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Nueva búsqueda científica de la elusiva fuente de la juventud

"Piense usted en las cápsulas de hibernación que se ven en las películas futuristas para viajes espaciales; bueno pues nosotros queremos construirlas". Escribió Laura Deming, una destacada biotecnóloga del MIT especializada en el campo del envejecimiento molecular, así como de una creciente y popular disciplina encaminada a “extender la vida”.
¿Suena extraído de una película de ciencia ficción? Parece, pero es real. Tan real que Deming fue una de las primeras receptoras de la prestigiosa Beca Thiel a los catorce años. Su fondo de venture capital Longevity Investors ha recaudado más de mil millones de dólares para invertirlos en la investigación y desarrollo de la longevidad humana.
La organización más icónica encargada de la investigación y evolución en la prolongación de la vida humana es la Alcor Life Extension Foundation, una institución sin fines de lucro, fundada en 1972. Tiene cientos de cuerpos y cabezas almacenados en contenedores especializados en Arizona. Sin embargo, nunca ha estado ni cerca de demostrar que puede reanimar a cualquier persona o cerebro. “Es como si la gente construyera un cohete, lo pusiera en una plataforma y lo dejara allí esperando”, declaró la científica prodigio.
Deming recientemente presentó al público Cradle Healthcare, una startup que ha estado dirigiendo en secreto durante los últimos tres años. Uno de los controversiales objetivos de la empresa es tratar de desarrollar tecnología en torno a la “criopreservación reversible”. Esta consiste literalmente en congelar a personas vivas que sufran enfermedades y luego revivirlas en el futuro, cuando se hayan encontrado curas para sus dolencias. La meta parece demasiado ambiciosa a primera vista, quizá imposible de lograr. Pero la trayectoria planteada ya ha dado algunos resultados que se podrían aterrizar en el corto y mediano plazo.
De hecho, la citada compañía dice que ya enfrió y “reanimó” con éxito una porción de cerebro de roedor y descubrió que la muestra retenía actividad eléctrica en sus neuronas. En realidad, la criopreservación de tejido vivo es una tecnología que ya existe. Es utilizada actualmente para la fertilización in vitro. Asimismo, neurocientíficos suelen utilizar muestras de tejido cerebral de roedores para realizar investigaciones, ya que las muestras humanas pueden ser difíciles de encontrar.
En el corto plazo, la criopreservación de cortes de tejido cerebral humano permitiría a los investigadores solicitar una muestra en cualquier momento. La facilidad de acceso a muestras humanas de tejido cerebral promovería el estudio más preciso de enfermedades neurodegenerativas, se podrían desarrollar tratamientos más efectivos y -en general- podríamos comprender mejor la complejidad del cerebro humano.
En el mediano plazo, los descubrimientos de Cradle podrían aplicarse a la donación de órganos. Cuando el proceso es muy urgente, se dificultan las pruebas para encontrar la compatibilidad de órganos y donantes. Congelar y reavivar órganos eliminaría esas limitaciones logísticas de tiempo.
De hecho, recientemente, un grupo de investigadores de la Universidad de Minnesota congeló riñones de rata durante 100 días, luego los reavivó y los trasplantó a otras ratas, donde aparentemente los órganos recuperaron su función completa después de un mes. En el largo plazo, Cradle busca dar el complicado salto para aplicar eso a órganos humanos más grandes y, en última instancia, a cuerpos completos.
Imagine usted, estimado lector, un futuro con sistemas de IA gestionando todos los aspectos de la vida diaria; implantes cerebrales conectados a la nube para obtener información “ilimitada” y para comunicarse instantáneamente; nanobots monitoreando y mejorando constantemente la salud física; exoesqueletos que aumentarán las capacidades físicas y avances biotecnológicos que permitirán diseñar genéticamente a seres humanos que vivirán 100, 120 ó 150 años -en parte gracias a la criopreservación de órganos-.
Sin embargo, estos avances tecnológicos y científicos también plantean complejas cuestiones éticas. La posibilidad de preservar y revivir cerebros humanos nos obliga a reflexionar sobre la naturaleza de la identidad y la continuidad personal. ¿Qué significaría realmente revivir un cerebro humano? ¿La persona revivida conservaría sus recuerdos, su personalidad y su esencia? ¿O sería un ser completamente nuevo? Es lo que algunos han llamado “transhumanismo”, un término acuñado para describir a los seres humanos que buscan trascender a sus propias limitaciones biológicas. ¿Debemos los seres humanos redefinir conceptos fundamentales de la vida y la muerte? ¿Nos corresponde ese papel?
Estos avances también plantean otras preguntas quizá menos filosóficas, pero igualmente difíciles de responder. ¿Cómo afectaría una vida más prolongada las dinámicas sociales, económicas y ambientales? ¿A la sobrepoblación? ¿Quiénes tendrán acceso a esta tecnología? ¿Podría esto conducir a más y mayores desigualdades sociales?
Finalmente, la extensión de la vida humana tendría profundos impactos sociales, económicos y ambientales. ¿Cómo se gestionarían los recursos de un planeta con una población que vive mucho más tiempo? ¿Qué implicaciones tendría para los sistemas de pensiones y la economía global? ¿Cómo se garantizaría el acceso equitativo a estas tecnologías avanzadas? ¿Podría esto aumentar aún más las desigualdades sociales, creando una división entre quienes pueden permitirse prolongar sus vidas y quienes no? Más preguntas sin respuestas.
La fascinación por la fuente de la juventud ha cautivado a la humanidad durante siglos, inspirando sueños de inmortalidad y rejuvenecimiento. Este anhelo milenario sigue vivo hoy y ahora es explorado por científicos respaldados por miles de millones de dólares. ¿Podrá la ciencia finalmente convertir este antiguo sueño en realidad?
X: @EduardoTurrentM