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Opinión

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La expansión cuantitativa

Este concepto es lo de hoy en los mercados. Y no se trata de una moda académica ni mucho menos, se trata de la política que esta tarde habrá de confirmar la Reserva Federal de Estados Unidos.

La quantitative easing o QE, no es otra cosa que imprimir billetes y poneros a circular. Por más que eso de imprimir billetes no sea más que una mera figura de lo que implica aumentar el circulante.

En un rato más, la Fed habrá de anunciar cuánto y cómo es que inyectará esos recursos a la economía a través de la compra de bonos gubernamentales. El cuánto es la primera especulación. La cantidad apunta desde los 500,000 millones de dólares hasta la espectacular cifra de 2 billones de dólares.

Y el cómo tiene que ver con las parcialidades en que se da la inyección a la economía. Puede ser a través de cómodas mensualidades de 100,000 millones de dólares o un poco más.

El consenso del mercado apuntaba al inicio de la reunión del Comité de Mercado Abierto a 600 u 800,000 millones de dólares en tramos mensuales.

La bomba de dólares busca que se debilite la rentabilidad de los bonos y, por tanto, que el costo de los escalones más bajos del crédito bajen sus tasas. Y así, los agentes económicos accedan al consumo financiado a precios menores.

Esta expansión cuantitativa puede parecer un corte de bisturí para solucionar los problemas de una economía estancada como la estadounidense.

El abaratamiento del dinero con alcances a los mercados de consumo puede ser un aliciente muy poderoso para generar consumo. Pero al mismo tiempo, la otra cara del bisturí también tiene filo y uno que puede cortar la economía con un proceso inflacionario.

La ambiciosa meta de la autoridad financiera se mide en términos de los efectos en el empleo: quieren una tasa de desocupación por debajo de 9% y con una inflación anual de 2 por ciento Todo esto para estrenar el año 2011.

Pero una dosis mal aplicada de QE puede provocar que la inflación suba mucho más rápido de lo que se recuperen los niveles de empleo.

Los más desesperados con lograr resultados sociales son algunos políticos de Washington, todos demócratas, que argumentan que, en el fuego de la recuperación económica, la inflación es ese inevitable humo que acompaña al calor.

Sólo que no son pocos los analistas que advierten una terrible humareda al prender troncos del árbol resinoso de la política monetaria laxa.

No son pocos los pesimistas que creen que la reacción será poca en términos cualitativos para la economía, pero muy elevados para las expectativas inflacionarias.

Sobre todo cuando en el mercado hay la expectativa de que pronto el gobierno de Estados Unidos deberá tomar acciones para corregir sus abultados déficit fiscales.

Y entonces todo el peso del QE se deje sentir sobre la inflación, no sobre la recuperación.

Pero hay peores. Hay los analistas que creen que la Fed con todo y su trillón de dólares no harán que pase nada, absolutamente nada, en los mercados. Y que lo que prive sea la indiferencia a su enésima medida monetaria. Por más expansión cualitativa que sea.

La gran depresión

Así como hay políticos y partidos completos, que creen que el sexenio actual ya se terminó y que lo único que queda es administrar el tiempo que queda antes del 2012, así, en Estados Unidos hay quien está seguro de que tras el previsible resultado a confirmar hoy de las elecciones intermedias, se acabó la era Obama.

Si con la minoría, los republicanos fueron la piedra en el zapato de los demócratas. Con la nueva futura composición será más que obvio que no permitirán que los demócratas aprovechen para ellos la mejor expectativa de recuperación de la economía.

Es tan injusto como esto: la recesión se generó y estalló en épocas del republicano George W. Bush. El gasto descontrolado en planes de guerra fue de los exhabitantes de la Casa Blanca. Pero los peores efectos le estallaron a la actual administración.

Su responsabilidad está en haber generado tantas expectativas de ser la esperanza para un país, cuando no era otra cosa que un político estándar, sólo que con otro color de piel.

ecampos@eleconomista.com.mx

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