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Opinión

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Además, ignorante

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Foto: Reuters

Miguel González Compeán

El Estado mexicano, entendió desde principios del siglo pasado, que la educación era la llave que podría abrir la puerta, para que la mayoría de los mexicanos pudieran cambiar su condición social. Lo veo a diario en mi facultad de derecho. Mujeres y hombres que tardan hasta dos horas para llegar a clase de 7. Sin desayunar, habiendo recorrido distancias enormes para que, a lo largo de cuatro años y medio, obtengan un titulo que es la única verdadera oportunidad para cambiar su circunstancia y tener oportunidades.

La mayoría de los secretarios de educación, durante casi un siglo, lo entendían bien y trataban de ajustar los contenidos y los mecanismos de impartición educativa para que corrieran al parejo de los tiempos y acorde, en lo posible, con las necesidades de la sociedad y de la coyuntura.

Alguno de ellos, me llegó a contar, que al Presidente de la Madrid, el tema le parecía tan importante, que destinó durante varios meses una reunión semanal a revisar con expertos y su secretario, contenidos nuevos y mejores de los libros de texto, que son nuestros verdaderos constructores del ser nacional. Por igual en una escuela privada o pública, los niños leen los mismos textos y al final, pueden compartir héroes, eventos, luchas y la compleja y larga tarea de haber hecho Nación. No quiero decir con ello, que no pueda estar en juicio crítico esa historia, pero digo que por lo menos, algo nos une al final del camino y de la vida. Símbolos, mexicanos encomiables y triunfos y derrotas que nos recuerdan que el país no está dado por hecho. Que hay que seguir construyéndolo y tomar ejemplo de los que estuvieron antes que nosotros, para no repetir equivocaciones y honrar aciertos.

También es cierto que nuestro sistema educativo tiene deficiencias. Que los maestros no son una masa homogénea, ni plenamente solida de conocimientos y de técnicas. Más allá de filiaciones sindicales, hay en ellos maestros capaces y solventes y otros un poco menos. Ante esa realidad el Presidente de México ha decidido por lo menos tres cosas. La primera, reducirle a grados superlativos el presupuesto a la cultura y desaparecer los fideicomisos que sostienen a los creadores y trabajadores de la cultura, que son nuestro único elemento transversal que nos da la posibilidad de sensibilizarnos y compartir todo aquello que no es material. La segunda, es haber reducido el presupuesto en educación, en favor de sostener los programas clientelares que lo hacen liberarse de culpas y cumplir con sus compromisos de campaña. Aunque estos no lleguen a los más pobres, ni resuelvan en el mediano plazo la situación social de sus gobernados.

La decisión parece haberse tomado: Yo daré las clases de historia, para compartir un pasado y un futuro común, bajo el manto de la 4t. El lamentable y ostensible problema, es que no sabe historia. No es sólo que se le olviden nombres, equivoque fechas o confunda circunstancias. El problema, es que no tiene un conocimiento básico, es decir, de 4to de primaria.

En Chilpancingo, desde el pulpito presidencial esta semana pasada, el presidente nos convoca a recordar “Los Sentimientos de la Nación”. Y, sí, hay que recordarlos. En ese documento se encuentran algunas de las claves más significativas de nuestra construcción nacional. Entre ellas, la definición de que la soberanía radica en el pueblo. Mientras los españoles en medio de la invasión Francesa a España, querían mantener sus privilegios y no hacer parte a el resto de la población, en la Nueva España. Mientras se discutía si los indígenas tendrían iguales derechos que los criollos o mestizos y otras razas más, José María Morelos y Pavón, redactaba una serie de artículos, en un documento que a la postre se convertiría en los Sentimientos de la Nación.

En Chilpancingo, Guerrero, el presidente, la semana pasada, sin embargo, le otorga la autoría a Vicente Guerrero. Una pifia enorme. Una demostración palpable de que su ignorancia y su desmemoria, que además de dar vergüenza, sólo nos pueden preocupar, si él se ha dado a la tarea de educarnos.

Dije en mi artículo de la semana pasada, que el presidente se presenta a hablar sin información. Sin agenda. Sin preparar los temas; es un flojo y en esta semana lo confiesa con candoroso orgullo. Se escuda en que él es un hombre sincero y que habla desde el corazón. Pues su corazón y su ignorancia son sinceras. Una verdadera tragedia para la República y para la vida pública del país. Si con base en ello él toma decisiones, por su experiencia y su saber, puede uno concluir que profundiza poco y sabe menos. Es flojo e ignorante. Nada menos, pero nada más.

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Miguel González Compeán

Ensayista e interesado en temas legales y de justicia. actualmente profesor de la facultad de derecho de la UNAM.

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