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Opinión

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El Buen Fin y la pobreza

Podría empezarse por una canasta básica, a cuyos productos se les aplicarían reducciones de precios, para posteriormente ampliarla.

Finalmente llegó el evento esperado por el comercio, en el que supuestamente los precios se reducen significativamente y se dan enormes facilidades de pago para que las familias adquieran algún producto para su hogar, o para su uso personal. Todavía no se dan cifras del monto de lo vendido, ya que para evitar que alguien madrugue e inicie una guerra de cifras, será ahora un organismo empresarial el encargado de estimar las ventas y anunciar su monto. Para como están las cosas, es muy probable que la cifra de ventas no sea muy cuantiosa y posiblemente no exceda el valor alcanzado el año previo, cuando muchos hogares echaron la casa por la ventana y se endeudaron en serio para adquirir algo en oferta. Tal fue la erogación realizada en ese entonces que durante varios meses las ventas regulares en las tiendas no crecieron y en algunos sitios incluso bajaron. Los salarios, por su parte, siguen a la espera de la buena voluntad de los legisladores, para que se les otorgue una revisión a la alza, aunque no existe consenso sobre el monto, la forma como se haría y los destinatarios. Ya alguien comentó que otorgar un porcentaje de incremento tendría efectos indeseables sobre la inflación y que no necesariamente se beneficiarían todos los trabajadores. Coincidimos en el punto.

Dados los datos disponibles y la experiencia histórica, la única forma de reducir la pobreza de manera permanente es fomentando un mayor crecimiento que estimule los salarios a la alza y se generen más empleos, ya que por su lado, el gasto creciente en programas de desarrollo social no ha tenido un impacto significativo y en cambio, la burocracia acumulada alrededor de dichos programas aumenta todos los años, en todos los niveles de gobierno. Para colmo, muchos estados aplican sus propios programas, lo que hace pensar que así como existen rentistas que viven del exceso de trámites, debe haber una clase que subsiste duplicando o triplicando los recursos que recibe a través de varios programas.

No es posible detener el tiempo, como para poder hacer una evaluación exhaustiva de los muchos programas de gasto, que en opinión de algunos no contribuyen en nada al crecimiento y, por supuesto, no generan empleo ni promueven mejoras salariales. Aun así el gobierno haría muy bien pidiendo a grupos de expertos una evaluación de programas, como los que hace Coneval periódicamente y que están publicados en las páginas de Internet de las dependencias encargadas de los mismos. La sorpresa podría resultar mayúscula, pero serviría para que, de una vez por todas, se detuviera el gasto ineficiente e improductivo, para fomentar aquellas actividades que sí promueven bienestar en la población.

De darse los aumentos salariales que se están proponiendo, los aumentos de precios de muchos productos terminarían por erosionar la ganancia de poder adquisitivo y en muy poco tiempo volveríamos a estar igual, o posiblemente peor que antes de elevar los salarios. Una acción alternativa sería pedir a las empresas que diseñaran y aplicaran programas de recorte de costos y redujeran sus precios, de esta forma habría una ganancia en términos de poder adquisitivo, que es todavía mejor que un aumento de los salarios. De manera experimental, podría empezarse por una canasta básica, a cuyos productos se les aplicarían reducciones de precios, para posteriormente ampliar esa canasta. Para lograr un mayor impacto con esta medida, las reducciones de precios deberían ser permanentes y no sólo, como en el Buen Fin, bajarlos el fin de semana.

mrodarte@eleconomista.com.mx

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