Buscar
Opinión

Lectura 8:00 min

El riesgo de creer en mitos, mentiras y medias verdades (III)

“El populismo nacionalista busca la conexión directa con el pueblo, definido como nación, religión, secta, raza o género, que quiere ser reconocido como grupo, excluyendo al resto de la población”, Francis Fukuyama.

Parte III

En la primera parte de este artículo comenté sobre algunos mitos, mentiras y medias verdades utilizados ampliamente en el siglo XX por los movimientos nacionalistas, la supremacía racial, el fascismo, el comunismo y el McCartismo. En la segunda parte comenté sobre las medias verdades del liberalismo económico, donde el crecimiento del PIB no necesariamente ha reducido la disparidad económica, provocando descontento social de la población, mismo que ha sido aprovechado por los gobiernos populistas del siglo XXI, que han sabido manipular el enojo de la población a través de estrategias propagandistas basadas en mentiras y medias verdades.

La elección de Trump con su discurso en contra de la globalización y la migración, le dio el apoyo incondicional de una base de electores que estaba indignada y que había sido ignorada por los candidatos tradicionales. El voto por el Brexit en Gran Bretaña, donde el enojo superó a la razón, el peso que ha obtenido el ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, con su campaña contra la inmigración y el triunfo del candidato derechista en Brasil con su discurso anticorrupción son muestras del hartazgo de gran parte de la población predispuesta a creer en argumentos ilógicos o falsos de regímenes populistas y nacionalistas.

En esta última parte buscaré explicar porque la gente se inclina por este tipo de gobiernos que, bajo una fachada de ser “antisistema”, saben manipular a los electores en momentos de gran incertidumbre o de un profundo hartazgo. Es interesante observar que la causa no tiene que ver necesariamente con la pobreza, ya que son principalmente las clases medias las que eligen este tipo de regímenes.

Los seres humanos somos tribales por naturaleza, nuestros instintos de tribu tienden a entrar en acción en momentos de escasez o de inseguridad. Cuando los miembros de un grupo social en particular creen que su grupo está perdiendo poder, se preocupan mucho más por su identidad de grupo y empiezan a ver al resto como una amenaza. Kwame Anthony Appia, en su libro The Lies that Bind, comenta que los humanos tendemos a exagerar nuestras diferencias con otros y a magnificar nuestras semejanzas con los de nuestra misma raza, religión o condición económica. Esto ha llevado a las mayorías a apoyar a líderes populistas, que saben explotar estos instintos tribales resultantes del temor a perder su lugar especial en la sociedad. Cuando esto sucede, los electores siguen sus instintos más básicos aceptando estilos más antiguos de gobernar, como el gobierno de mano dura y de “nosotros contra ellos”. Esta polarización va desgastando las instituciones democráticas, como lo señala Max Fisher en su artículo “Flaquea la democracia liberal”: “La oleada populista representa las debilidades y tensiones inherentes a la democracia liberal, que en épocas de estrés pueden llegar a desmembrarla”.

Fukuyama, en su libro Identidad; la demanda de dignidad y la política del resentimiento, afirma que muchos líderes populistas y nacionalistas conquistan el poder aparentando ser “antisistema”, lo que es sólo una fachada, ya que lo que buscan es legitimarse en el poder a través de elecciones democráticas y después dañar las instituciones y el sistema de pesos y contrapesos que éstas representan, para consolidarse en el poder. Gideon Rachman en su artículo “Why Globalism is Good for You”, señala que los críticos de la globalización y del neoliberalismo tienen derecho a debatir sobre la migración, el libre comercio y la inversión, pero si sus “soluciones” no están bien fundamentadas, corren el riesgo de empeorar la situación económica de las personas a las que tratan de ayudar. El Brexit es un buen ejemplo, las quejas en contra de la Unión Europea son similares a las críticas de Trump contra la globalización. Se culpa a la Unión Europea de la migración descontrolada, la burocracia internacional y el elitismo. El gran problema es que los “brexiters” votaron sin tener conocimiento de las ventajas prácticas que la legislación de la Unión Europea le ha dado a temas transfronterizos como el flujo de bienes y el establecimiento de estándares comerciales. Estos temas, qué tal vez son poco atractivos para los votantes, pueden verse severamente afectados con la salida del Reino Unido de la Unión Europea, con consecuencias muy desfavorables para los propios votantes.

