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De los ojos de Martín Chambi
El dramatismo de lo eterno o un mirar sin exotismo de la vida diaria de los incas

Foto: Colección Jan Mulder
Martín Chambi aprendió su oficio gracias a la pobreza. Siendo un adolescente emigró de su Puno, provincia de Perú, natal a Carabaya, donde las empresas inglesas explotaban la minería de oro.
Chambi, nacido en 1891 y fallecido también en Perú en 1973, se encontró en esas tierras mineras con la fotografía. Inca hablante de quechua, Chambi aprendió pronto a hacer retratos para ganarse unos pesos extra. Pero el hombre tenía mucho más que dar que simples retratos turísticos.
En el Museo Tamayo se expone Martín Chambi y sus contemporáneos, un repaso por la obra de Chambi y su diálogo con otros fotógrafos de su tiempo.
Si bien, como nos advierte el texto de sala, no hay evidencia de la relación de Chambi con los demás fotógrafos del recorrido —Pierre Verger, Luigi Domenico Gismondi, Irving Penn, por mencionar algunos—, las fotografías dan, en plano de comparación, un contexto al trabajo de Chambi.
Y es un trabajo excepcional. El peruano tuvo una técnica depurada que en nada desmerece frente a los fotógrafos occidentales.
Se hace mucho hincapié en su origen inca, algo que podría caer en el chauvinismo rayando en el racismo, pero lo importante es que se trata de un inca hablando de su propia cultura, de su arquitectura autóctona.
Chambi fotografió en 1924 la ciudad sagrada de Machu Picchu y sus fotos son muy diferentes a las que publicaría National Geographic. Son de un dramatismo ajeno a los folletos de turismo. El fotógrafo juega de tal forma con la luz solar y la sombra que cada roca revela su antigua historia.
De los ojos de Chambi al mundo se redescubren las edificaciones incas, y no sólo las más famosas y visitadas. Las calles estrechas de Cuzco le dan al fotógrafo la oportunidad de ejercitar la perspectiva y cada una es impecable. Brilla el suelo a la luz de la luna, brillan las paredes que son líneas asíntotas: parece que están a punto de juntarse, pero nunca lo hacen.
Los retratos de Chambi son asunto aparte. Sus sujetos aparecen por lo general serios, sin ningún exotismo. Veamos por ejemplo el retrato que hace de una mujer que trabaja el telar. Ella detiene su trabajo para ser fotografiada pero mira la cámara con impaciencia: hay una solemnidad inherente a la imagen, un ritual que ha existido por siglos. Un hombre mira a una mujer trabajando. Desde esas nieblas de la historia nos hablan las fotos de Martín Champi.
La mayor parte de las fotos son en blanco y negro, excepto un par que son las favoritas de esta reseñista.
Son dos fotos en formato mayor que las demás que tienen un tono rojizo, casi como si la película se hubiera quemado. El efecto es el de la plata virada al sulfuro. La primera es una vista llamada Desde las cumbres de la montaña de Sachapata, una alucinación de alguien que está fotografiando la entrada del infierno de Dante. Como el poeta italiano, Chambi cavila su viaje a lo eterno: así se ve ese valle rojo.
La segunda es el retrato de un indígena y su llama, un juego de sombras. Los dos personajes son un par de siluetas. Parece que ambos están congelados por siempre en esa posición.
Las fotos de Martín Chambi han sido admiradas en diversas partes del mundo. No hay que perder la oportunidad de hacerlo en México.
Museo Tamayo.
Reforma y Gandhi, Chapultepec.
Martes a domingo, de 10 am a 5 pm.
Entrada: $60.
concepcion.moreno@eleconomista.mx