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Papeles de una olvidada travesía

Si alguna vez fue el ídolo de alguien, hoy no lo es más. Ya no vive aquí. Y mire que hasta hace un par de años tenía un monumento en una glorieta del Paseo de la Reforma. (Una enorme estatua que lo representaba con una mano dirigida al cielo y con la otra levantando el velo que cubría una parte de un mundo que, antes de él, nadie había descubierto (dijo la Historia por más de 500 años).
Estaba en los libros de texto, pero de este lado de la Mar Océano no fue siempre una figura muy bien vista por todos. Nunca tuvo muy buena fama y se convirtió en chivo expiatorio. En el perfecto candidato para arrojar a su efigie unos muy caros huevazos que la raza atesoraba cada 12 de octubre. Una expresión de furia para cobrar su parte de culpa de que nuestras raíces hubieran desaparecido en el oprobio, a nadie le importara hablar náhuatl y el mundo hubiera cambiado por armas de fuego los cuchillos de obsidiana.
Desde el principio –y a nivel internacional– la sola mención de Cristóbal Colón provocó ciertas molestias. El origen de su nacimiento nunca fue claro, aunque la versión más aceptada fue era había nacido en Génova. Sus adversarios decían que la documentación de su vida estaba llena de lagunas y misterios. (Hasta la misma Wikipedia se hace bolas cuando afirma: Cristóbal Colón. Lugar discutido, c. 1436-1451 – murió en Valladolid, España, 20 de mayo de 1506) fue un navegante, cartógrafo, almirante, virrey y gobernador general de las Indias al servicio de la Corona de Castilla, famoso por haber realizado el denominado descubrimiento de América, en 1492.)
Incluso, el libro de su hijo Hernando Colón, no resultaba muy claro y textos tan parciales como: “Venciendo prejuicios e intereses, temores e ignorancias, el hábil y ambicioso marino genovés Cristóbal Colón arribó a América por la Isla Guanahaní, imponiendo su primera determinación colonialista al renombrarla San Salvador”, o tan inútilmente precisos como el titulado “Las cosas suplicadas y que Vuestras Altezas dan y otorgan a D. Cristóbal Colón en alguna satisfacción de lo que ha de descubrir en las mares Oceánicas, del viaje que ahora, con la ayuda de Dios, ha de hacer por ellas en servicio de Vuestras Altezas,” tampoco sirvieron de mucho.
Sabemos, eso sí, de sus amplios conocimientos de navegación y cartografía y de las habilidades y ambiciones que le permitieron concebir el proyecto para partir de Europa en viaje marítimo hacia el Oeste para llegar a Asia. Argumentando la esfericidad de la Tierra, la unicidad del océano y las que pensó eran las correctas dimensiones del Globo Terráqueo, fue presentado a los Reyes Católicos de España que lo aceptaron, aunque estuviera en contra de los preceptos de la Biblia y los textos de la Patrística, que negaban la redondez de la Tierra.
Así se hizo. El destino estaba echado, el nombre de Descubridor unido al suyo y la travesía escrita en el libro de los tiempos.
Colón se hizo a la mar y en sus cuadernos de navegación, que sí existen, escribió todos los días. Resultaron, además de una puntual bitácora, la muestra de que Colón tenía espíritu crítico y muy buena pluma. (No faltan citas de Ptolomeo, de la Historia natural de Plinio y muchas notas sobre los viajes de Marco Polo).
El apunte de Colón para aquel día, que también cayó en jueves justo como el de este mes, lector querido – dice así:
“Esta tierra la vio primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana, puesto que yo a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vi lumbre; aunque fue cosa tan cerrada que no quise afirmar que fuese tierra, pero llamé a Pero Gutiérrez repostero de estrados del Rey y le dije que parecía lumbre, que mirase él, y así lo hizo, y la vio. (…) A las dos horas después de media noche apareció la tierra, de la cual estarían dos leguas.”
El almirante navegó lo que faltaba, descendió a tierras americanas y dio gracias a Dios.
Muchos otros apuntes existieron. Edmundo O ‘Gorman, por ejemplo, escribió en su libro “La invención de América”:
“El 12 de octubre se conmemora la llegada del navegante genovés Cristóbal Colón a tierras americanas y el inicio del encuentro entre dos culturas. La trascendencia de este hecho histórico no tiene parangón en la Historia y sus implicaciones han dado cabida a innumerables disertaciones, interpretaciones y polémicas. Por lo pronto, baste recordar que, en efecto, en 1492 no sólo se dio el descubrimiento de un nuevo continente y con él el inicio de su conocimiento de todo el planeta, sino también el encuentro de dos mundos (..) Muy cierto es también el atropello de las culturas autóctonas, pero también la implantación de la lengua española que hoy hablamos y leemos. El mestizaje racial y cultural que nos dio origen y que es la base del ser constitutivo de la mayoría de las naciones americanas.”
Más clara ni el agua de las Indias Occidentales. Efemérides, monumentos y celebraciones poco importan. La travesía del saber es lo que cuenta. ¿No le parece?