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¿Qué entendemos por competitividad?
La mejor ayuda que el gobierno puede dar a las actividades productivas del sector privado es garantizar la seguridad física y patrimonial de las personas.
Sería desastroso para la economía mexicana que, dentro de nuestra proclividad al ablandamiento de instituciones y conceptos, usásemos la palabra “competitividad” como un eufemismo para justificar que el gobierno otorgue subsidios a las empresas privadas.
La mejor ayuda que el gobierno puede dar a las actividades productivas del sector privado -que van desde los pequeñísimos negocios hasta las gigantescas corporaciones- es garantizar la seguridad física y patrimonial de las personas, el cumplimiento irrestricto de los contratos y mantener una política fiscal responsable; al tiempo que permite la ejecución de una política monetaria igualmente responsable por parte de un banco central autónomo.
Ese conjunto de elementos son necesarios y suficientes para que los verdaderos emprendedores alcancen una mayor productividad y enfrenten con éxito -mayor o menor, según las capacidades y los talentos empresariales de cada cual- la competencia en los mercados. Así pues, esos son los elementos necesarios y suficientes para la competitividad, siempre y cuando el gobierno no estorbe a la actividad productiva con asfixiantes regulaciones, ni con trámites tortuosos y promueva activamente, dentro de México y en el extranjero, el cumplimiento estricto de leyes, convenios y tratados.
Otra manera de decirlo es: el gobierno ayuda a la actividad productiva, a la generación de empleos y de riqueza, así como a la mejor distribución del ingreso, cuando cumple eficaz y eficientemente con su misión fundamental.
En cambio, distorsiona y hasta obstruye la actividad económica cuando trata de manipular diversos precios en el mercado, aun cuando tal manipulación trate de justificarse con la más noble de las intenciones o con la retórica más emotiva.
Esto significa que la competitividad auténtica no se logra con subsidios, del tipo que sean o se disfracen como se disfracen, ni con controles de precios.
Ayer, al anunciarse el nombramiento de un nuevo Secretario de Economía en el gobierno federal, no faltaron las voces de organismos y asociaciones, de etiqueta “empresarial” y honda raigambre mercantilista, que hicieron votos para que el cambio signifique un nuevo impulso a la competitividad de las empresas. Suena bien, pero si se les piden definiciones precisas acerca de qué entienden por competitividad suele comprobarse, lamentablemente, que otra vez estamos ante un eufemismo ablandador: “Competitividad es que me subsidies”. Mal, muy mal.
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