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El salario mínimo
El fortalecimiento del salario mínimo ha reducido pobreza sin generar efectos adversos, pero requiere complementarse con políticas de productividad y formalización para consolidar un mercado laboral más justo y equilibrado.
Vidal Llerenas Morales | Columna Invitada
El reciente incremento al salario mínimo en México —que lo llevará en 2026 a $315.04 pesos diarios en la zona general y $440.87 en la frontera norte— confirma una tendencia que ha transformado de manera estructural la vida de las personas más pobres del país.
Durante décadas, el salario mínimo funcionó como una variable de contención: un indicador que se movía por debajo de la inflación y que dejó de cumplir su función primordial, la de garantizar a las y los trabajadores un ingreso suficiente para cubrir sus necesidades esenciales. Ese periodo, que abarcó desde los años ochenta hasta 2018, erosionó el poder adquisitivo y llevó a que, en 2014, el porcentaje de la población con un ingreso laboral inferior al costo de la canasta alimentaria superara el 45 por ciento.
En algún momento, en el contexto de las hiperinflaciones, el contener el salario mínimo pudo ser pertinente para evitar el llamado efecto faro, es decir, que los precios subieran para anticipar los incrementos salariales. Ahora, ya en los años 90, cuando las inflaciones estaban contenidas, en realidad se decidió no utilizar el salario mínimo como un instrumento de intervención del mercado laboral, para ayudar a subir los salarios más bajos del mercado laboral. A en realidad fue una decisión ideológica, neoliberal, cuando ya al inicio de este siglo la mayoría de las economías ya estaban utilizando el salario mínimo como una estrategia de equilibrar el mercado laboral en favor de quienes menos ganan.
Hoy ocurre lo contrario: el salario mínimo crece de manera sostenida por encima de los precios. Desde 2019, el incremento real acumulado supera el 154% (tomando como base 2018), con efectos visibles en la reducción de la pobreza. Se estima que de los 13.4 millones de personas que salieron de esa condición, 6.64 millones lo hicieron gracias al aumento del salario mínimo. Estos avances también se reflejan en una mejora general de las condiciones de vida.
Más allá de su impacto directo en las y los trabajadores, la evidencia muestra que estos aumentos no han generado los efectos adversos que alguna vez se temieron. La creación de empleo formal se ha mantenido estable, y los estudios recientes no identifican presiones inflacionarias atribuibles al salario mínimo, en gran parte dado el rezago histórico del salario mínimo vs la productividad.
Sin embargo, el salario mínimo no puede ser la única herramienta, ni es una herramienta infinita. Para que los avances se mantengan en el tiempo, debe articularse con políticas que eleven la productividad, faciliten la formalización y apoyen a las micro, pequeñas y medianas empresas en sus procesos de modernización.
El nuevo salario mínimo no resuelve todos los retos del mercado laboral mexicano, pero sí redefine su piso. En ese sentido, el salario mínimo y sus incrementos son una pieza central del modelo de prosperidad compartida que busca combinar mayor bienestar social con un crecimiento económico más equilibrado.