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Perseverancia

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OpiniónEl Economista

Alexia Bautista

Persistencia y perseverancia fueron dos de las palabras que repitió la presidenta Claudia Sheinbaum en su primer informe de gobierno. Junto, por supuesto, con la ya tradicional retórica de la transformación, el bienestar y los excesos de “la oscura noche neoliberal”. Según la presidenta, los gobiernos de la autodenominada Cuarta Transformación son perseverantes, persistentes y certeros: adjetivos que evocan determinación y eficacia, la voluntad puesta en marcha hacia un destino que se proclama ineludible.

Es apenas el primer año y, como era previsible, el informe no fue más que una enumeración de logros —algunos reales, otros apenas esbozados, como automóviles eléctricos que no existen, plantas de energía que no operan, hospitales y viviendas que aún no tienen cimientos—. Logros que en el papel parecen abundantes, pero que en la vida cotidiana de las y los mexicanos son quimeras. Si todo fuera cierto, se trataría de una hazaña: que la burocracia mexicana, célebre por su lentitud y su ineficacia, hubiera alcanzado en once meses lo que a otros países les tomaría varios años.

La administración pública insiste en la necesidad de objetivos medibles y verificables. Sin embargo, una cascada de cifras sin contexto ni comparación ilumina poco. El discurso falla en comunicar lo esencial: la reducción de la pobreza pierde sentido cuando millones de personas siguen sin acceso a servicios básicos de salud y educación de calidad. Un paciente con cáncer que espera meses para obtener una cita en el Seguro Social o los más de seis millones de niñas, niños y jóvenes entre tres y 18 años que permanecen fuera de la escuela revelan la distancia entre los datos y la vida cotidiana. Sin esa perspectiva, las cifras pierden peso, aunque el auditorio oficialista las aplauda complaciente.

Rescato, sin embargo, la centralidad de la política exterior en su discurso. Tras las reformas impuestas por la mayoría de Morena en nombre de la voluntad obradorista, la relación con Estados Unidos fue su primer tema de fondo. No podría ser de otra manera en la realidad geopolítica actual. La presidenta Sheinbaum repite el conocido mantra del respeto mutuo y la cooperación. Puede hablarse de algunos logros. México, junto con China, ha logrado posponer algunas de las medidas arancelarias más agresivas impulsadas por Donald Trump. Pero ese respiro se explica menos por la pericia diplomática que por la lógica inquebrantable de una integración económica que impone sus propios ritmos y dependencias.

Eso sí, la tensión con Washington ha terminado por pulir la imagen pública de Sheinbaum. En el exterior no faltan los aplausos —la actriz Jessica Chastain fue de las últimas en elogiarla—, aunque, desde mi perspectiva, esas miradas asemejan espejos empañados. Devuelven un reflejo incompleto; un retrato amable, sin claroscuros. Dentro del país, en cambio, la escena es otra: la de la inseguridad, la carestía y la violencia. Y frente a aquello, el mensaje presidencial se aferra a la repetición: la narrativa de la transformación y la promesa convertida en letanía: “vamos bien y vamos a ir mejor”.

Decidí titular este texto Perseverancia porque es, justamente, lo que más necesitará la presidenta en los siguientes años. Perseverancia frente a la presión de Estados Unidos en seguridad y crimen organizado, y ante la sombra latente de una intervención. Perseverancia en la inminente revisión del tratado comercial. Perseverancia, también, para contener el zafarrancho de un partido oficial que parece más jauría que movimiento.

La política es un péndulo caprichoso que puede golpear en cualquier dirección. Y en ese vaivén, la perseverancia no es un adorno retórico —como en el discurso presidencial—, sino una coraza necesaria para contener el golpe.

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