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Opinión

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¿Cómo definir para estudiar los estilos de vida saludables?

Liliana Martínez Lomelí

Existen lugares comunes acerca de lo que definiría un estilo de vida saludable: una buena alimentación, hábitos de descanso, actividad física, de esparcimiento y de ejercicio intelectual. Ya cada una de estas categorías en sí mismas, engloba una complejidad de factores que intervienen para que una persona encuentre su bienestar.

Aunado a la complejidad de estas variables que no se pueden enmarcar en una categoría inflexible, existe el tema de interés científico de poder relacionar qué hábitos y prácticas son los que extienden nuestra vida y también, los que extienden nuestros años libres de demencia o de incapacidad motora. 

En abril de 2022, se publicó un estudio en BMJ que recolectó datos sobre salud cognitiva y hábitos de estilo de vida a lo largo de 20 años de 2,500 personas que participaron, con 65 años o más de edad. Los investigadores hicieron un puntaje basado en cinco factores de estilo de vida: consumir una dieta basada en plantas, hacer actividades que retaran al cerebro (juegos de cartas, ir a museos, hacer crucigramas), hacer actividad física por lo menos 150 minutos por semana, no fumar y tomar alcohol en moderación. Encontraron que con 4 de estos factores las mujeres tenían una esperanza de vida de 24 años más y los hombres 23 años más de vida. En ambos casos, sin tener complicaciones de demencia senil.

Este estudio es un ejemplo de cómo las acciones cotidianas determinan nuestros resultados a largo plazo. Sin embargo, desde un punto de vista más realista, podemos entender que detrás de esos cinco factores –que parecería es un número muy fácil de conseguir– encierran realidades sociales que no dependen de la decisión de una sola persona. Es decir, las condiciones de desigualdad social, por ejemplo, determinan que una persona que trabaja de sol a sol, no quiera saber más de crucigramas y retos mentales y lo único que piense es en llegar a casa a comer y dormir. Además, el acceso a actividades de esparcimiento que reten al cerebro, incluye por ejemplo tener dinero para acceder a internet, comprar un periódico o tener los medios para pagar un transporte que lleve a la persona a hacer actividades al aire libre o culturales, en el caso de los habitantes de contextos urbanos. En un contexto rural, el acceso a todas estas actividades se complica, sobre todo desde la visión enraizada de que la cultura sólo es un esparcimiento, y no un medio de expresión. 

El tema de género es uno de los principales determinantes de acceso a mejores condiciones de trabajo, y por lo tanto de estilo de vida. La realización de actividad física depende de múltiples factores, pero uno de ellos es la normalización de la práctica desde la temprana infancia, además de tener las condiciones ambientales, de seguridad y espacios para practicarla. Mientras que el consumo de alcohol y tabaco se vean como un problema netamente individual y no como adicciones que culturalmente incluso son hasta promovidas en contextos específicos desde muy tempranas edades, asociadas a temas de roles de género.

 Bajo todas estas perspectivas, lo que para una muestra de población puede ser fácilmente realizable, para otras, implica serios temas sociales que no dependen solamente de la voluntad de llevar ese estilo de vida. Los estudios sociales dan luz sobre estos factores que muchas veces son dados por sentado.

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Liliana Martínez Lomelí

Columnista de alimentación y sociedad. Gastronauta, observadora y aficionada a la comida. Es investigadora en sociología de la alimentación, nutricionista. Es presidenta y fundadora de Funalid: Fundación para la Alimentación y el Desarrollo.

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