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El monje que compró un Ferrari
Para qué cambiarse de casa si se puede ser tan abominable como los vecinos.
Mónica quiere que compremos un auto nuevo.
¿Para qué? dije , si tenemos dos.
Me respondió que uno es del siglo pasado y el otro de principios de milenio, aclarándome que ambos se la pasan en el taller y que cada cual no circula al menos cinco veces al mes.
A mí me enseñaron argüí que todo es para toda la vida. Míranos: llevamos más de 25 años juntos y no hemos tenido la necesidad de cambiar de modelo. Además somos felices.
¿Somos?
Soy, entonces, y con eso basta.
Son dos cosas distintas, nosotros no somos objetos. Date cuenta: estoy hablando de comprar un auto, no de un asunto filosófico.
Todo es un asunto filosófico puntualicé, creyendo que daba por finalizada la discusión.
Y tampoco estoy hablando si nuestra relación es buena o mala atajó.
¡Ah! Ahora te parece mala nuestra relación. Me podrías decir qué tiene que ver esto con comprar un auto.
Nada. En lo absoluto. Por eso, si tú no quieres un auto, yo sí. De manera que por la tarde voy a la agencia a comprarlo.
Pero si casi no tenemos ahorros, mujer, vivimos al día.
No importa, voy a dar un adelanto para luego cubrir el resto en mensualidades que, ciertamente, no pueden ser más caras que lo que gastamos en el taller.
Pero a ti ni siquiera te gusta manejar, si apenas sales de casa.
¿Y tú?
¿Yo qué?
¿No te gusta salir?
Claro que me gusta.
¿Y manejar en carretera?
Sí, también.
Pues, allí está: me preocupa que cualquiera de las dos carcachas te deje tirado. Si lo del auto no es por mí, es por ti.
Ante tal chantaje me quedé observándola hasta que dije:
¿Y has pensado en dónde lo vamos estacionar?
Pues dejamos una de las carcachas en la calle o la vendemos o qué sé yo.
Pero mientras la dejemos en la calle me voy a sentir como cualquiera de nuestros vecinos puntualicé . Bola de miserables. Mezquinos.
Todos, escúchame bien, todos tienen choferes y guaruras, y aún así apartan lugares de la vía pública cual si fueran un pobre viene-viene. No, yo no pertenezco a gente de esa calaña. Por eso han puesto tantas cámaras de video en la Cerrada, pues ven ladrones cada vez que se miran en el espejo. Preferiría en lugar de un auto, que nos cambiáramos de casa. Y si es a Colima, qué mejor.
En ese momento Mónica cambió el gesto y, un poco dubitativa, preguntó:
¿No es de ahí tu amante?
No, claro que no respondí convincente.
Con suspicacia, agregó:
¿De dónde es?
De de de ninguna parte. No sé de lo que hablas. Qué amante ni qué amante.
¿Estás seguro?
Claro que lo estoy.
¿Seguro?
Sí. Bueno, en fin. ¿Qué auto quieres que compremos?