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Opinión

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No es Magia, es Retail: Cómo se diseña la temporada navideña

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Alfredo Duplan | Más allá del éxito

Alfredo Duplan

Cada año nos pasa lo mismo: caminamos por una tienda en pleno agosto y, entre artículos de limpieza y básicos del hogar, aparece algo que nos desconcierta… un Santa inflable saludando desde el pasillo central. Y sí, por más pronto que parezca, el cliente se detiene, lo mira, lo fotografía y muchas veces termina comprándolo. Nos sorprende, pero funciona. No es casualidad. No es un error del calendario. Es estrategia pura.

La temporada navideña no llega de golpe. Se construye paso a paso, como una coreografía comercial que mezcla logística, psicología del consumidor y un entendimiento profundo del comportamiento de compra. Lo que vemos en piso de venta en agosto, octubre o diciembre es el resultado de una planeación que busca maximizar ventas, anticipar demanda, evitar saturaciones y, al mismo tiempo, inspirar a ese cliente que vive la Navidad desde que ve la primera luz o el primer adorno.

La temporada arranca con un movimiento que muchos consideran prematuro: la decoración exterior. Luces, extensiones, figuras luminosas, Santa y renos inflables. Es lo primero que aparece en las tiendas y lo primero que el consumidor coloca en casa. Tiene toda la lógica. Lo exterior es la tarjeta de presentación de la temporada y la antesala emocional a lo que viene después. Además, estos artículos suelen ser de ticket alto, por lo que el retailer necesita más semanas para permitir su rotación. Pero la razón más poderosa de que se vendan tan temprano es el principio más viejo y efectivo del retail: la percepción de escasez. El consumidor sabe que si no compra ese inflable que le gustó hoy, quizá en octubre ya no esté disponible. Y esa pequeña presión lo lleva a actuar antes de tiempo. En Estados Unidos, a este arranque los retailers lo llaman “Trim a Light”: iluminar el hogar como punto de partida de la Navidad.

Una vez que los hogares brillan por fuera, llega el turno de transformar lo que ocurre adentro. Esta segunda fase es donde la magia se materializa: coronas, centros de mesa, textiles temáticos, velas, caminos de mesa, esferas y, por supuesto, el árbol navideño. Aquí es donde el hogar cambia de modo operativo a modo festivo. Las reuniones, las posadas y los encuentros familiares empiezan a asomarse en el calendario, y la casa se prepara para recibirlos. Los retailers lo saben y aprovechan esta etapa para renovar por completo sus espacios en tienda, dándole protagonismo a todo aquello que construye el ambiente emocional de la temporada. En Estados Unidos le llaman “Trim a Tree”, porque se enfoca en lo que realmente da identidad y calidez a la Navidad dentro del hogar.

La última etapa está reservada para lo que muchas familias dejan hasta el final: los regalos. Es aquí donde se concentra la mayor parte de la actividad promocional del año. Buen Fin, Black Friday, ofertas 3x2, descuentos escalonados, meses sin intereses. Todo está diseñado para atraer al comprador que, por costumbre o por cálculo, compra los regalos más cerca de diciembre. El consumidor apuesta a encontrar precio y oportunidad; el retailer apuesta a mover volumen y cerrar fuerte el año.

Detrás de esta manera de dividir la temporada existe un objetivo operativo fundamental: eficiencia. Estas microetapas permiten que el retailer aproveche mejor los espacios de tienda, convirtiendo cada pasillo en un aparador temporal que evoluciona conforme avanza el calendario y las necesidades del cliente. También ayudan a minimizar liquidaciones, ya que cada categoría se mueve en su momento ideal, sin depender de últimos esfuerzos para liberar inventario. Y quizá lo más importante: suavizan los inevitables cuellos de botella logísticos de fin de año. Importaciones, saturación de puertos, aduanas, transporte limitado, centros de distribución al máximo… dividir la temporada por fases permite distribuir la presión a lo largo de meses, no semanas.

Pero una de las preguntas más interesantes es si esta segmentación responde realmente a lo que el cliente necesita o si los clientes, con el tiempo, se han adaptado al ritmo que la industria dicta. ¿Compramos luces en agosto porque las necesitamos o porque sabemos que, si esperamos, desaparecerán? ¿Decoramos antes porque nos encanta o porque la tienda nos empuja a hacerlo? Probablemente, como casi todo en retail, es una mezcla de ambos mundos: una conversación silenciosa entre oferta y demanda que se ajusta año con año.

Y luego está el comercio digital, un espacio donde la velocidad es distinta. Las plataformas online pueden reponer más rápido, importar de manera más eficiente y extender inventarios sin depender del mismo nivel de espacio físico. Pero incluso ahí vemos la misma secuencia: primero lo exterior, luego lo interior, y finalmente los regalos. La lógica emocional del consumidor permanece, aunque la operación detrás funcione a un ritmo completamente distinto.

La Navidad en retail es, en el fondo, una obra maestra de anticipación. El consumidor inicia la magia; la industria la acompaña. Y entre ambos crean un ciclo que se reinventa cada año.

Esto es Más Allá del Éxito. ¡Nos leemos pronto!

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