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Opinión

Lectura 6:00 min

El hongo que ilumina la Navidad

Dra. Carmen Amezcua | Columna Invitada

Esta semana, mientras acomodaba mis últimos pendientes del año en el consultorio, entró un paciente que se detuvo en seco frente a mi único adorno navideño: un pequeño hongo rojo con puntitos blancos, como salido de un cuento nórdico. Lo observó unos segundos, ladeó la cabeza y me preguntó:

—Doctora… ¿eso es una Amanita muscaria?

Asentí sonriendo. Él añadió:

—¿Y no es peligroso tener eso aquí?

No pude evitar reír. Porque sí, además de psiquiatra integrativa, soy micóloga aficionada y coleccionista de hongos de cerámica, madera, tela, papel... Y si uno se fija, se dará cuenta de que están por todas partes en mi consultorio. Pero este año decidí que mi decoración navideña sería minimalista: un solo hongo rojo y blanco presidiendo la temporada.

Le expliqué que la figura era inofensiva y que, en todo caso, era una excusa perfecta para contar una de mis historias favoritas de la temporada: la teoría que conecta a este hongo con la Navidad.

Sus ojos se abrieron como si acabara de descubrir un secreto exquisito. Y entonces pensé que quizás también era buen momento para compartirlo aquí.

Las raíces nórdicas del mito

Mucho antes de que existiera Santa Claus, ya habitaban Siberia pueblos nómadas como los chukchis, los koryaks y los evenkis. En ese mundo donde la oscuridad invernal podía durar meses, la Amanita muscaria no era un símbolo pop ni una figurita navideña, sino parte de un entramado espiritual profundo.

Los chamanes recolectaban estos hongos en invierno, los secaban colgándolos en las ramas de los abedules —como pequeñas esferas rojas decorando un árbol— y los utilizaban en ceremonias para sanar, ver y reconectar con lo invisible en medio de la desconcertante oscuridad.

Cuando la nieve bloqueaba las entradas de las viviendas, el chamán entraba por el techo, deslizándose por lo que hoy podríamos llamar una chimenea ancestral. Iba vestido de rojo y blanco, viajaba en un trineo jalado por renos y llevaba consigo “regalos” espirituales.

¿Coincidencia? ¿Herencia simbólica? ¿Mito que se volvió tradición? No hay certezas, pero la belleza de la historia basta para imaginar que algo de la Navidad que hoy conocemos nació en esos bosques.

La Amanita muscaria es inconfundible, con su sombrero rojo brillante con verrugas blancas, tallo blanco y una base volvada. Es tan perfecta que parece un dibujo animado. Por eso aparece en videojuegos, tatuajes, artesanías y adornos.

Pero su belleza puede engañar. La Amanita muscaria no se comporta como los hongos psicodélicos clásicos. Su química es mucho más compleja, más caprichosa y, sí, más peligrosa.

¿Qué efectos tiene en el cerebro?

Su efecto proviene principalmente de dos moléculas que actúan casi como fuerzas opuestas. La primera es el ácido iboténico, responsable de estimular el sistema nervioso. Si concebimos al cerebro como una serie de interruptores que regulan el flujo de energía, esta molécula “atora” algunos de ellos, impidiendo que circule demasiada electricidad. El resultado puede ser confusión, temblores, desorientación, ansiedad y movimientos espasmódicos.

La otra molécula relevante es el muscimol, que “baja las luces” y lleva al cerebro a un estado intermedio entre el sueño y la vigilia. Cuando el hongo se seca o se procesa adecuadamente, parte del ácido iboténico se transforma en muscimol, lo que activa una especie de freno neuronal. El efecto incluye estados de trance, sueños lúcidos, sensaciones de flotación, despersonalización y percepciones oníricas.

Más que un viaje psicodélico, lo que produce este hongo es un sueño extraño, consciente, bizarro en el sentido técnico del término. Puede ser eufórico o incómodo, a veces ambas cosas en una misma experiencia.

Cada Amanita muscaria es distinta. Algunas contienen más ácido iboténico y resultan más tóxicas, mientras que otras tienen mayor concentración de muscimol, lo que potencia su efecto sedante. Al intentar expulsar estas sustancias, el cuerpo suele reaccionar con náuseas, sudoración y alteraciones en la presión arterial.

Por eso, su uso ancestral requería ritual, conocimiento y respeto. Y por eso hoy, en contextos occidentales, puede provocar accidentes cuando se romantiza o se confunde con la psilocibina.

Del chamanismo a la ciencia

A pesar de que la Amanita muscaria no es una medicina segura, uno de sus compuestos —el muscimol— ha abierto puertas fascinantes en la neurociencia. Actualmente se investiga para entender mejor cómo actúan los receptores GABA, que son los principales frenos del sistema nervioso central. También se estudia su potencial para disminuir el dolor neuropático, inducir el sueño en casos severos de insomnio y controlar la excitabilidad neuronal en la epilepsia.

El hongo no se prescribe como tratamiento, pero ha sido, sin duda, un maestro molecular. Gracias a él, comprendemos un poco mejor los misterios del cerebro.

Un símbolo que ilumina

En esta época en que los hongos rojos aparecen en adornos, papel de regalo, películas, duendes y videojuegos, vale la pena recordar que estos símbolos vienen de historias antiguas, de ceremonias en el bosque, de chamanes entrando por el techo, de renos inquietos, de luces rojas encendidas bajo la nieve.

Mi pequeña figurita de Amanita muscaria sigue ahí, en mi consultorio, presidiendo discretamente la Navidad. Y cuando mis pacientes me preguntan por ella, como lo hizo este paciente hace unos días, se abre la puerta a una conversación fascinante.

La Amanita muscaria no es una medicina moderna ni un psicodélico ceremonial seguro.

Pero sí es un recordatorio de que la naturaleza guarda historias que hemos heredado sin darnos cuenta. Y que incluso en el invierno más oscuro, siempre aparece algo rojo que ilumina el camino: un hongo, un mito, un símbolo… o, a veces, una verdad que no sabíamos que estábamos listos para escuchar.

Me encantaría conocer tus dudas o experiencias relacionadas con este tema. Sigamos dialogando; puedes escribirme a dra.carmen.amezcua@gmail.com o contactarme en Instagram en @dra.carmenamezcua.

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Carmen Amezcua es consultora, conferencista y experta en psiquiatría integrativa. Tiene más de 17 años de experiencia dentro de la industria farmacéutica y de la salud.

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