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El valor económico del tiempo: los profesionistas que el salario mínimo dejó atrás

Opinión
Durante décadas, el empleo profesional fue sinónimo de movilidad social.
Estudiar una carrera, especializarse, ascender en la jerarquía corporativa: esa era la fórmula del progreso. En México, ser profesionista implicaba estabilidad, reconocimiento y, sobre todo, una promesa: tu preparación te asegurará un mejor ingreso que el promedio.
Esa promesa ya no se cumple.
Hoy, miles de profesionistas mexicanos -con estudios universitarios, posgrados y años de experiencia- ganan prácticamente lo mismo que hace una década. Sus ingresos apenas se ajustan a la inflación, mientras su poder adquisitivo se erosiona día a día.
Y lo más paradójico: muchos de ellos están quedando rezagados frente a los recientes incrementos al salario mínimo.
Cuando el salario mínimo sube... y el salario profesional no
El aumento sostenido del salario mínimo en los últimos años era necesario y justo. Representó un avance histórico para millones de trabajadores. Sin embargo, ese avance dejó una consecuencia poco discutida: acható la pirámide salarial.
Mientras los ingresos de los trabajadores con menor escolaridad se elevaron por decreto, los sueldos de los profesionistas permanecieron estancados.
Hoy, un egresado universitario en su primer empleo gana en promedio entre 1.3 y 1.5 veces el salario mínimo.
Hace diez años, esa relación era de 2.5 a 3 veces.
En otras palabras: el diferencial de valor del conocimiento se está desdibujando.
El mercado ya no premia la preparación con la misma fuerza.
Y eso tiene implicaciones profundas para el futuro económico del país.
El tiempo del profesionista: mucho trabajo, poco retorno
Los profesionistas asalariados -gerentes, especialistas, analistas, coordinadores, mandos medios- viven atrapados en una ecuación cada vez más precaria: más responsabilidad, más carga laboral, más tiempo invertido... y prácticamente el mismo ingreso.
Un ejemplo: un profesionista que gana 25 mil pesos mensuales en una ciudad grande lleva más de diez años sin ver un incremento real en su poder de compra. La vivienda, el transporte, la educación y la alimentación han subido más rápido que su salario. Y al mismo tiempo, sus jornadas se han extendido, sus metas se han vuelto más exigentes y su descanso, más escaso.
El tiempo de los profesionistas vale menos, incluso cuando producen más.
El desajuste invisible: cuando la preparación deja de valer
Invertir en educación y capacitación solía ser una decisión racional: más estudios implicaban más oportunidades y mejores ingresos. Pero el retorno de esa inversión -el ROI del conocimiento- ha caído.
Hoy, un título universitario o una maestría no garantizan movilidad.
En muchos sectores, incluso representan una penalización silenciosa: las empresas exigen más credenciales, pero pagan igual.
El sistema laboral mexicano está viviendo un fenómeno inédito: el talento calificado se está depreciando, no por falta de valor, sino por la incapacidad de las estructuras salariales para reconocerlo.
El valor económico del tiempo y la urgencia de nuevas métricas
El problema no es solo de ingresos; es de medición.
Seguimos evaluando el trabajo profesional en términos de puestos y horas, no de impacto ni de valor generado.
Medimos presencia, no resultados.
Y mientras tanto, ignoramos el verdadero costo del tiempo invertido por quienes sostienen buena parte del aparato productivo: los profesionistas.
México necesita actualizar su mirada económica hacia el trabajo calificado.
Debemos hablar de valor del tiempo experto, de retorno del conocimiento y de equidad entre productividad y compensación.
Porque no se trata de oponer al profesionista contra el trabajador de salario mínimo, sino de entender que el crecimiento justo debe incluir a ambos.
Si el país mejora por abajo, pero se estanca por arriba, lo que tenemos no es movilidad: es compresión.
Tiempo, talento y propósito: el triángulo perdido del empleo profesional
Cada profesionista sabe que el tiempo es su activo más escaso.
Pero cuando ese tiempo se cambia por un ingreso que ya no refleja ni su capacidad ni su experiencia, la ecuación se vuelve insostenible.
Por eso muchos están empezando a buscar autonomía: proyectos propios, freelancing, consultoría. No por ambición, sino por equilibrio.
Y ese movimiento no es anecdótico.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (INEGI, tercer trimestre de 2024), la tasa de informalidad laboral alcanzó 54.6%, el nivel más alto en tres años.
Detrás de esa cifra hay un fenómeno silencioso: cada vez más profesionistas están migrando hacia la informalidad o el autoempleo, no por falta de capacidad, sino porque el empleo formal dejó de ofrecer crecimiento real.
Una advertencia desde los datos
Como señala el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), “la pérdida de atractivo del empleo formal entre los trabajadores calificados puede convertirse en un riesgo estructural para la productividad del país, porque el conocimiento y la innovación son los principales motores del crecimiento económico moderno”.
El Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) lo complementa: “Cuando la educación deja de traducirse en mejores ingresos, se erosiona la movilidad social y se debilita el incentivo para invertir en capital humano”.
El valor del tiempo profesional no puede seguir siendo invisible.
El talento calificado necesita un nuevo reconocimiento económico y social: no como privilegio, sino como pilar de competitividad nacional.
Porque el verdadero riesgo no es que los profesionistas ganen menos.
El riesgo es que dejen de creer que vale la pena invertir en ser mejores.
*La autora es mentora de Transformación Integral
Notas de respaldo:
● IMCO, Reporte 2024 “Talento y competitividad laboral”: advierte sobre la pérdida de diferencial salarial entre trabajadores calificados y no calificados.
● CEEY, Informe sobre Movilidad Social 2024: documenta la reducción de incentivos educativos ante la falta de correlación entre estudios e ingresos.
● INEGI, ENOE 2024-T3: tasa de informalidad laboral total 54.6%.