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De malestares y muertos

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OpiniónEl Economista

Alexia Bautista

El otoño mexicano se corona con el Día de Muertos, esa fiesta luminosa donde el país entero se cubre del amarillo encendido del cempasúchil, del aroma del copal y del papel picado que se mueve al compás del viento. Es una celebración de belleza poderosa. Mientras los panteones se encienden de velas y las casas reciben a sus difuntos con pan, sal y flores, el país recuerda otra clase de ausencias: instituciones debilitadas y espacios cívicos erosionados.

A la lista de organismos, fideicomisos y proyectos que han caído con la llegada de la autodenominada Cuarta Transformación, hay que sumar otra defunción menos visible: la del malestar social. Una muerte artificial —y subrayo artificial— porque el oficialismo ha perfeccionado el arte de maquillar el descontento. Me lo dijo un taxista en Oaxaca, que hablaba con franqueza sobre el desgaste del gobernador Salomón Jara, quien, por cierto, prometió someterse a la revocación de mandato.

Y aunque la inconformidad a nivel local forma parte del día a día, no siempre aparece en la conversación pública nacional. Claro que hay momentos en los que el malestar es imposible de ocultar, como ocurrió en Poza Rica, Veracruz, a inicios de mes. Con todo, la intención de disimulo persiste.

Ocurre también en materia internacional. Nos aseguran que todo va “viento en popa” con Estados Unidos, aunque la realidad ofrece señales encontradas. A la desactivación de aranceles adicionales a partir del 1 de noviembre le sigue la cancelación de trece rutas de aerolíneas mexicanas por parte del Departamento de Transporte estadounidense. Son mensajes mixtos que desmienten cualquier narrativa triunfalista.

Pemex ofrece otro ejemplo. La empresa más endeudada del mundo sigue sin regularizar pagos a sus proveedores pese al apoyo recurrente de Hacienda. La información financiera se comunica con opacidad y el proceso de validación de facturas avanza a un ritmo impredecible. Es una estrategia de contención narrativa que evita reconocer el deterioro de la petrolera.

No cabe duda del poder de la mañanera como instrumento para domesticar la conversación pública. Sin restar mérito a algunos aciertos de la presidenta Claudia Sheinbaum (porque los hay), quizá la conferencia matutina sea uno de los pilares que sostienen su sorprendente nivel de aprobación. Ahí están los ya institucionalizados “jueves de anuncios de inversión”, que funcionan como cortinas de humo ante el desasosiego empresarial provocado por un entorno regulatorio opaco, incierto y cada día más centralizado.

Hace unos días, un colega argentino reflexionaba en una entrevista con S&P Global sobre los factores que determinan la competitividad de los países latinoamericanos. Destacaba la solidez institucional, la fortaleza del orden democrático, el estado de derecho y la seguridad. Varios de estos merecerían un lugar en los altares de este año.

Esta semana, el World Justice Project publicó su Índice 2025. México retrocede y se ubica en la posición 121 de 143 países, con un puntaje de 0.40 (en una escala de 0 a 1). En América Latina sólo supera a Bolivia, Nicaragua, Haití y Venezuela. Estos resultados se basan en criterios como legalidad, rendición de cuentas y respeto a los derechos humanos.

Frente a datos tan contundentes, la reacción previsible del oficialismo será descalificar la metodología o minimizar la relevancia del índice. Sin embargo, cada vez resulta más difícil sostener un discurso que intenta maquillar la realidad con optimismo. La tradición reconoce la muerte con honestidad; en la política mexicana, en cambio, se le oculta, se le maquilla, se le niega. Y no hay peor ofrenda para un país que convertir sus instituciones en fantasmas y exigirle a la ciudadanía que, además, finja no verlos.

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