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Opinión

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Entre los cumpleaños y la Mongolia Exterior

A pesar de sus 14 libros, sus cuentos y poemas sobre el trópico, sus excepcionales novelas, su extensa labor periodística, y el hecho de que celebremos, mañana, los 107 años de su nacimiento, Rafael Bernal, nacido en la ciudad de México el 28 de junio de 1915, fue denostado, ignorado y menospreciado durante mucho tiempo. No fue sino hasta 1969 cuando saltó a la palestra literaria nacional gracias a la publicación de su novela “El complot mongol”. 

Prácticamente desconocida hasta la década de los ochenta, hoy es una obra de culto -considerada, sin más, como la primera novela negra mexicana y una de las tres joyas del género policiaco nacional. Ingeniosa, ruda y divertida, en ella se cuenta la historia del detective Filiberto García, ex sicario villista cuya misión es lidiar con una conspiración internacional que amenaza la paz del mundo. Todo ello desde el barrio chino de la calle de Dolores del centro de la Ciudad de México. En un ambiente de “misterio chino”, dentro de la descarnada realidad urbana de aquellos tiempos, Rafael Bernal fabrica un protagonista insólito. Un detective que es más bien un antihéroe —no es alto, ni joven, ni guapo ni elegante—. Está contratado por una incipiente policía judicial mexicana, todavía sembrada de jefes militares y revela su personalidad a los lectores en primera persona y una voz interior que nunca calla.

“¡Pinche Coronel!. No quiero muertes. pero bien que me manda llamar a mí. Para eso me mandan llamar siempre, porque quieren muertos, pero también quieren tener las manos muy limpiecitas. Porque eso de los muertos se acabó con la bola y ahora todo se hace con la ley. Pero a veces la ley como que no alcanza y entonces me mandan llamar. Antes era más fácil. Quiébrense a ese desgraciado. Con eso bastaba y estaba clarito, muy clarito. Pero ahora somos muy evolucionados, de a mucha instrucción. Ahora no queremos muertos o, por lo menos, no queremos dar la orden de que los maten. Nomás como que sueltan la cosa, para no cargar con la culpa. Porque ahora andamos de mucha conciencia. ¡Pinche conciencia! Ahora como que todos son hombres limpios, hasta que tienen que mandar llamar a los hombres nada más para que les hagan el trabajito."

Objeto de adaptaciones a cine, radio e historieta, “El complot mongol”, no ha dejado de reditarse. El aislamiento y la poca difusión que tuvo en un principio desaparecieron y se colocó al lado de otras novelas mexicanas de corte policiaco o detectivesco como “Ensayo de un crimen” de Rodolfo Usigli y “Dos Crímenes” de Jorge Ibargüengoitia. Tal vez porque relata las peripecias de un héroe que no un típico detective, ni policía habitual, sino un viejo revolucionario que hace de matón de la judicial y está decepcionado del sistema. El planteamiento del caso que debe resolver es complicado pero muy emocionante: en plena Guerra Fría y tras el magnicidio de John F. Kennedy en Dallas, a Filiberto se le ordena impedir el asesinato del presidente norteamericano en su visita a México. Y así, ayudado por un agente de la CIA y otro de la KGB, mientras enamora a una china ilegal que “meserea” en el Barrio Chino, trata de resolver el caso y se topa con agentes que operan a nivel político: espías enviados por potencias extranjeras, anarquistas, socialistas, agitadores, terroristas, y similares. (Todos ellos acicateados por un rumor originado en la Mongolia Exterior).

Emocionante, y con un mecanismo estilístico de mucho humor negro combinado con cierta inocencia, el texto adquiere interés y densidad literaria. Filiberto García, entonces, se convierte en un personaje que va del cinismo extremo hasta la mordacidad más feroz, provocando, a través de la memoria de sus crímenes, algunas veces carcajadas y otras, una conmovedora desolación. Como ejemplos, vayan los siguientes: 

“El que no conoce a Dios, a cualquier pendejo se le hinca. La primera en la frente, la primera bala, para que ni se bullan. Como aquél en Tabasco. Daba unos saltos como lagartija descabezada. La primera fue en la frente, como todo fiel cristiano.”

“Hacía mucho que no me tocaba ver una mirada así de triste y me entró la lástima. Por eso aproveché para sacarle la aguja de arría del ombligo y metérsela más arribita, allí donde pensé que tendría el corazón. Y sí, allí lo tenía, porque nomás dio dos o tres respingos como un pollo descabezado y luego se quedó quieto."

El amor no correspondido de Filiberto, cierto perfil caballeresco, su contante reclamo cuando no entiende nada y cuando ya lo entendió —“pinche Mongolia exterior”, dice a cada rato—, convierten a “El complot Mongol” en una obra intensa, de final sorprendente y altamente memorable.

A Rafael Bernal, no. La memoria no lo guardó como el autor de otros libros como “Trópico”, “Su nombre era Muerte” y “Caríbal, el infierno verde”. Tampoco su condición de viajero, periodista habitual y diplomático de carrera. Fallecido en 1972, en el año del centenario de su nacimiento, un autor escribió sobre él: "Su obra crecerá con el tiempo. Cuando la gente lea sus escritos sobre el mar, los piratas, la guerra cristera” …(o si lo siguen releyendo “El complot Mongol" y celebrando su cumpleaños, se le olvidó decir.)

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