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Dominó
Un juego que no gana el que tiene más suerte ni el más hábil ni el memorioso.
Blanquita Sánchez, rutilante estrella del cine nacional; lunar de Lola, Duque de Veragua, tripa del gato Muz Muz, el Ford corre más, se hincó la niña y Sixto Papa Rey son apenas algunas metáforas del 1, 2, 3, 4, 5 y 6 de un juego que, de manera paradójica, se denomina de mudos.
De origen chino, el dominó llegó con algunas variantes a la Europa del siglo XVIII y, a partir de entonces, se expandió en el mundo civilizado y, cada pueblo, lo fue dotando de una lexicografía rica en alusiones.
A la mayor de las fichas, la doble seis, con la que inicia el juego, aquí en México se le llama mula, marrana, caja de cocas o la que menos pesa; al doble uno, ojos de serpiente, mientras que a la doble blanca, la que le gusta al negro.
Yo, en lo personal, aprendí las reglas del juego observando cómo lo jugaba mi padre, de lunes a viernes cuando, al salir del trabajo, se reunía con sus amigos en una peña taurina cuyo nombre era México-España, a la que acudían decenas de refugiados españoles esperanzados en la pronta muerte de Franco, además de gustar de la tauromaquia, el dominó, el café, el vino, la cena abundante y el tabaco.
Tiempo después lo jugué con mis propios amigos, la mayoría ex alumnos del Colegio Madrid, es decir, hijos de refugiados españoles pero también de argentinos y chilenos, principalmente , en la casa de ex alumnos de la susodicha escuela, que tuvo su sede en la calle de Texas, en la colonia Nápoles.
Más tarde, cuando salí de la preparatoria y tuve que esperar más de un año para matricularme en la UNAM, me volví universitario sin serlo gracias al dominó: no recuerdo quién fue el que me llevó como tampoco los nombres con los que jugaba, pero en ese entonces, en que solía andar con los bolsillos vacíos, me dio por llenarlos en las partidas que se organizaban en la cafetería de la Ibero, la que se ubicaba, antes del terremoto del 85, allá por el metro Taxqueña.
Tal acción, sin embargo, se me volvió casi un vicio: hago pocas cosas por dinero, casi ninguna, pero con el dominó suelo hacer excepciones, pues me aburre si no hay una apuesta de por medio. Aunque, para qué negarlo, cualquier juego de los llamados de azar, así vaya ganando o perdiendo, me cansa antes que a cualquier otro jugador, amateur o profesional.
Luego de acabar la carrera de Filosofía seguí jugando en Texas, ahora sí como ex alumno, y me profesionalicé cuando mi vecino, el arquitecto Díaz, me invitó a la que fuera, antes de la ley antitabaco, la catedral del dominó, la cantina Covadonga.
Aquí, en los otrora billares del Centro Asturiano, fue nuestra sede llegábamos a ser más de 12 jugadores de un solo grupo, haciendo rondas en tres mesas todos los miércoles durante 15 años. Y si fuera por gusto, ahí seguiríamos de no ser porque esos cretinos que confunden legislar con prohibir nos llenaron las cantinas con muchachitos sépticos que, creyéndose asépticos, de pronto empezaron a respingar la nariz para acusarnos con Manuel Fuentes, nuestro mesero, esos señores están fumando .
Manuel, claro está, se hacía el loco, pero otro tipo de fauna llegó a nuestro territorio a reclamar lo que no era suyo y, tras peregrinar por otros fumaderos, decidimos que lo más sano era jugar en casa, pero el grupo se dividió: a los que nos gusta la tradición, jugamos los miércoles en San Ángel, en tanto que los apostadores fuertes lo hacen los jueves en Coyoacán.
Que qué grupo es mejor. Pienso que el de Pedro Vargas hijo, los tres hermanos Díaz y mío, pues somos más vagos que un recuerdo de infancia, mientras que Raúl y compañía, incluyendo a Erasmo y al Poeta, cuando alguno te toca de pareja, es casi obligado decirle: pareces pistolita antigua, sirves para puras desgracias.
Que qué me ha enseñado el dominó: un montón de frases y saberlo una metáfora de cómo enfrentar a la vida, es decir, como un juego de chinos que no gana el que tiene más suerte ni el más hábil ni el memorioso, sino el que mejor comprende las virtudes y defectos de los compañeros de viaje y, sin juzgar aunque sean pistolitas antiguas , juega en consecuencia.