El objetivo de cualquier gobierno debe ser el crecimiento y la mejoría en la distribución del ingreso; la realidad es que no hay recetas perfectas sobre cómo lograrlo. Todos estamos de acuerdo en el objetivo, pero no necesariamente en el diagnóstico de cómo alcanzarlo. El reto es encontrar soluciones viables y duraderas. El problema es que conforme la discusión se va polarizando, la gente se arraiga a sus ideas y tiende a descartar el conocimiento que no es afín.

Como señala Isabel Turrent en su artículo “Las trampas de la mente”, la posibilidad de un diálogo racional se evapora con la desaparición del centro político. La gente se refugia en burbujas sociales y en las “trampas de la mente” donde la polarización domina el discurso político y el cerebro humano va alimentando cada vez más la irracionalidad. Bajo la “evaluación tendenciosa” o el “sesgo de confirmación”, la gente tiende a tomar la información que apoya sus creencias y rechaza la información que las contradice, descartando el conocimiento de los demás. Como lo señala Elizabeth Kolbert en el artículo “Why Facts don’t Change our Minds”, cuando se les pide a las personas que expliquen con detalle el impacto de las diferentes propuestas, su postura favorable o desfavorable baja de intensidad. Es decir, cuando los individuos tienen que dar una explicación detallada de las implicaciones y los cómos de las diferentes propuestas, moderan sus creencias. Tal vez ahí hay una esperanza para evitar la polarización de la sociedad y prevenir la aceptación sin cuestionamiento de medias verdades.

En México, la izquierda tiene una oportunidad ante el descontento de una buena parte de la población a raíz de la inseguridad, la corrupción y la desigualdad del ingreso. Esta oportunidad puede concretarse si se dan medidas realistas y consistentes como el fortalecimiento del Estado de Derecho a través de las instituciones judiciales; el reforzamiento de la economía formal, alineando los intereses de trabajadores y empresarios y, el enfoque a mejorar los niveles educativos, que realmente permitan a sus ciudadanos adquirir las habilidades para competir exitosamente en el futuro. En este último punto, hay que recordar que varios países asiáticos, que han invertido fuertemente en la calidad de la educación, han sabido aprovechar las ventajas de la globalización de una manera que ni Estados Unidos, ni Europa, ni los países latinoamericanos han logrado.

Por otra parte, la izquierda necesita aprender a coexistir con el capitalismo y el neoliberalismo (tan fuertemente criticado recientemente) y tomar lo mejor de ambos, favoreciendo el libre comercio, cumpliendo con la disciplina fiscal, estimulando la competencia y evitando los controles de precios que únicamente generan incentivos adversos. La izquierda debe tomar en cuenta que ignorar el funcionamiento de los mercados y desechar lo que si funciona, puede tener repercusiones muy negativas.

El reto para la sociedad mexicana, dividida por sus diferencias ideológicas, es evitar los mitos, las mentiras y las medias verdades que ofrecen objetivos irrealizables o críticas en automático sin siquiera escuchar las propuestas contrarias. Debemos evitar a toda costa utilizar términos sesgados y medias verdades que polarizan para convencer. Se debe recordar que toda medida de política económica tiene restricciones presupuestales y costos de oportunidad y que fortalecer el Estado de Derecho debe ser una prioridad. Como lo señalan Torrey Tausig y Bruce Jones en el artículo “Democracy in the Geopolitics”, aun cuando se considera que los golpes de Estado y las revoluciones son las mayores amenazas a los países democráticos, existen otros tipos de golpes a la democracia que son graduales, como la pérdida de confianza en las instituciones democráticas, las herramientas aparentemente democráticas como los referéndums y las reformas constitucionales, que permiten que líderes antiliberales debiliten la oposición política, la independencia judicial y la libertad de prensa, y a su vez mantengan apoyo de las mayorías. Debemos tener en cuenta que: “Buscar atajos en el marco de las instituciones es muy peligroso, porque en una democracia el Estado de Derecho es lo único que mantiene a los ciudadanos como iguales”, Ngaire Woods.

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí

Últimas noticias

Noticias Recomendadas