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Blanco, obséquianos ?una gambeta... por favor
¿Por qué le queremos y le perdonamos casi cualquier cosa?, porque es de carne y hueso y triunfa pese a todo.
Hasta ahora, no hay un estudio social o lo más científico posible para determinar qué ocurre en Tepito que de allí vienen muchos de nuestros ídolos. Este sitio fue el barrio de la infancia donde Cuauhtémoc Blanco empezó a crear su calidad que años después lo convertiría en el que ahora es: el último ídolo del futbol mexicano.
Blanco, como todos (bueno, casi todos) nuestros estandartes deportivos, siempre están llenos de caos, problemas y se empeñan en ser repudiados. Ana Gabriela Guevara, la velocista más importante de la historia de este país, años después de sus éxitos ahora vive con demandas y denuncias por desvío de fondos o recursos; Soraya Jiménez, la primera mujer mexicana en ganar una medalla de oro en Juegos Olímpicos, acusada de doparse; el boxeador Julio César Chávez bajo la lupa por su relación con el narcotráfico... y también Cuauhtémoc, con sus historias de abandono, amores prohibidos y recientemente una resistencia a dejar las canchas cuando las piernas le han pedido tregua desde hace tiempo.
Pues bueno, nuestro último ídolo también aprendió a serlo desde Tepito y es probablemente uno de los personajes que no se identifica plenamente con un extracto social en particular, sino con todos. De Temo hay probablemente más cosas malas que buenas que contar, pero él ha impulsado un factor que puede accionar el botón de siempre te perdonamos cuando quiera.
Él simboliza la aspiración que muchos buscamos en nuestras vidas..., el todo se puede. Con su joroba, su poco pelo, su vocabulario que no sería digno de un discurso extenso, su frase como frutas y verduras ..., pasan a ser simples anécdotas cuando recordamos aquel vuelo casi imposible en la Copa del Mundo de Francia 1998 para empatar con Bélgica, su regreso a la Selección contra Jamaica en Kingston, cuando el Mundial del 2002 se miraba lejos o las lágrimas de él tras anotar el penal ante Croacia por la reciente muerte de su abuela. Es tan terrenal y muestra todos sus defectos, que se parece a un ciudadano más de a pie, con sus virtudes y cosas malas. Lo sentimos de carne y hueso.
Blanco ha logrado motivar los deseos de aquellas personas que miran que todo es posible. A su forma, lo hizo todo, jugó en Europa hasta que el demonio personificado en Ancil Elcock lo tronó pero allí logró marcarle un gran gol a Iker Casillas con el Valladolid y ahora, bueno, sigue girando el balón con un arte que se les da a pocos, porque en la cancha lo único que importa es la calidad, probablemente uno de los pocos sitios donde el más pobre puede humillar al más rico.
Temo desde hace tiempo que debió entender que su futuro ya está fuera de las canchas, pero bueno, para quienes todavía se les ofrezca algo de su calidad, esta noche probablemente realizará unas gambetas que nos recordarán por qué siempre estará en nuestra memoria.
A Blanco, el que aprendió a jugar en la cuna de ídolos, le pensaremos por todo: por orinar la portería (simulado), por demostrarle a La Volpe que no siempre tenía la razón, por vender el mismo número de playeras que el metrosexual Beckham en Estados Unidos y sin hablar inglés; por enseñarles a los coreanos que la acrobacia se llamaba cuauhteminha, por mentar progenitoras más de 1,000 veces a los árbitros, por pisar el balón y todos irnos hasta con la mirada con la finta, y por gritar con locura desenfrenada sus goles, porque era vaciar en él lo que muchos mexicanos aspiran: triunfar pese a todo.