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Contra los ricos: una propuesta para acabar con la concentración de riqueza

El filósofo alemán Christian Neuhäuser ha publicado un libro que pone nerviosos a los economistas, en el que propone un impuesto de 100% a las fortunas. La obra se inscribe en un momento histórico en el que existe una altísima concentración de la riqueza y, como correlato, una altísima expansión de la pobreza

Combination photo of Bill Gates, Warren Buffett, Jeff Bezos, Amancio Ortega, Mark Zuckerberg, Larry Ellison, Carlos Slim and Michael BloombergREUTERS, X01595, Copyright (c) 1998 Hewlett-Packard Company

“Es pobre el que quiere” es una frase que a fuerza de su repetición masificada se ha ganado el ser un lugar común, y se dice desde la lógica de que existe un camino claro y distinto cuyo tránsito lleva a la riqueza, y apartarse de él de forma voluntaria, a la pobreza. Es pobre entonces el que voluntariamente no quiere tener dinero. La fórmula es semejante a la del pecado en la religión: la virtud la conforma el alinear la propia voluntad a la voluntad divina; el pecado es apartarse voluntariamente de ésta.

“La riqueza es un problema moral”, afirma Christian Neuhäuser, filósofo —ésos temerosos del éxito— alemán, en una obra en la que además de plantear esta cuestión que hace que retiemble en sus centros la Tierra del sentido común neoliberal, y ya rebasada toda cordura, se atreve a proponer que se aplique un impuesto de 100% a las rentas de los ricos para acabar con la concentración y lograr la distribución de la riqueza.

La intención de aplicar un impuesto así a las fortunas es equiparable al gravar cigarros o bebidas azucaradas: desalentar su consumo, y en el caso de la riqueza, eliminar su concentración. Tanto para gravar fortunas como pastelillos azucarados, antes se debe convencer a las personas de que son productos nocivos, de lo que se seguirá la pertinencia de la medida.

El libro de Neuhäuser lleva el provocador título de Reichtum als moralisches Problem (editorial Suhrkamp), que en español podría traducirse como “La riqueza como problema moral”. Neuhäuser publica esta obra en un momento histórico en el que existe una altísima concentración de la riqueza y, como correlato, una altísima expansión de la pobreza. No obstante la contundencia de esta realidad —“Y viendo veréis, y no percibiréis...”, reza el versículo Mateo 13:14—, economistas como Arthur Laffer —quien fue consejero de Ronald Reagan y asesor de la campaña de Donald Trump, entre otros cargos— aseguró en una entrevista publicada en el 2016 en el medio Cinco Días que “cuando tratas de redistribuir, creas más pobreza”.

Laffer ve en la redistribución de la riqueza y el Estado de bienestar formas de regalar recursos a quien no tiene voluntad de trabajar por hacerse rico. “Si quitas dinero a los ricos y se lo das a los pobres generarás muchos pobres y no habrá gente rica”, declaró al medio español. Partidario de bajar impuestos a los más ricos, encuentra que el gravar fortunas es gravar el trabajo. “¿Por qué gravamos el trabajo? ¿Queremos menos trabajadores?”, declara en crítica a una medida del gobierno español de aumento de impuestos tomada por aquellas fechas.

Para Laffer, la existencia de ricos es necesaria, y debe mantenerse con privilegios fiscales. Los pobres son, entonces, personas aquejadas por la haraganería. Ninguno de sus supuestos tiene demostración que implique un método de falsación. Son, en el mejor de los casos, sus creencias. El problema es que sus convicciones han sido política pública.

En contraste, la propuesta de Neuhäuser tiene como intención declarada no el regalo de recursos, como esgrimiría el economista, sino la disminución de las desigualdades. Para ello, es evidente para el filósofo que debe convencer a una gran parte de la población no de que la riqueza es mala, sino de que la concentración de la riqueza es perniciosa para todos. El debate es moral y no económico, porque nunca ha sido en realidad de otro ámbito.

Es conocida la afirmación de Max Weber de que el capitalismo es una secularización de la fe protestante, es decir, que los valores de este orden social y económico son tomados de la corriente religiosa que inauguró Lutero con sus 95 tesis. Walter Benjamin irá más lejos y dirá —tesis que será continuada por varios pensadores de la actualidad— que el capitalismo es un fenómeno religioso en sí mismo.

Así, la lógica capitalista —y su fase neoliberal— estaría cimentada sobre dogmas de fe. Declaración tras declaración, salta la convicción de los oficiantes de este culto —tecnócratas, las más de las veces— de que toda medida tomada en una economía nacional en línea con estos dogmas tiende teleológicamente al bien de todos, pese a que las evidencias —esas temerosas del éxito— señalen lo contrario.

Giorgio Agamben hará un comentario a la crítica de Benjamin al capitalismo y en su ensayo “Walter Benjamin y el capitalismo como religión” dirá: “El capitalismo es una religión basada enteramente en la fe, una religión cuyos seguidores viven sola fide (sólo por medio de la fe) [...] el capitalismo no tiene objeto: cree en el hecho puro de creer, en el puro crédito (believes in pure belief), es decir: en el dinero”.

De esta forma, se entiende la diferencia de posturas existente entre Laffer y Neuhäuser: mientras para el primero lo primero es el dinero, para el segundo, su postura humanista lo conduce a buscar una solución de bien común.

Lo intrépido de la postura de Neuhäuser lo ha hecho blanco de críticas rápidamente. No obstante, las críticas más fuertes no vienen del ámbito de la filosofía moral, sino del de los economistas. Ejemplo de ellos es la reseña del libro de Neuhäuser publicada en el diario alemán Die Zeit, de perfil social liberal, que si bien resalta lo provocadora de la propuesta y su contribución a un debate necesario, desde el punto de vista económico, el columnista Tim Reiß escribe: “Lo que irrita, sin embargo, es que Neuhäuser sostiene —en contra de cualquier doctrina económica— que una tributación ilimitada de los ingresos sin pérdida de riqueza a largo plazo es posible”.

Con todo, el combate sistémico a la concentración de poder no es nueva. En la Grecia Antigua existía la práctica política denominada ostracismo. Ésta consistía en enviar al exilio, votación mediante de los hombres libres de la polis, a quien los ciudadanos consideraran que estuviera concentrando poder político, mismo que pudiera poner en riesgo la democracia, evitando así que se formara un tirano. La propuesta de Neuhäuser combate la concentración de riqueza, sí, pero en nuestra época esta viene aparejada de poder político y otros privilegios, mismos que los gobiernos a modo, cooptados por estos poderes fácticos, mantendrán, agudizando las desigualdades y aumentando la pobreza.

luis.martinez@eleconomista.mx

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