. Ante el pasmo y la inmovilidad de occidente, el siempre carismático líder libio, decidió que su ejército atacara a la multitud, después de uno de los discursos más extraños y desquiciados que se recuerden.

Mientras los ojos del mundo se dirigían a Japón, Gaddafi se dedicó a eliminar a su oposición con un nada sutil uso de la fuerza. En forma similar, los otros dos gobiernos, actuaron contra los manifestantes, entendiendo que para apagar fuego no hay nada peor que contemplar las llamas a través de la ventana, como hizo Mubarak.

Casi podría apostar que el mismo número de analistas que recriminaba a Obama su aparente inmovilidad, son los que ahora condenan los bombardeos que hacen algunos de los países de la anacrónica OTAN sobre el ejército Libio. No queda claro si con el ánimo de impedir la masacre de inocentes o la perpetuidad de Gaddafi y su ocurrente heredero. La seguridad del petróleo libio o los derechos humanos de los ciudadanos del país árabe.

Japón y la emergencia nuclear

Unas horas después del terrible terremoto que golpeó, inclemente, a Japón. Ya algunos celebraban la ejemplar disciplina de los japoneses, el cómo un país preparado tecnológica y socialmente para actuar en casos de desastre, había conseguido reducir las pérdidas materiales y humanas en tan lamentable suceso.

Después de que las primeras imágenes de los estragos del Tsunami circularon por el mundo, la mirada ya era de conmoción. El mundo entero contemplando con perplejidad el nivel de destrucción en el paisaje japonés. El número de muertos que pronto rebasó los veinte mil.

Entonces vino la crisis de Fukushima, y entre los expertos en física nuclear que brotaron espontáneamente, se empezó a gestar un unánime rechazo por la energía nuclear, que pronto se extendería de algunas capitales europeas al resto del mundo. El dedo flamígero apuntando a los núcleos de uranio diciendo lo sabíamos: nada bueno tiene meterse con las leyes de Dios y ponerse a dividir átomos. Se acusó al gobierno japonés de ocultar información, los medios occidentales retiraron prensa y ciudadanos con vuelos a dónde fueran.

Días después, cuando trabajadores heroicos parchaban los maltratados reactores de Fukushima, los analistas miran con alivio las pantallas de la NHK y sonríen: a lo mejor no mentía el gobierno japonés, la energía nuclear, después de todo es la más limpia y segura…

Judge’s cut

Finalmente, imposible hablar de decisiones al bote pronto sin dedicar unas líneas a la jueza Blanca Lobo que al suspender la proyección de Presunto Culpable por unas horas mientras analizaba si procedía la suspensión definitiva, regaló una de las medidas de marketing involuntario más logradas de la historia del cine mexicano.

Una semana después Lobo decidió que siempre no suspendía la película, pero que sí ordenaba a Segob que se camuflara la imagen y voz del afectado en todas las copias de la película para que no fuera reconocido.

Sin duda, inspirada por alguna de las brillantes sugerencias a bote pronto de analistas que inspirados por algún reportaje encubierto de Punto de Partida, apuntaron que nada más fácil en una computadora: borrar una cara apretando un botón y filtrar el audio con otro. Click y listo.

Nuevamente, las primeras reacciones celebran su salomónica decisión, calificándola de razonable, incluso visionaria: consigue dejar la película en cartelera y proteger los derechos del demandante al mismo tiempo. Genial, ¿o no?

El primer problema es que borrar provisionalmente la imagen de un negativo de 35 mm no es posible, ni cuadro por cuadro en las doscientas copias, con pincel en mano, ni alterando el master y volviendo a realizar las copias. Cautelar o no, la medida sería permanente. Básicamente habría que reeditar y masterizar audio e imagen de la película: hacer la postproducción de nuevo.

Segundo problema, RTC no tiene la facultad legal para exigirle a la distribuidora, Cinépolis, que le exija a los titulares del derecho de autor de la película que la cambien. Su injerencia en el contenido de las películas se limita, desde hace algunos años, a decir si tienen cual o tal clasificación. Exigir la modificación del contenido de una película, por más legítimo que fuera el reclamo o no de la jueza y el demandante, sería una violación constitucional. Sería la censura que tanto se gritaba hace unas semanas.

El tercer problema sería el costoso precedente. Si uno se inconforma, por qué no también los reos del penal, las secretarias del juzgado; vamos, hasta la inepta MP. La amiga de la novia de Toño, que siempre no le gusta cómo se ve a cuadro, los que se casaron en la boda carcelaria, o el vendedor de garnachas del mercado que almorzó con él, y que también quiere una tajada. Todos los sujetos de la película, que presumiblemente no firmaron ningún release, podrán interponer juicios y pedir ser borrados en copias sucesivas de una película que nunca vería una versión final, hasta convertirse en una pieza de arte abstracto.

Nadie que hubiera sido mal retratado en un documental de cine o televisión, en un reportaje, una biografía, una película histórica, por ejemplo, estaría exento de protestar por la manera en que se ve, se vio su abuelo, queda su familia en la burla, o lo que sea.

Si una de las virtudes del género documental es su valor, precisamente, como documento de la verdad de sus imágenes, de su valor probatorio como denuncia, como motor para crear consciencia social o simplemente para hacer una observación o señalamiento; es claro que siempre habrá gente a cuadro que no quiere salir en la película. Gente cuyo derecho individual y voluntad es vulnerada por el medio. ¿Se debe borrar a esa gente y lo que hizo? Es un debate, que no dudo, terminará en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, donde sólo podemos esperar, los magistrados, no lo intenten atajar a bote pronto.

twitter @rgarciamainou

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