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Hay vida después (y durante la crisis)
Han corrido memes y comentarios por el fenómeno histórico y singular próximo —al que nos sumamos— del 9 de marzo “Un día sin nosotras”. Hacía poco tiempo que no había —después de la elección de AMLO— un acuerdo nacional —aunque en este caso de mucha crítica y dolor— de gran envergadura.
En el ámbito del ser, la mujer es más perfecta que el hombre, aunque de igual valía, si bien la relación debería verse más de ayuda y complementariedad que de lucha de clases o de opuestos. Esto que ahora parece imposible —la reconciliación y el perdón de la mujer hacia la figura del hombre mexicano— es condición estructural necesaria para el funcionamiento de cualquier sociedad. Esta reconciliación, que pervive en el orden del ser y en la naturaleza, se construye a través de las personas y también y sobretodo —aunque cada vez menos— las familias sanas. El hombre antes que sociedad es familia y ésta la construye sobre todo la mujer, pero hay muchos hombres —creo y espero— que también aspiramos a la constitución de una familia sana que aumente el colectivo social. Las crisis son ocasión de destrucción, pero también de oportunidad. En España 22% de las empresas salieron más fuertes y competitivas tras la Gran Recesión del 2008; después del Crack del 29 hubo una explosión de actividad social e instituciones solidarias en forma espontánea.
El problema cuando el panorama se ennegrece y falta la esperanza es pensar que no podemos cambiar nuestras conductas, actitudes y virtudes que antaño teníamos olvidadas, como la austeridad, la autocontención y la solidaridad, ahora es el momento de resucitarlas o empezar a vivirlas en una visión denominada “comunitarista”, de hacer comunidad, en la que se impere la lógica del don, de la gratuidad. Hay que olvidar la frase de Hobbes, que ahora podríamos parafrasear diciendo que parece que el hombre mexicano es el lobo de la mujer mexicana, pero eso no debe ser así. Y el mal ánimo se contagia, como la peste. Hay que obrar en sentido inverso: como decía el pensador aragonés, ahogar el mal en abundancia de bien; tener nuestro “encuentro” con la verdad y saber que somos como decía Polo, perfeccionadores perfectibles.
Son más noticia las malas noticias que las buenas, pero las buenas las damos por sentadas. El mestizaje de las culturas —sostiene Pérez Adán— es siempre bueno, porque mejora las riquezas de las que existían antes. El 9 de marzo está plenamente justificado, de él esperemos que surjan movimientos que exalten y potencien la riqueza de la mujer, y en este caso, de la mujer mexicana, para conseguir que nuestras comunidades mejoren.
Ojalá recuperáramos —o descubriéramos— los buenos nuevos movimientos sociales, que son “semillas de futuro”, como decía un profesor argentino: los nuevos grandes remedios, o como diría Alejandro Llano, el surgimiento de “una nueva sensibilidad”, que deben encabezar las mujeres, empezando por el respeto, añadido por la potenciación y terminando en el despliegue de las potencialidades de grandeza de la mujer mexicana en la vida política, social y económica. Tendremos un México diferente, pero más humano. Si así lo hacemos, tendremos otras caras más originales y novedosas de nuestra nación, que ahora nadie se atreve a ver a los ojos, porque llora amargamente la muerte de sus hijas (y ojalá tampoco olvidemos a los muchos hombres buenos y muchos hombres muertos, que también deben ser protagonistas en esta historia). Lo primero que tenemos que hacer es creernos que esto es posible: el mal no tiene existencia metafísica.