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Opinión

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La nube de datos y los datos que uno no ve

Cada año Conacyt abre una nueva convocatoria al Sistema Nacional de Investigadores (SNI). El año pasado fueron 15,520 postulantes y seguramente en 2022 el número será similar o mayor. En 2021 solicitaron su ingreso 7,767 y fueron aceptados 47%. De los 9,038 que necesitaban renovar ese año, según indicó el Conacyt en el comunicado 276/2022, sólo lo hicieron 7,753 y de ellos se quedaron 75%.  En otras palabras, 39% de los que aplicaron en esa convocatoria quedaron fuera y 1,285 ni siquiera solicitaron renovación. Para los que están o han estado en el SNI saben lo que implica actualizar el Curriculum Vitae Único (CVU) cuando se abre la convocatoria para ingreso, permanencia o promoción al SNI y de alguna manera pueden recordar el tiempo que le dedicaron para completar y someter su solicitud “al sistema”.

Algunos recordarán las épocas en que había que llevar copia en papel Curriculum Vitae completo. El SNI arrancó en 1984, a la par de la era digital, pero durante dos décadas fue una institución exclusivamente basada en el papel. Era un clásico la imagen de las largas filas afuera de las instalaciones del SNI para someter la solicitud que había sido llenada con máquina de escribir, así como con las fotocopias de los comprobantes. La asistencia era por estricto orden alfabético. Seguramente el número de cajas correlacionaba con el nivel del aspirante. Tiempo después, el o la interesada recibía un mensaje para pasar a recoger el material que había sido revisado. Aunque el Conacyt del siglo pasado no guardaba datos de manera electrónica, los encargados del SNI organizaban los expedientes para que los comités los revisaran y emitieran sus dictámenes. 

En octubre de 2005, Conacyt estableció la política de que todos aquellos investigadores que deseaban llevar a cabo cualquier trámite o solicitud a los programas del Conacyt, deberían  llenar el nuevo formato electrónico del CVU localizado en el portal www.conacyt.mx  Para esto se requería contar con un número de usuario y contraseña y, a cambio, el programa electrónico otorga un identificador electrónico que permitía distinguir a cada persona por el resto de su vida, evitando con ello duplicaciones o extravíos. A partir de esa fecha las convocatorias al SNI inauguraron una época de solicitudes híbridas. Los interesados en atender la convocatoria deberían llenar el CVU de manera electrónica y además deberían enviar por mensajería especializada un paquete por solicitante dirigido al SNI. A partir de 2015 desaparece el envío de la documentación en papel y los documentos probatorios de la producción académica incluida en el CV, deben enviarse en un disco compacto (CD) al Conacyt. Afortunadamente la era digital terminó dominando la tramitología científica y actualmente todo el registro y documentación de las convocatorias se hace de manera electrónica.

Siempre me han intrigado dos asuntos: a) ¿de qué sirve tener una base de datos electrónica de al menos 17 años con los CVUs de todos aquéllos que sometieron sus datos si los postulantes tienen que volver a llenar formatos? Y b) ¿cuántas horas de trabajo social acumulado están puestas en esa base de datos? No termina por quedar claro si es la tecnología la que está sirviendo a la comunidad o es la comunidad la que sirve a la tecnología disponible. Lo último es contra intuitivo.

De 2021 a 2022 el número de investigadores nacionales aumentó a 36,714. Usando distintos reportes oficiales, en la gráfica 1 se muestra que en 1984 se registraron por primera vez 1,386 investigadores nacionales y que el crecimiento a 2022 es exponencial. Se registra un cambio anual de 8.6% en el periodo de cuatro décadas, pero con variaciones de 14.4% en la primera y 6.8% en la última. Pero más allá de hablar del número o de la dinámica de crecimiento, me quiero referir a los datos personales acumulados a lo largo de este periodo. No me imagino el tamaño del repositorio de datos que Conacyt tiene o debiera tener, pero por años acumulados y el número de postulantes.

