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Doctrina Monroe, ¿Trump o Marilyn?

Manuel Ajenjo | El privilegio de opinar
Por un descuido histórico —o porque la humanidad es adicta a los remakes— Donald Trump decidió resucitar la Doctrina Monroe. Para los lectores que se saltaron las clases de historia (o que estaban ocupados sobreviviendo a las crisis económicas que el Tío Sam enviaba de regalo), les recordaré que James Monroe —el quinto presidente de EU— (1758-1831), se levantó un día, del año 1823, con el pecho inflado de patriotismo y amor por el prójimo y expresó: "América para los americanos". En teoría, sonaba heroico. Era el hermano mayor protegiendo a las recién nacidas repúblicas latinoamericanas de cualquier potencia europea que viniera a reconquistar sus antiguas colonias. Pero los gringos interpretaron el apotegma como quien hereda una casa y descubre que también puede adueñarse del jardín, de la cochera, del perro, y del vecino.
El problema fue la letra chiquita porque los habitantes del sur de la frontera pensaron que el axioma: “América para los americanos”, nos incluía a nosotros. ¡Error! En el diccionario de Washington, “americanos” significa estadounidenses de habla inglesa. El resto somos el patio trasero, donde se guarda la cortadora de césped, se tira la basura y se siembra (sembraba) mariguana.
La explicación que entendieron los subsecuentes mandatarios estadounidenses de la sentencia inventada por Monroe fue tan jugosa que de haberlo sabido éste hubiera cobrado derechos de autor. La defensa contra Europa se convirtió en un pretexto para que Estados Unidos se sirviera un buffet. Se decretó el tenedor libre, y se sirvieron con la cuchara grande: se comieron la mitad de México, bajo la premisa de que ellos lo cuidarían mejor.
Y así llegó a la Casa Blanca, el vigésimo quinto presidente de EU, Theodore Roosevelt (1858-1919) quien durante su administración interpretó a su manera la Doctrina Monroe (corolario 2.0) que básicamente fue decir: “Ya no hace falta fingir que protegemos a la chiquillada de Europa. Ahora los invadimos porque nos da la gana y porque son muy desordenados”. Y puso de moda el Big Stik —Gran Garrote. En ese tiempo los marines fueron enviados a Centroamérica y al Caribe para imponer mandatarios al gusto de la American Fruit Company, dictadores que tenían cuidado de no resbalarse con una cáscara de plátano porque caían de la gracia de Washington.
Y he aquí, señoras y señores que llega, el cuadragésimo quinto y cuadragésimo séptimo presidente de Estados Unidos, Donald Trump con el afán de aplicar el corolario 3.0 de la Doctrina Monroe. El quiere América para los americanos (leáse sus corporaciones, las de sus cuates y sus intereses). No quiere una América unida si no una América subordinada; aspira a presidir el continente desde Alaska hasta la Patagonia, ayudado por las derechas tropicales que estén dispuestas a obedecer.
Este redactor confiesa que al pensar en el empresario anaranjado el surrealismo invade su creatividad: Me imagino a Trump en el salón oval, contemplando un mapa del América Latina. ¿Monroe? Se pregunta con los ojos entrecerrados. ¿La rubia explosiva? Se dice así mismo. ¿La que cantó en el cumpleaños del presidente Kennedy? De pronto, de manera surrealista en la mente de Trump, la Doctrina Monroe dejaría de ser: “América para los americanos” para convertirse en “Marilyn para los mexicanos”, o para ser compartidos: “Todas las americanas (rubias, famosas y en buen estado) para los latinoamericanos”. Monroe ya no es James, sino Marilyn. El apellido se volvió glamoroso, sensual, seductor. Por un momento pensemos en la confusión histórica: “La Nueva Doctrina Monroe”: Marilyn para los latinoamericanos que quieran abrazarla, idolatrarla y hasta sacarse una selfie con ella levantándose la falda blanca coquetamente en la rejilla del metro.
Si Monroe reviviera se volvería a morir al ver a Trump; si Marilyn reviviera, probablemente le cantaría el “Happy Birthday” al magnate, porque al final del día, en este gran espectáculo tragicómico que es la relación Estados Unidos-Latinoamérica, el show siempre debe continuar. Y Trump es, ante todo, un hombre del espectáculo.

