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Opinión

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Ni fu ni fa fifi

En la que nos hemos metido: mañaneras, martes del jaguar (donde la gobernadora de Campeche difunde audios obtenidos sin orden judicial), conferencias de prensa a diestra y siniestra y discursos desde la tribuna del senado donde abundan los ataques a la persona con palabras del largo listado de mexicanismos políticos: fifi, morenaco, chairo, conservador, aspiracionista, potentado, pueblo bueno etc. El discurso político no ha mejorado desde que asumió la presidencia Andrés Manuel López Obrador, en parte por ya estaba muy podrido; en parte por su desparpajo chabacano y su franca desidia por la civilidad; y porque sus compañeros de viaje y sus opositores tampoco tratan de cambiar el tono: a un peje yo no contestaría con una Lilly Tellez. ¡Qué poca civilidad!

El filósofo español José Rubio Carracedo hace todo un recuento de qué entender por  civilidad. Tomo unas cuantas frases: «es la virtud característica del ciudadano que procura su bien particular en consonancia con el bien público». Sin civilidad, nos dice: «la deliberación democrática resulta imposible». Sumo esta última frase, que tristemente es reflejo del nuestra actualidad, pero también de la de muchos países: «habría que denunciar el escandaloso espectáculo, por descortés y malintencionado, que exhiben los diputados de la mayoría de los parlamentos democráticos [...] con la descortesía, la descalificación y hasta el insulto siempre a punto [...] su trato a los ciudadanos, trufado constantemente con demagogias, es irrespetuoso y ofensivo: parece que se dirigen a menores de edad». 

Hoy día el debate más visitado es el que suscita la reforma electoral que envió el presidente. Pero en lugar de discutir, por ejemplo, la mejor manera de escoger consejeros del INE, el debate suena así: «corruptos, ladrones, burdos aspiracionistas a fifi, que solo quieren seguir robando; por eso le temen al pueblo como elector». Y viene la respuesta: «no son iguales, son peores, bola de nacos, ladrones, jodidos, igualados». Y así, lo importante, el método de elección, no se discute. Dice Horacio Duarte en entrevista con SinEmbargo que en el pasado PAN y PRI pusieron y quitaron consejeros con el famoso método de cuotas y cuates. Por lo tanto, sigue, debemos cambiar de método. Le reviran con un argumento que ya está en Platón: si vas a construir un puente escogerías al mejor ingeniero, no acudirías a una elección. Pues ni fu ni fa.

Sin duda hubo algunos arreglos poco transparentes y honestos para nombrar consejeros del INE: «tú dos yo tres». Pero reconocerlo  no nos obliga a pensar que la elección popular es el mejor método de selección de consejeros: sería caro y ríspido. No necesitamos más confrontación. Si el debate no fuera como digo: «maldito fifi corrupto» contra «morenaco que habla con faltas de ortografía (ese insulto me encanta por autodestruirse al ser enunciado)», podríamos llegar a un buen método de elección. A mí se me ocurre, por ejemplo, un proceso en cuatro etapas: 1. Establecer perfiles idóneos para ser consejero electoral. 2. Publicar convocatoria. 3. Filtrar a quienes cumplen con los requisitos. 4. Sortear a los que ocuparán el puesto de entre los perfiles idóneos. Un método así garantiza elección técnica sin cuotas ni cuates ni gastos electorales ni confrontación política. Vamos en el mismo barco, es irracional desbaratarlo para pegarnos con las tablas del ya maltrecho casco.

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L.M. Oliveira es escritor. Autor de "El mismo polvo" y "El oficio de la venganza". Es Titular A en el Centro de Investigaciones sobre América Latina y El Caribe.

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