¿Qué se hace con esta base de datos de los CVU más allá de usarla para otorgar los incentivos de entrar o no al SNI? ¿Por qué no se hace público su acceso? Según Julia Lane ,  la experiencia brasileña con la base de datos Lattes (http://lattes.cnpq.br/english)  es un poderoso ejemplo de buenas prácticas para mejorar la calidad de la ciencia. En Brasil, a finales de la década de los ‘90s había 1.6 millones de investigadores y alrededor de 4,000 instituciones. En ese entonces, la agencia nacional de financiamiento de investigación en Brasil reconoció que necesitaba un nuevo enfoque para evaluar las credenciales de los investigadores. Primero, desarrolló una “comunidad virtual” de agencias federales e investigadores para diseñar y desarrollar la Infraestructura electrónica de Lattes. En segundo lugar, creó incentivos apropiados para que los investigadores y las instituciones académicas utilizaran la base de datos: la agencia federal se refiere a los datos cuando toma decisiones de financiamiento, y las universidades al decidir la titularidad y la promoción. En tercer lugar, estableció un sistema único de identificación de investigadores para garantizar que las personas con nombres similares se acrediten correctamente. El resultado es una de las bases de datos de investigadores más limpias que existen.

En México, este tipo de prácticas deberían ser estudiadas y discutidas. Sistematizar el acceso a las bases de datos de Conacyt debería ser un tema de prioridad nacional. Ahí está contenida la historia, las publicaciones, los financiamientos, la docencia, las direcciones de tesis, la asistencia a congresos de miles y miles investigadoras e investigadores de las nueve áreas que componen el SNI, pero sobre todo ahí están los temas de investigación que le dan sentido a la ciencia que se practica en el país, independientemente de la disciplina, así como los faltantes. La política de la ciencia no sólo necesita reglamentos, también requiere de análisis de lo que se hace, quién lo hace y en qué instituciones se hace, con profundidad y detalle. 

Para responder esto, no son suficientes los “Informes Generales del estado de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación” que se publican año con año o las bases de datos de los “investigadores vigentes”, que se difunden desde 2015 con un pequeño e inconsistente número de variables. Hay que ser más creativos, como dice Julia Lane: …además de construir una infraestructura de datos abierta y consistente, existe el desafío adicional de decidir qué datos recolectar y cómo usarlos. Esto no es trivial. La creación de conocimiento es un proceso complejo, por lo que tal vez deberían incluirse medidas alternativas de creatividad y productividad en las métricas científicas, como la presentación de patentes, la creación de prototipos e incluso la producción de videos de YouTube. Muchas de éstas son medidas de actividad más actualizadas que contabilizar las publicaciones y las citas… Como es bien conocido, la transmisión del conocimiento difiere de un campo a otro y no podemos seguir usando enfoques bibliométricos tradicionales y generalizarlo a todas las disciplinas.  

Llevamos más de medio siglo desde que se hicieron los primeros intentos de indexación de citas y casi 4 décadas de que se fundó el SIN; necesitamos sacudirnos ese mantra de evaluación anticuada. Sería muy bueno crear métricas de desempeño científico más confiables, más transparentes y más flexibles involucrando a los interesados.  Sería bueno analizar el efecto en los cambios en los incentivos –tanto en el financiamiento como en la evaluación- y para eso necesitamos de la teoría económica. Habiendo una gran cantidad de datos disponibles sobre las interacciones científicas gracias a Internet y reconociendo que cada día hay más personas comprometidas con el desarrollo científico de la medición de la ciencia, se requiere actuar con visión de futuro.  Más allá de identificar y encasillar investigadores nacionales, necesitamos capturar la esencia de lo que significa ser un buen científico en México y promover las buenas prácticas. Seguramente por eso juntamos tantos datos año con año.

*El autor es profesor de la Universidad de Washington del Departamento de Ciencias de la Medición en Salud y del Instituto para la Métrica y Evaluación en Salud y miembro del SNI nivel III https://www.healthdata.org/about/rafael-lozano

Twitter: @DrRafaelLozano

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