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De hombres y megawatts
Vivimos en una minúscula esfera de piedra que gira, sobre nada, a 30 km/s alrededor de un reactor nuclear de 4,600 millones de años de edad. Así explicado, nuestro planeta puede parecer irrelevante, poco especial. Sin embargo, es en este esferoide donde los humanos hemos nacido y crecido, todos nosotros. Es ahora, que podemos vernos a nosotros mismos, a nuestra casa, desde lo más profundo del Sistema Solar, cuando estamos convirtiendo ciencia en tecnología a un ritmo vertiginoso, cuando nos hemos vuelto expertos en manipular las leyes de la naturaleza tan pronto las conocemos, para obtener beneficios tangibles, siempre innovando desde la base de conocimientos que llevamos milenios acumulando, que me gustaría contarles sobre la historia y los avances que hemos conseguido en algunos de estos campos, desde el punto de vista de un apasionado.
Pongamos por ejemplo una de las fuerzas fundamentales del Universo. Contemplábamos el rayo con temor y reverencia hace diez mil años. Pero en el siglo XVIII, Franklin y su papalote dieron inicio al verdadero conocimiento de lo que hoy conocemos como electricidad. A partir de entonces empezó una frenética carrera por comprender, domar y utilizar este fluido a mayor gloria de la humanidad. Así nacieron la luz artificial, los motores (cuando comprendimos la relación con el magnetismo), la refrigeración, las telecomunicaciones (cuando la relacionamos con las ondas de radio) y muchísimos procesos químicos que hasta entonces ignorábamos.
Después del vapor, cuya capacidad de generar movimiento conocíamos desde la Grecia Antigua, y el motor de combustión interna, indudable impulsor del transporte a pequeña escala a principios de la civilización industrial, nada, nunca, ha influido en el progreso de la humanidad como la electricidad y los fenómenos derivados de ella. Es gracias al conocimiento de la utilización de la electricidad que hemos podido avanzar en campos tan disímiles como la radioastronomía y la imagenología del interior del cuerpo humano; la computación y la electrólisis; el transporte de alta velocidad y la iluminación y proyección a bajo costo. A partir del primer generador eléctrico, inventado por el mismísimo Michael Faraday en 1831 en Londres, el clamoroso éxito que el francés Furneyron obtuvo con la primer turbina hidroeléctrica (él mismo acuñó el término ) a la primera central eléctrica, instalada en Pearl Street, Nueva York por Thomas Edison en 1882 y alimentada por motores de combustible diesel, la generación de electricidad a gran escala ha conseguido transformar radicalmente la faz de nuestro planeta, nuestra forma de vida como personas y como sociedad; no siempre para bien, sin embargo. En nuestro afán por mantener el suministro cada vez más elevado del fluído eléctrico, hemos construido represas de proporciones pantagruélicas (la Hoover en el río Colorado, las Tres Gargantas en el Yangtsé) cada una de las cuales ha requerido cientos de miles de toneladas de concreto y provocado daños incalculables a la ecología de sus respectivas regiones. hemos quemado combustibles fósiles a una velocidad y con un ansia tales que el cambio climático de origen antropogénico es una realidad innegable para la comunidad científica.
Sin embargo, no dejaremos de necesitar la electricidad y depender cada vez más de ella. Es la intención de esta columna dar a conocer los cambios más recientes en generación de energía con métodos renovables, sustentables o verdaderamente limpios, las últimas innovaciones en ciencia y tecnología que nos permitan, entre otras muchas cosas, revertir los cambios generados por el progreso en la naturaleza, así como los últimos descubrimientos e invenciones en estas áreas.