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Las implicaciones globales de las elecciones en Irán

En la segunda vuelta presidencial de Irán, los votantes elegirán entre dos candidatos de lados opuestos del espectro político. El Eje de Resistencia antioccidental sobrevivirá de cualquier manera, pero una victoria del reformista Masoud Pezeshkian podría brindar una oportunidad para erosionar su cohesión.
MADRID. La primera vuelta de las elecciones presidenciales de Irán se desarrolló con poca fanfarria. Pero mientras el país se prepara para una segunda vuelta –en la que los votantes elegirán entre el reformista Masoud Pezeshkian y el radical antioccidental Saeed Jalili–, el mundo debería estar prestando atención. En un momento de profundas tensiones y alianzas cambiantes, los resultados repercutirán en toda la región y más allá.
El telón de fondo de las elecciones es, cuanto menos, confuso. La muerte del último presidente de Irán, el intransigente Ebrahim Raisi, en un accidente de helicóptero en mayo, junto con la falta de un sucesor obvio, exacerbó profundas fisuras internas en un país ya sacudido por protestas populares. Cediendo a la intensa presión pública, el Consejo de Guardianes de Irán permitió que un moderado, Pezeshkian, se postulara, pero el líder supremo, el ayatola Ali Khamenei, ha tratado de socavar su candidatura, y el gobierno de Irán todavía está dominado por personas de línea dura. Ya sea por ira, apatía o resignación, la mayoría de los iraníes boicotearon la primera ronda.
El panorama regional es igualmente confuso. La política exterior de Irán está determinada por impulsos contradictorios. Por un lado, los líderes de Irán desean una apariencia de estabilidad regional, tanto para facilitar la transición política como para ayudar al país a hacer frente a las devastadoras sanciones occidentales. Por otro lado, Irán sigue comprometido con el llamado Eje de Resistencia, una red flexible de actores oportunistas –incluidos Hezbolá en el Líbano, los hutíes en Yemen y Hamás en Gaza– dedicados a eliminar a Israel, expulsar a Estados Unidos del Medio Oriente y alterar el orden mundial liderado por Estados Unidos.
Esta tensión fue evidente en la cuidadosa danza que Irán, Hezbollah e Israel realizaron durante meses después del lanzamiento de la invasión israelí de Gaza. Pero el anuncio del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, el mes pasado de que planea reducir las operaciones en Gaza y redesplegar tropas hacia la frontera libanesa ha inclinado la balanza hacia el conflicto, como lo demuestra el aumento de los ataques con cohetes contra Israel.
Oriente Medio nunca ha sido un modelo de estabilidad. Pero hasta hace poco parecía estar avanzando hacia un status quo algo más estable. En virtud de los Acuerdos de Abraham liderados por Estados Unidos, introducidos en 2020, Israel normalizó los lazos con algunos estados árabes, incluidos los Emiratos Árabes Unidos y Baréin. Esto ayudó a convencer a Estados Unidos de que podía permitirse el lujo de desviar su atención de Oriente Medio hacia otras prioridades de política exterior, especialmente la contención de China y luego, desde 2022, el apoyo a la defensa de Ucrania contra la invasión a gran escala de Rusia. Pero la guerra de Israel contra Hamás trastocó el incipiente nuevo status quo, alimentando enfrentamientos en toda la región.
El año pasado, Irán también restableció relaciones diplomáticas con varios estados árabes, comenzando con Arabia Saudita. Esta distensión, sin embargo, fue mediada por China, que ha mantenido fuertes vínculos con Irán desde entonces. Las ventas de petróleo de Irán a China generan ahora 150 millones de dólares por día para la República Islámica.
Irán mantiene vínculos igualmente estrechos con Rusia, que comparte su objetivo de contrarrestar el dominio global occidental. Más allá de apoyar abiertamente a Rusia en su guerra contra Ucrania, Irán está ayudando a Rusia a evadir las sanciones occidentales, especialmente en transacciones financieras y de hidrocarburos. Tras la muerte de Raisi, el presidente ruso Vladimir Putin declaró, en una carta de condolencia a Jamenei, que “recordaría para siempre” a Raisi como “la persona más maravillosa”.
Mientras tanto, Irán ha estado aprovechando la preocupación de la comunidad internacional por Ucrania, Gaza y los dramas electorales en Europa y Estados Unidos para avanzar en su programa nuclear. Aunque, por ahora, no parece estar desarrollando armas nucleares, ya ha adquirido muchas de las capacidades que necesita para hacerlo y el riesgo de proliferación es grave. Si el Eje de Resistencia ha permitido a Irán proyectar poder con cierta impunidad, las armas nucleares le permitirían plantear una amenaza creíble al orden mundial existente.
Las próximas elecciones presidenciales podrían ayudar a mitigar este riesgo... hasta cierto punto. Pezeshkian ha abogado por una política exterior más equilibrada y un resurgimiento de la diplomacia nuclear. Esta postura le ha valido el apoyo del exministro de Relaciones Exteriores Mohammad Javad Zarif, quien dirigió las negociaciones para el ahora desaparecido Plan de Acción Integral Conjunto de 2015, que impuso límites significativos al programa nuclear de Irán.
Pero es probable que ni siquiera Pezeshkian asuma el riesgo político de buscar cualquier tipo de acercamiento con Estados Unidos, especialmente dada la perspectiva cada vez más destacada de que Donald Trump, que abandonó el acuerdo nuclear con Irán en 2018, regrese pronto a la Casa Blanca. Las posibilidades de que el próximo presidente de Irán intente forjar un nuevo acuerdo nuclear con la comunidad internacional son prácticamente inexistentes.
Por ahora, Irán podría decidir seguir siendo un Estado con umbral nuclear permanente, amenazando con armarse ante cualquier provocación. Pero pronto podría decidir cumplir esa amenaza.
También está aumentando el riesgo de una guerra más amplia en Oriente Medio (provocada, por ejemplo, por Israel). Al intentar sortear estas dinámicas riesgosas, Occidente debe adoptar un pensamiento nuevo y creativo, en lugar de apegarse a las mismas viejas estrategias. El tiempo está del lado de los mulás.
Una victoria de Pezeshkian podría no significar el fin del Eje de Resistencia o sus esfuerzos por derrocar el orden mundial liderado por Occidente, sobre todo porque la capacidad del presidente para dar forma a la política exterior de Irán es limitada. Pero podría proporcionar una oportunidad para erosionar la cohesión del grupo. El problema es que aprovechar esa apertura requerirá un enfoque coherente, que Occidente no está en condiciones de idear en este momento.
La autora
Ana Palacio, exministra de Asuntos Exteriores de España y exvicepresidenta sénior y asesora general del Grupo del Banco Mundial, es profesora invitada en la Universidad de Georgetown.
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