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Fue el Super Bowl, estúpidos

El pasado sábado, después de jugar golf en su residencia de Mar-a-Lago, Florida, el Demonio Anaranjado, alias Donald Trump, firmó una orden ejecutiva —especie de decreto— en el que imponía aranceles del 25% a los productos mexicanos. La medida entraría en vigor la noche de ayer lunes.
El Hitler sin bigote, en plenas negociaciones con México sobre los gravámenes, sorprendió, tramposamente, para subir éstos a su, aparente, conveniencia con el unilateral e hipócrita argumento de que México no ha realizado lo suficiente para detener la migración irregular y el tráfico de fentanilo. Afirmó que el gobierno mexicano y los cárteles del narcotráfico tienen “una alianza”.
“Si en algún lugar existe tal alianza es en las armerías de Estados Unidos que venden armas de alto poder a estos grupos criminales, como demostró el propio Departamento de Justicia de Estados Unidos en enero de este año” manifestó el mismo sábado a través de las redes sociales, Claudia Sheinbaum, en un rotundo rechazo a lo que consideró una calumnia contra su gobierno.
El domingo amaneció con nubarrones de descontento de los países, Canadá, México y en menor medida China, perjudicados por el afán arancelario del Mussolini con copete, perra brava que hasta los de casa (blanca) muerde —ya tuvo su primer enfrentamiento con Elon Musk—. Las intenciones tributarias del 25% del fascista magnate hacía los dos países vecinos y el 10% para los chinos, fueron calificadas por el Wall Street Journal como “la guerra comercial más tonta de la historia”.
A la opinión de la publicación, se unieron las consideraciones de reconocidos economistas y decenas de legisladores demócratas; así como los constructores de vivienda y el sindicato nacional de la industria automotriz. El exsecretario del tesoro de EU, Larry Summers y el senador republicano Phil Gramm, publicaron en conjunto un artículo de opinión en el que pidieron la anulación de los aranceles.
Con el dólar a 21.24, ayer lunes, la presidenta de México, con el perfecto inglés que la caracteriza, habló con Donald Trump. Seguramente hizo alusión al respeto a la soberanía y ofreció colaboración sin confrontación. En un momento dado le pudo haber recordado o informado a Trump lo que México exporta a Estados Unidos y que subiría de precio para los estadounidenses: autos, computadoras, cerveza, tequila, aguacates.
La palabra aguacates retumbo en la cabeza, cubierta de escasos y bien acomodados cabellos rubios cada día más blancos. ¡Aguacates! ¡Aguacates! Resonó el eco en la parte superior del cuerpo del hombre que se siente superior. La palabra la relacionó con el Super Bowl, y con el guacamole, el snack tradicional del espectáculo deportivo más importante de Estados Unidos. Se imaginó a cientos de miles de aficionados estadounidenses, que seguramente votaron por él, protestando por el alto precio del mexicano aguacate. Se figuró una manifestación gigantesca de gringos, hombres y mujeres blancos, con pancartas alusivas: “El guacamole es un derecho humano en el Super Bowl. ¿Trump, cómo esperas que sobrevivamos sin él?” Fantaseó memes y mensajes publicados en X: “¿Alguien tiene una receta de guacamole sin aguacate?”
Su espíritu de comerciante sin escrúpulos los hizo idear la posibilidad de crear una empresa productora de ¡guacamole sintético! Concibió su eslogan publicitario: “Mismo sabor que el original, pero sin aguacates”. Comprendió que eso, a estas alturas, era imposible. Quizá para el próximo año, anotó, imaginariamente, en el lóbulo temporal de su cerebro en el apartado: “negocios por realizar”.
Pero, ¿con qué acompañarán mis compatriotas sus nachos durante el partido entre los Jefes de Kansas y las Águilas de Filadelfia y, sobre todo, en el espectáculo del medio tiempo? ¿Frijoles refritos? ¿Chili con carne? ¿Puro chile? ¡Noooo! Tendré que ceder:
-Okey Claudia, pospongamos lo de los aranceles para mejor ocasión. ¿Te parece bien el próximo mes?
Punto final
Estados Unidos sólo salva al mundo en las películas. En la vida real hay que salvar al mundo de Estados Unidos.