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Opinión

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La corrupción y el sistema

Nada más pensar que la cadena se rompa, sería la debacle para la familia política, el partido y para muchos empresarios, proveedores y contratistas.

Es comúnmente aceptado entre la comunidad científica y en algunas otras profesiones, que entender el problema representa más de tres cuartas partes de la solución del mismo. En este espacio hemos dedicado espacio para enfocar el problema de la corrupción, desde el punto de vista de los incentivos que tienen las personas que la practican y que éstos son tan amplios, que este mal se ha extendido a prácticamente todas las esferas del actuar político, de la administración pública y privada, y hasta en algunas esferas del trato entre particulares, que rebasan incluso la imaginación más fértil y audaz. El otro aspecto que destaca es la impunidad con la que se manejan quienes son señalados como corruptos y la tranquilidad con la que siguen apareciendo en los círculos sociales y el manejo que varios siguen presumiendo de los gobiernos que ellos heredaron a sus cuates.

Una de las hipótesis que no hemos explorado es la vinculada con la relación existente entre el sistema político que presumimos, muy democrático, eso sí, o al menos nos conformamos con presumir que lo es, y la corrupción que éste genera e incentiva. Simplemente, para entender esta hipótesis, imaginemos cuantos precandidatos hay en un momento determinado para un solo puesto y multipliquemos esta cifra por el número de partidos que contienden por determinado puesto. A los partidos les interesa, por lo menos, mantener el negocio que representa y por lo menos alcanzar cierto porcentaje de la votación, porque eso significa varios millones en forma de prerrogativas. A otros, los más fuertes, les interesa mantener ocupada la plaza, porque eso significa mayor atención de sus partidos para la elección presidencial. Para todas estas candidaturas hay un presupuesto para campañas políticas y actividades proselitistas y si a eso sumamos lo que se gastan los precandidatos en amarrar su candidatura, podemos imaginar la cantidad de recursos que necesita cada contendiente. ¿De dónde salen esos recursos?

Una parte de ellos, la menor, sale de las prerrogativas, pero todo lo demás se obtiene mediante la venta a futuro de favores, puestos y otro tipo de cosas, imaginables o no. Muchos de los funcionarios a punto de salir, incluso, ofrecen su apoyo al precandidato de su preferencia, a cambio de protección para algunas maniobras que podrán hacer sin problema en el año de Hidalgo, como lo llama la gente común. Nada de poner peros a las actas de entrega-recepción o a los libros blancos, ni exceso de preguntas sobre propiedades y empresas. Nada más pensar que esta cadena se rompa y las consecuencias de ello para la dinastía actual y para algunos antecesores y futuros funcionarios, sería la debacle para la familia política, para el partido y para muchos empresarios, proveedores y contratistas del gobierno, que amablemente aportan su óvolo para que la campaña de su candidato sea exitosa y puedan seguir con su negocio viento en popa, mostrando al mundo lo buenos empresarios que son. Este es el verdadero problema!

Los partidos y los mismos legisladores que diseñaron este entuerto de sistema político que tenemos son quienes tienen en su mano la solución, pensando y diseñando los cambios que hay que hacerle al sistema para prevenir estas irregularidades, aunque si ya vimos las protestas de un sindicato al que le quitaron sus jugosas rentas debido a una reforma, ¿se atreverán los legisladores a cambiar?

mrodarte@eleconomista.com.mx

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