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Crecimiento

OpiniónEl Economista

Es incontrovertible la buena imagen de la que goza la presidenta Claudia Sheinbaum. Tanto en conversaciones con amigos como en la opinión de empresarios, expertos y observadores extranjeros, la conclusión suele ser la misma: un ejemplo de liderazgo mundial, más aún por tratarse de una mujer al frente de uno de los países más vulnerables —si no el más vulnerable— frente a Estados Unidos.

En particular me sorprende la lectura de ciertos estadounidenses en México que la retratan, cito textual, como “la única líder que se ha atrevido a enfrentar a Trump”. Una afirmación que, a mi juicio, requiere toneladas de matices. Sin embargo, las redes sociales y parte de la prensa la han encumbrado con la etiqueta de “quien sabe hablarle a Trump” (Trump’s whisperer). Repetido tantas veces, termina por parecer verdad.

No hay duda de que la difícil relación con Estados Unidos ha fortalecido su aura de liderazgo; la figura de Trump funciona como un lente de aumento que magnifica sus atributos. Con todo, y en aras del equilibrio, debo reconocer que ha logrado resultados en algunos frentes. La visita del secretario de Estado Marco Rubio la semana pasada es un ejemplo de esto: un acto bien orquestado, de tono cordial, que envió algunas señales de estabilidad.

Ese ánimo de triunfalismo, sin embargo, debe ponerse en perspectiva. La verdad estructural es que México está condenado a administrar un vínculo profundamente asimétrico con su vecino del norte. Pero existen variables que podrían ampliar el margen de maniobra del gobierno. La más evidente, la más elemental, es el crecimiento económico. Un país que crece, avanza.

Hoy México apenas crece: 0.7% según los últimos datos del INEGI. El paquete económico para 2026 aún no se presenta al momento de escribir estas líneas, pero lo previsible es que Hacienda vuelva a pronosticar cifras más optimistas que la realidad. El Plan México de la presidenta establece como objetivo posicionar al país entre las diez economías más grandes del mundo. En 2024, México se ubicaba en el lugar 12 del ranking global del Banco Mundial. Pero con un crecimiento de menos del 1% en la primera mitad de 2025 frente al mismo periodo de 2024, la meta luce muy lejana. Difícil avanzar de lugar cuando el motor apenas enciende.

El remedio es claro: traducir el Plan México en inversión real mediante esquemas de coinversión público-privada que fortalezcan las capacidades productivas de largo plazo, como la generación eléctrica, y que ofrezcan certeza a los inversionistas. No obstante, en la administración hay quienes apuestan por el Mundial de Fútbol de 2026. Sí, leyó usted bien, como si la justa deportiva pudiera convertirse en un milagro económico.

Economistas de instituciones como BBVA ya han advertido que el impacto será limitado, insuficiente para alterar la trayectoria del crecimiento. Y más que palanca, el Mundial puede convertirse en un reflejo de nuestras carencias. Basta transitar por el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México para constatarlo. Un país que quiere recibir al mundo con los brazos abiertos, pero cuya principal puerta de entrada se cae a pedazos.

Y ya que entramos en materia deportiva, vale la pena mencionar el reciente Maratón Internacional de la Ciudad de México. Un recorrido plagado de baches donde al menos dos corredores en silla de ruedas terminaron en el suelo. Para las autoridades, “saldo blanco”. Para la sociedad, un recordatorio incómodo de lo que significa vivir en un país que normaliza la precariedad.

Así las cosas, el oficialismo debería recordar que el nombre del remedio no es “imagen”, ni “narrativa”, ni “Mundial”. Se llama crecimiento económico. La buena prensa no basta. Para estar entre los grandes, México necesita crecer.

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