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Opinión

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De la Virgen a los Reyes: cuando la tradición se convierte en gasto

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Claudia Ivett Romero-Delgado | Columna invitada

Claudia Ivett Romero-Delgado

Diciembre es, para muchas familias mexicanas, el mes más emotivo del año, pero también uno de los más costosos. La suma de celebraciones religiosas, compromisos sociales y tradiciones profundamente arraigadas convierte estas semanas en un periodo de gasto intenso que suele extenderse, sin darnos cuenta, hasta bien entrado enero. Más allá de la nostalgia y la convivencia, diciembre pone a prueba la estabilidad financiera de los hogares, especialmente en un contexto económico marcado por inflación, endeudamiento y salarios ajustados.

El calendario comienza temprano, el 12 de diciembre, con los festejos del Día de la Virgen de Guadalupe. Aunque no todas las familias participan de la misma manera, muchas destinan recursos a mañanitas, comida para invitados, veladoras, flores o pequeñas reuniones. En colonias y barrios populares, estas celebraciones pueden implicar cooperación comunitaria, pero también gastos individuales que, aunque parecen menores, se acumulan. Entre alimentos, refrescos y antojitos, una familia puede destinar varios cientos o incluso miles de pesos en un solo día.

A partir del 16 de diciembre llegan las posadas, una tradición que combina religión, convivencia y consumo. Las posadas escolares, laborales, familiares y vecinales multiplican los compromisos. Cada una implica cooperación para alimentos, piñatas, dulces, bebidas y, en muchos casos, intercambios de regalos. Aunque se trata de gastos fragmentados, el impacto total suele subestimarse. Una familia promedio puede gastar varios miles de pesos solo en posadas, especialmente si tiene hijos en edad escolar o participa activamente en reuniones sociales.

El punto culminante del gasto llega con la cena del 24 de diciembre. Esta noche, asociada al reencuentro familiar, se ha transformado también en una demostración de abundancia. Pavo, pierna, bacalao, romeritos, bebidas, postres y decoración representan uno de los desembolsos más altos del mes. Dependiendo del tamaño de la familia y del menú, esta cena puede oscilar entre montos moderados y cifras que superan fácilmente el ingreso semanal o incluso quincenal de muchos hogares. A ello se suman gastos en ropa nueva, arreglos personales y traslados.

Lejos de terminar ahí, el ciclo continúa con la cena de fin de año. Aunque para algunas familias es más sencilla que la del 24, para otras representa un segundo gran evento, con alimentos especiales, bebidas alcohólicas y reuniones que se prolongan hasta la madrugada del 1 de enero. Este doble gasto en menos de una semana suele financiarse, en muchos casos, con ahorros que se agotan rápidamente o con el uso de tarjetas de crédito.

Enero, que tradicionalmente se percibe como un mes de ajuste, inicia en realidad con nuevas presiones económicas. La Rosca de Reyes y los regalos del 6 de enero implican otro desembolso importante. Comprar una rosca para la familia, el trabajo o los amigos se ha vuelto cada vez más caro, y a ello se suman los regalos para niñas y niños. En muchos hogares conviven varias tradiciones a la vez: Santa Claus, el Niño Dios y los Reyes Magos, lo que multiplica el gasto y extiende el impacto financiero de diciembre.

A este escenario se añade un elemento clave para entender la fragilidad financiera de los hogares: en enero también se pagan el predial y el servicio de agua. Para obtener los descuentos por pronto pago que ofrecen gobiernos municipales y organismos operadores, las familias deben cubrir estos servicios en las primeras semanas del año. Es decir, justo cuando los ingresos están más presionados y el gasto decembrino aún no se ha absorbido, aparecen obligaciones fijas que no admiten improvisación.

Todo este recorrido evidencia una realidad incómoda: la llamada cuesta de enero no es un fenómeno aislado ni inevitable, sino el resultado de decisiones acumuladas y, en muchos casos, de una limitada educación financiera. La falta de planeación, la normalización del endeudamiento y la ausencia de presupuestos familiares convierten a diciembre en un detonador de estrés económico que se arrastra durante meses.

Hablar de educación financiera no es hablar de austeridad extrema ni de eliminar tradiciones, sino de aprender a anticipar, priorizar y decidir con información. Implica reconocer que celebrar también cuesta y que no todo gasto es indispensable. Significa enseñar, desde edades tempranas, a distinguir entre deseo y necesidad, a planear pagos futuros y a entender las consecuencias del crédito mal utilizado.

En un país donde el ingreso es limitado para millones de familias, la educación financiera debería ser parte de la conversación pública, especialmente en temporadas de alto consumo. Celebrar de manera responsable no solo protege el bolsillo, también fortalece la tranquilidad familiar. Tal vez el mejor regalo de fin de año no sea el más caro, sino la capacidad de iniciar enero con estabilidad, sin deudas innecesarias y con decisiones financieras más conscientes.

Queridos lectores que pases una muy Feliz Navidad y que el 2026 esté lleno de mucha salud y bendiciones.

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