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Autismo social
Quizá entre los indígenas siguen en uso fórmulas de cortesía, pero en el resto de la sociedad capitalista reinan la indiferencia, la grosería y la agresividad.
Cortesía, buenos modales. Tiene que ver con ceder el lugar a una dama, un lisiado o a un viejito. Con dar las gracias. Con decir pase usted.
Tiene que ver con dar los buenos días o tardes o noches. Con no leer el periódico en la mesa, ignorando a los demás. Con decir buen provecho. Con platicar, interesar al interlocutor y prestarle atención. Con cultivar el arte de conversar, que si para algo somos humanos es para comunicarnos.
Tiene que ver con abrir la puerta del coche a la mujer. Con ayudar a alguien necesitado a bajar la escalera. Con saludar, aunque tan sólo se diga hola. Con hablarle de usted a la persona de mayor respeto. Con dar a la acompañante el lado interior de la banqueta para que no la orinen los perros, aunque ahora la mojan los automóviles que pasan sobre los charcos.
Tiene que ver, si se usa gorra o sombrero, con quitárselo al entrar a cualquier lugar cubierto. Con sentir en carne propia las tristezas y alegrías de los demás, estén próximos o lejanos, esto es, con ser solidarios.
Tiene que ver, también, con contribuir a formar un ambiente de buena convivencia. Y con las maneras amables de escribir correos electrónicos a los demás, cartas y telegramas ya son reliquias prehistóricas.
Todas esas son cosas del pasado. Ya sabemos que la urbanidad cambia con tiempos y lugares, una fue en la Antigüedad, otra en el Medioevo, otra en Oriente, etc.
¿Y hoy? ¿Quién ha oído hablar del Carreño? Este célebre libro está enterrado en el mismo sedimento en el que encontraron el sacro de Tequixquiac.
Ridiculeces. Mariconerías. Quizá entre los indígenas siguen en uso fórmulas de cortesía, herencia noble de sus antepasados.
Pero en el resto de la sociedad capitalina, la naquiza somos todos, reinan la indiferencia, la insensibilidad, la grosería y la agresividad, como lo demuestran las mentadas de madre que escuchamos en las calles las 24 horas del día.
Agréguese a todo ello el reinado de los artilugios electrónicos en la vida cotidiana de la mayoría de los ciudadanos. Todos ensimismados.
Dicen que Einstein, lo escribo de oídas, impresionado por la enajenación producida por los adelantos tecnológicos, predijo un mundo de idiotas.
Ningún buen augurio para nuestra comunidad. Al contrario. Es una grande e inexorable tendencia hacia lo que yo llamo autismo social.
¿Qué hacer para combatirla?
paveleyra@eleconomista.com.mx