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Políticos reprobados

Manuel Ajenjo | El privilegio de opinar
Llega el fin de año y con él las calificaciones anuales para los políticos. En esta ocasión esta columna se ocupará sólo de los que se portaron mal que son una mayoría descalificada, sin mencionar nombres, no por miedo a represalias, sino porque son tantos que no alcanzaría la última columna del año para mencionar a los reprobados y describir sus hazañas, esas que generan la suspicacia ciudadana.
Este 2025 nos regaló un desfile de prodigios dignos del mejor circo de tres pistas, aunque ninguna de las tres pistas haya sido seguida por la fiscalía. Ejemplos: el político que prometió no mentir, lo cual, en sí, ya es mentira; la gobernadora que juró combatir la corrupción y acabó combatiendo a los periodistas que la mencionaban; el legislador que llegó al cargo por voto popular y salió por la puerta trasera en una camioneta de alta gama “no es mía, me la prestaron”.
La fauna es variada y suertuda: les prestan helicópteros porque legislar para bien de la patria requiere velocidad; los invitan a viajar en primera clase; reciben herencias y les prestan dinero a largo plazo y con cómodos intereses. Y qué decir del gobernador que se declara enemigo del nepotismo mientras su árbol genealógico se reproduce como bosque en las nóminas públicas. Y del alcalde que no tolera el amiguismo, pero tolera que sus compadres se queden con las obras públicas, los contratos, los permisos y hasta le vendan el papel higiénico al ayuntamiento.
Y cómo definir a esa poderosa cofradía del “no sabía”. Esa que ignora quién maneja el dinero, quién manda en el municipio, quién puso las mantas, quién cobra piso y quién dejó el maletín lleno de efectivo debajo del escritorio. “Yo no sabía” es la versión política de “yo no fui, son puros cuentos de por ahí”.
Otro caso: el campeón de Pádel y de la asistencia a la Cámara por control remoto, quien estuvo envuelto en un escándalo de acoso, insinuaciones indebidas y silencios muy costosos. Personaje que demostró con amplitud que el fuero no solo protege opiniones, también funciona como chaleco antidenuncias incómodas. Su lema es: “yo no acoso, yo pongo en práctica mi inmunidad”.
En las cámaras legislativas vivimos el renacimiento del deporte nacional: la lucha libre parlamentaria. Hubo jaloneos, empujones, gritos, señalamientos y recuerdos familiares. La diferencia es que aquí no hubo referee que descalificara a nadie, porque todos son árbitros, jugadores, porristas y público. En San Lázaro, el Senado y Donceles, se confirmó que el diálogo político es un asunto democrático, siempre y cuando no implique escuchar al otro.
El capítulo inmobiliario parece arrancado de un libro de ciencia ficción: Casas que brotaron de la nada, ranchos que aparecieron como por arte de magia, departamentos que se compraron con “ahorros de toda la vida” —una vida sorprendentemente productiva para alguien que siempre ha vivido del presupuesto— y terrenos que se adquirieron “porque estaban baratos”, justo antes de que el gobierno anunciara una megaobra en esa misma zona. Coincidencias, todas. Puras coincidencias.
En materia del crimen organizado, el año estuvo prolífico. Hubo autoridades que combatieron al narco con discursos, con conferencias, con desplegados y con frases heroicas, mientras el narco combatía a la autoridad con algo menos poético pero más efectivo: dinero y control territorial. Entre ambos, la población aprendió que hay zonas donde manda el Estado y otras donde manda “el otro Estado”, el que no cobra impuestos, cobra piso.
Última hora, el suceso del ferrocarril interoceánico que embarra un apellido ilustre con alto tren de vida y una institución marítima —marinero a tus barcos— de incomprensible manejo ferroviario. Es urgente una investigación que vaya por la vía de la transparencia porque puede pensarse que el tren no descarriló, simplemente siguió la ruta de la corrupción, pavimentada con contratos inflados, birlos flojos y promesas bien aceitadas. ¿O el percance tendrá un trasfondo político atribuido a la oposición huérfana de liderazgo?


