En el paredón: Compactar y fusionar dependencias

Habremos de continuar nuestro alegato sobre la reestructuración del Conaculta. Hemos señalado una serie de medidas de reordenación y compactación de las dependencias que le conforman, bajo la premisa de que con ellas puede lograrse un mayor rendimiento del gasto que ejerce, optimizar los costos de operación, lograr márgenes de eficacia de la administración y mejorar el aprovechamiento de la planta trabajadora.

Y sobre todo, liberar recursos que vayan a la creación de empleos, a satisfacer la demanda de numerosos proveedores, a dar respuesta a una comunidad que espera estímulos que fortalezcan circuitos productivos, de consumo, que acoten la burocracia, incentiven la desregulación y amplíen el protagonismo de la cultura en el desarrollo.

Tal recorrido señala las dimensiones que el aparato del subsector ha alcanzado: el de una secretaría de Estado. Por ejemplo, hay coordinaciones como las de Desarrollo Institucional y de Innovación y Calidad, que bien podrían fusionarse. En la reingeniería, fortalecer el Sistema de Información Cultural bajo una relación estrecha con el INEGI y las secretarías del Trabajo y de Economía.

En otro sentido, habría que llegar a un consenso con los gobiernos estatales y municipales sobre la pertinencia de la Dirección General de Vinculación Cultural. Desde mi campo de análisis debe desaparecer y sus funciones y recursos dejarlos bajo la corresponsabilidad de las distintas áreas del Consejo capaces ya de coordinarse e interactuar.

Tiempo atrás se justificó por un proceso de descentralización, de gradual fortalecimiento de las estructuras locales de gestión de las políticas culturales. Hoy se mira como una bolsa de recursos y programas que bajo el manto de la federalización genera disputa, clientelismo y una mediación que se juzga imprescindible para sincronizar los tres niveles de gobierno.

Tanto desde la perspectiva orgánica como del dinamismo del pacto federal, tal intervención no se sostiene. Si cada entidad federativa propicia su propia reordenación del subsector y se aplica el andamiaje que la economía cultural brinda, no le echarán de menos.

Apresuro propuestas no menos polémicas. No debe ser motivo de polvorín que el Fondo de Cultura Económica y su brazo, la Impresora y Encuadernadora Progreso, en su carácter de paraestatales, se sectoricen al Consejo, y con ello sean absorbidas la Dirección General de Publicaciones y Educal (otra paraestatal) a la vez de generar un acuerdo con las grandes y pequeñas casas editoriales y libreras, a efecto de favorecer un subsector competitivo.

Finalmente, creo que un desatino político del salinismo fue meter el sistema de bibliotecas en la férula del Consejo. Aunque en tiempos de la subsecretaría de cultura se ubicaron bajo tal nicho de control administrativo, el paradigma, que fue eje nodal de la revolución vasconcelista, es por naturaleza intrínseco a los procesos educativos no de política cultural.

En su transversalidad corresponde a la escuela el hábito de la lectura, el empleo de los acervos, la alfabetización digital y la animación cultural que concitan. No es un desmembramiento el que se propone. Es devolver a la estructura central de la SEP una labor que no debió abandonar y que el no reclamarla profundiza la falta de lectores y el analfabetismo funcional.

Escribo desde una nación que, incesante, reconstruye el tejido económico, social y sobre todo cultural que una larga y dolorosa guerra dejó: El Salvador. Al observar en estos días lo que hace su Secretaría de Cultura (adscrita a las oficinas del Presidente), el empeño de numerosos actores independientes y el aún en ciernes sector cultural, con su cauda de emprendedores, puedo confirmar que nuestro país no puede seguir dándose el lujo de dejar como está al Conaculta, como tampoco olvidar los rezagos en la economía cultural como parte del aparato productivo.