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El último filósofo radical
Gran parte de su legado descansará en la Facultad de Filosofía y Letras.
Todavía hace un año podía vérsele caminar con dificultad, pasito a pasito, por los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. A su paso abría una estela de rumores y una brisa de inteligencia, erudición y sensibilidad que algunos ejemplares de las jóvenes generaciones recibían como una cachetada hueca, sin sonido, o un balde de agua fría que sólo les mojaba los huesos.
Cuando don Adolfo Sánchez Vázquez (1915-2011) caminaba cerca, el rumor arrastraba su nombre: Ése es Sánchez Vázquez . Y muchos sentían ese rumor en el aire y sólo podían contener el aliento e imaginar que hacían una reverencia porque eso de respetar a los viejos hoy carece de valor.
En un país en el que la Filosofía es asunto de poca monta y de nulo interés gubernamental para la formación de los individuos, es casi imposible encontrar canales que le tomen la medida a la magnitud del significado que representa la muerte de don Adolfo. La muerte de Sánchez Vázquez cierra un episodio en la historia de las ideas de nuestra nación.
Muy pocos de quienes hoy caminan en los pasillos de esta facultad tomaron clase con el filósofo mexicano nacido en España. Su nombre es una reverberación de los grandes anhelos y sueños de las generaciones que nos precedieron, las últimas generaciones románticas que han trascendido como tales, como colectivos. No obstante, su mayor legado (sus ideas, sus libros) serán donados a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
El legado trasciende el recinto. Muchos han sido formados por las lecturas de Sánchez Vázquez, bajo su mirada teórica y sus aproximaciones al estudio de las relaciones entre la realidad y los medios de producción de las sociedades capitalistas. Generaciones y generaciones que hoy lamentan su muerte y a quienes nunca nadie (ni siquiera las televisoras) les va a robar esas partículas de pensamiento que el filósofo logró depositar, a partir de sus textos, en su cabeza, en su manera en entender el mundo y de actuar en él. Porque finalmente eso es lo que logra la Filosofía: dotar de ideas que configuran una personalidad que actúa en el mundo consciente de su incidencia.
Adolfo Sánchez Vázquez falleció el viernes pasado en la ciudad de México, ciudad que lo adoptó desde hace seis décadas. Se trata, sin duda, de uno de los más importantes filósofos que ha surgido en nuestro país, uno de los más rigurosos, quizá el más influyente en varias generaciones y también uno de los más reconocidos a nivel internacional, un filósofo de convicciones pero abierto a la contingencia y multiplicidad inherente a la pulsión filosófica: la dinámica del pensamiento.
Durante su larga vida, Sánchez Vázquez integró una copiosa obra, que en su mayoría gira en torno de reinterpretaciones sobre el tótem Carlos Marx. Ligado a la poesía y enfocado en el estudio de la realidad, reivindicó el poder imaginativo de la conciencia humana, su necesaria dimensión creadora y la rebeldía inherente a la utopía: la inconformidad perenne que es producto de la única verdad; la realidad es perfectible y nuestro actual estado de existencia y convivencia no es el ideal.
Ilustre pensador que tuvo su mayor arco de influencia durante la penosa etapa de dictaduras en América Latina, en aquellos años y hasta sus últimos escritos propuso reconducir la mira para plantear una alternativa al socialismo, como lo hicieran una década antes, a finales de los 60, otros filósofos marxistas de la talla de Herbert Marcuse o György Lukács, luego de que el socialismo realmente existente había mostrado sus fisuras.
Al tratar de realizarse la utopía, se muestra la impotencia o imposibilidad de realizarla. Pero esta impotencia -absoluta en ciertas utopías-, es relativa y condicionada en otras. El fracaso de hoy puede ser el éxito de mañana. El sueño y la ilusión presentes pueden ser una realidad en el futuro. Pero, subrayemos: pueden ser... escribió Sánchez Vázquez en el libro Entre la realidad y la utopía.
Muere un filósofo necesario, de esos que no se dejan seducir por la estridencia del fenómeno del momento, sino de aquellos que miran al pasado para entender el presente y proyectar el futuro. No un filósofo de ideas, sino de plataformas. Un filósofo de raíces que se expanden hacia el magma de la historia, la cultura y el ser.
Descanse en paz, el último de los grandes filósofos radicales.
aflores@eleconomista.com.mx