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¿Qué sabemos a ciencia cierta?
Los mexicanos arrancamos el año con nuestro presidente explicando que la reforma energética estaba marchando bien. Los reguladores energéticos eran indispensables: garantes de la transparencia y procuradores de la competencia. Cerramos el año con nuestro presidente, uno nuevo, diciéndonos que todo esto era un fracaso. Los reguladores son presionados y, sí se descuidan, ninguneados.
Podemos “conceder”, de una vez, que la realidad energética de nuestro país es partidista: todo depende del cristal con el que se mire. Pero renunciar a que exista una realidad objetiva es una petición demasiado onerosa, aun para cerrar un año complicado.
Con esto en mente, me di a la tarea de recopilar ideas de funcionarios, exfuncionarios, académicos y periodistas sobre lo que “sabemos a ciencia cierta sobre el sector energético mexicano”. Descubrí un escenario más amable, manejable y navegable de lo que hasta ahora había escuchado, excepto por las preocupaciones de sustentabilidad. También es más complicado de lo que nuestros presidentes han sugerido.
Varios me recordaron que a ciencia cierta sabemos que varios proyectos han iniciado fase de desarrollo o están a punto de hacerlo. AMT, Hokchi, Ichalkil y Zama son tres buenos ejemplos de proyectos que, sumados, representan cientos de miles de barriles de producción y varios miles de millones de dólares de inversión.
Esto no existiría, no ahora, en un modelo de una sola empresa. Variantes de “los recursos del gobierno son finitos” y “el Estado no puede solo” fueron comunes entre todo el espectro ideológico. Muchos, reflexionando sobre lo que sabemos a ciencia cierta, se preocupan de que el dinero de plano no nos alcance. Sabemos —esto es medible— que el presidente López Obrador ha propuesto un incremento en la inversión respecto al año pasado, pero sigue siendo una fracción de lo que el presidente Peña Nieto empezó invirtiendo, particularmente en Pemex. No lo sabemos a ciencia cierta, pero el pasado sugiere que las cantidades de presupuesto ofrecidas son insuficientes.
Pero también sabemos que “el dinero no es todo en la vida. Le hemos invertido mucho (a exploración y producción) y la declinación sigue. La receta es más compleja. La reforma está dando resultados, pero requiere varios años para madurar”.
Contrario a lo que pensaba al inicio de este esfuerzo, me parece que esto no es incompatible con afirmar que el éxito de la reforma es cuestionable. “La reforma energética fue un fracaso. No por los resultados, sino porque no se pudo garantizar la continuidad del modelo. La política energética no se descentralizó. Sener siguió siendo el gran rector de la industria y continuó como presidente del consejo de administración de Pemex y CFE. Al mismo tiempo, otorga permisos de importación”. El punto con el que me quedo es que, al no dejar ir mecanismos de control de política pública, se sentaron las bases para que hoy se empiece a gestar un desmantelamiento centralizado de las políticas.
Tampoco se garantizó la continuidad en temas ambientales. “Lo que sabemos a ciencia cierta es que el cambio climático es real y que la política de energética presentada por el nuevo gobierno no está alineada con una política de mitigación de emisiones”. La ausencia de la manifestación de impacto ambiental de la refinería de Dos Bocas y la ausencia de la conversación sobre el Acuerdo de París son dos ejemplos bastante citados.
No podría ser más claro que, aun cuando tratamos de aislar las perspectivas ideológicas, hay posiciones divergentes. Pero a mí me suena a que todavía hay sobre qué se podría construir. Pregunté a varios expertos si sabíamos a ciencia cierta que ya no habría espacio para que la industria privada creciera. Todos dijeron que no.
Hay que apurarnos. Lo que sí sabemos a ciencia cierta “es que no nos podemos equivocar. Los errores en esta industria, más que dinero, cuestan años y oportunidades”. En diciembre, nada suena más cierto. Construyendo y luego des-construyendo, ya se nos fue otro año. Nos vemos el próximo. Felices fiestas.

