Lectura 4:00 min
Mujer divina
Mujer hace referencia a lo femenino, pero también al aspecto reivindicativo y por muchos siglos necesario, a la igualdad de derechos entre ellas y ellos.
El diccionario la define como persona del sexo femenino . George Sand decía que la mujer no existe, que sólo hay mujeres, cuyos tipos varían al infinito. Su presencia remite a distinciones de género, de carácter cultural y social, atribuidas solamente a ellas, así como a las diferencias sexuales y biológicas de la hembra en contraposición con el varón.
Mujer hace referencia a lo femenino. Pero también al aspecto reivindicativo y por muchos siglos necesario, a la igualdad de derechos entre ellas y ellos. Aunque existe gran diversidad de personajes y caracteres, de los papeles -o trapos- que las mujeres han jugado en la historia, todo ha dependido del tipo de sociedad en la que vivan, desde las compuestas por machos que cuando llegan enmudecen al palenque, hasta las muy igualitarias nórdicas y frías, donde todos y todas lavan y planchan.
Pero es claro que, desde que el mundo es mundo, las mujeres han asumido un papel notablemente diferenciado. En sociedades de caza y recolección, las féminas eran las que recogían los productos vegetales, mientras que los varones suministraban la proteína mediante la caza.
Otros, juran que a causa de su conocimiento y su gusto profundo por la flora, muchos antropólogos creen que fueron las mujeres quienes condujeron a las sociedades antiguas hacia el Neolítico y se convirtieron en las primeras agricultoras pero no lo sabremos nunca.
En otros tiempos, bíblicos y de creencias más específicas, era muy claro que en un principio había sido el Verbo. Tal origen hablaba de la voluntad y la palabra, éstas divinas, por supuesto. Pero las cosas comenzaron a complicarse y la luz a contaminarse de tinieblas. La alegría de la existencia en el Paraíso duró menos que un foco, y de la expulsión todavía no nos reponemos. Ante tal despojo, no hubo cura ni esperanza (pero sí un tufo de resentimiento misógino, por cierto).
Por culpa de ella, de Eva. Por sucumbir a la serpiente, vivir en la necedad y morder esa manzana cuando Adán ni estaba listo, ni quería, ni se imaginaba lo mucho que su género iba a necesitar de la sabiduría.
Mark Twain, haciendo un aparte y cual si de un evangelista se tratara, escribe en su libro Diarios de Adán y Eva sobre los momentos previos a la expulsión del Paraíso desde una pretendida bitácora de Adán:
Lunes. La nueva criatura dice que su nombre es Eva. Está bien, no tengo objeciones. Dice que es para llamarla cuando quiera que venga. Dije que, en tal caso, su nombre era superfluo entonces. Esta palabra suscitó su admiración. Dice que ella no es una cosa, sino una persona. Yo tengo mis dudas. Esto es confuso; sin embargo, me da lo mismo; no me importa lo que sea si me deja en paz y no habla [ ]
Viernes. Dice que la serpiente le aconseja probar la fruta de aquel árbol, y dice que la consecuencia será una enseñanza grandiosa, bella y noble.
Le dije que podría tener, además, otras consecuencias: dejaría entrar la muerte al mundo. Eso fue un error, hubiera sido mejor guardarme esa observación, porque sólo sirvió para darle la idea de que podría salvar al buitre enfermo y proveer de carne fresca a los leones y tigres desesperanzados. Le aconsejé mantenerse lejos del árbol. Dijo que no lo haría. Preveo problemas. Voy a emigrar.
Pero ya sabemos. Adán nunca se va del todo (aunque sus excursiones a comprar cigarros duren meses o lleve 30 años enterrado). Deberíamos buscar para nuestros males otra causa que no sean Dios o las mujeres, hubiera dicho Platón.
Es verdad que el origen, todo fuera como eso, muy bien pudo haber sido de otra forma. Al tiempo, las divinidades griegas, nórdicas, prehispánicas, de toda religión y mitología supieron de su propia estirpe y se acomodaron. Fue muy clara su ascendencia y descendencia en el libro del mundo. Y ese hálito de divinidad de las mujeres nunca desapareció. Después vinieron los artistas y poetas. Los que, como Lamartine, escribieron, pues todo estaba entendido, una gran verdad e irrebatible: que hay una mujer al principio de todas las grandes cosas.
(Feliz día para todas, mañana y todos los días).