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Capital mental: La psiquiatría de antes
A finales de 1898, una antigua construcción ubicada en el número 89 de la calle Guadalupe Victoria, en la delegación Tlalpan, fue transformada en hospital público por el Dr. Rafael Lavista, pionero en las Américas del tratamiento quirúrgico de la epilepsia.
En una antigua construcción ubicada en el número 89 de la calle Guadalupe Victoria, en la delegación Tlalpan frente al mercado y la plaza principal, la Universidad Pontificia de México se estableció -por segunda ocasión- hace tres décadas.
En el siglo XIX el gobierno de Juárez había requisado la inmensa propiedad de manos de la iglesia. Los cambios políticos de entonces priorizaban otro tipo de necesidades ciudadanas. Así es que a finales de 1898, la vieja casona fue transformada en hospital público por el Dr. Rafael Lavista, pionero en las Américas del tratamiento quirúrgico de la epilepsia.
En sus últimos años hospitalarios, los impersonales pasillos, los amplios y desordenados jardines y las austeras y deprimentes habitaciones albergaron a miles de enfermos en lo que hasta 1982 fue el Sanatorio Psiquiátrico Rafael Lavista.
Una gélida madrugada hace 40 años llegó maniatado un joven alucinado. Se veía como un paciente más acompañado de unos familiares atribulados y desesperadas por resolver el penoso asunto aunque fuera en un hospital para locos.
La guardia de aquel fin de semana había resultado particularmente fatigosa y agitada. Varios alcohólicos reincidentes se resistían al internamiento. Unos se tornaban violentos, aunque la mayoría parecía triste y resignada, dócil incluso. Cuando esa noche el teléfono timbraba negándose a dar tregua, yo solamente deseaba que fuera otra pesadilla.
Mis poderes mentales son tan especiales dijo el muchacho alucinado al verme entrar bostezando en la habitación mal alumbrada que en este instante puedo destruirte con mi mirada.
Estaba convencido de su ser excepcional y omnipotente, mientras que yo me esforzaba a los veinte años por entender lo imposible y fascinante de aquella historia.
La conversación entre ambos se prolongó durante varias horas hasta que el amanecer nos sorprendió. Repetidamente los papeles formales de médico y paciente fueron trastocándose. La empatía y el interés mutuo imperceptiblemente modificaron las respectivas narrativas.
El psicótico devino repentinamente en sabio, en maestro, en el más virtuoso de los desvaríos; mientras que el aprendiz de psiquiatra tuvo que ceder en más de una ocasión su derecho a la cordura y al sagrado principio de realidad.
Eran tiempos en que los psiquiatras y sus pacientes hablaban largo y tendido examinando pensamientos y sentimientos. Eran tiempos de pensar narrativamente y de sorprenderse ante lo imposible.
En un futuro cercano parece ser que las cosas cambiarán radicalmente. El paciente visitará al psiquiatra quien en cinco minutos llenará un cuestionario como si se tratara de un resfriado. Algún asistente extraerá un poco de sangre del enfermo para de inmediato enviarlo a casa. Horas después, alguna persona podrá recoger el medicamento hecho a la medida, diseñado de acuerdo a características genéticas particulares.
¿No me lo creen? Para allá vamos y no falta mucho. Aún cuando el mapa de ciertas interacciones celulares tome todavía algunos años más, el registro de la actividad genética ya es un hecho posible de la ciencia.
De ahí a la creación de medicamentos a la medida sólo falta un pasito. ¿Será lo mejor para todos?