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Opinión

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Bestiario marino

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Nalleli Candiani | Columna invitada

Nalleli Candiani

De su boca salen hachones de fuego; centellas de fuego proceden. De sus narices sale humo, como de una olla o caldero que hierve. Su aliento enciende los carbones, y de su boca sale llama.

Job 41:19-22

El Pasaje de Drake es una franja de agua helada y misteriosa que separa América del Sur de la Antártida y es una de las aguas más turbulentas del mundo debido a la convergencia de las corrientes oceánicas. El agua es profunda y sólo adecuada para navegantes arrojados y experimentados.

Olas de más de diez metros de altitud que apalean a los barcos. El océano aquí es gélido, lleno de vicisitudes, confusión y soledad.

Sin embargo, nuestro buque es fuerte, resiste; fue diseñado para atravesar espacios transoceánicos.

“Estamos avanzando, es infinitamente posible”.

Las féminas que estaban en la expedición nos dijeron esta frase lapidaria ya casi desquiciadas por lo difícil que había sido el viaje conjunto; por las pruebas pasadas, por los terrores superados, por los sacrificios, por las injusticias, la impiedad, la crueldad, por el dolor de ver a los queridos hombres y mujeres que murieron. Surcábamos ya el mar unos pocos. Sólo quedamos unos cuantos.

No lo escribo en mi bitácora:

“Hay una escalera en un lugar extraño, dentro del conducto de la gran chimenea del buque. Es una agigantada serpiente enroscada.

Cuando comienzo a subir por ella, me provoca a reflexionar en lo vengativa, lo mala, y lo rencorosa que soy; cómo estuve tras de mi familia, cómo ahí estuve después de mi nacimiento, mordiéndolos. Es, pues, la escalera de las cosas robadas para mí: mi culpa, mi ascenso.”

Todos estos relatos estremecedores obedecen a la imposibilidad de salir de uno mismo.

Me he dado cuenta de que no tiro nada hasta que no lo he analizado meticulosamente. Por eso tengo y me hundo en tanta basura acumulada; puedo y debo coleccionar incluso a los abominables monstruos del Mar Negro; ese mar que se confunde con el pasaje de Drake ya en un momento de lucidez extrema, con sus uranianos, arácnidos, despiadados seres con misiones y tareas sin tregua y que habitan estas aguas terribles.

Irrumpen desde el abismo infernal marino, psíquico, con una violencia desconocida, descomunal, despiadada, para borrarnos y devorarnos.

Estos monstruos comen partes de tu cuerpo mientras tú mueres.

El Cálamo Negro, semejante a una serpiente con escamas oscuras o negras. De ahí el nombre. Tiene propiedades sobrenaturales: ojos brillantes y la aptitud de controlar el clima y desencadenar tormentas.

Me abrió ciertas puertas.

Está también el Leviatán del Mar Negro, que se caracteriza como una enorme y poderosa criatura marina, un monstruo en forma de serpiente o dragón de mar, que también puede ocasionar terremotos y calamidades; puede hasta devorar barcos enteros; te hace repetirte sin dignidad.

Sigo lentamente colocando mis pies uno delante del otro, paso a paso, subiendo con dificultad por cada peldaño de la mencionada escalera de caracol.

Lo más decisivo de estas escalinatas es que las experimento con mi propio cuerpo: comienzan en mis pies y terminan cíclicamente en mi cabeza. Estoy exhausta.

Cada peldaño es un momento de gran peligro que debo pensar detenidamente: acortar la responsabilidad, contener la respiración, corregir la respuesta a lo que se ve y a lo que ya no se ve.

Porque tengo miedo de que todo de repente desaparezca, colapse o explote.

La culpa no nació conmigo.

La culpa me la heredó mi padre.

La culpa sube conmigo.

X: CandianiNalleli

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Nalleli Candiani

Colaboradora para el periódico El Economista columna invitada. Bailarina profesional, artista, danzaterapeuta, eterna estudiante.

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