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Tlatelolco; crónica a medio siglo del 68

Relato de cómo todas las facciones de la sociedad civil se reunieron en la Plaza de las Tres Culturas para conmemorar cinco décadas de la matanza de 1968

La Plaza de las Tres Culturas comenzó a ocuparse desde muy temprano. El sol apenas se asomaba por detrás del edificio Chihuahua. El personal del Gobierno de la Ciudad de México terminaba de instalar las vallas frente al Memorial del 68 que más tarde fue visitado por el Presidente electo, Andrés Manuel López Obrador; la jefa de Gobierno electa, Claudia Sheinbaum, y algunos miembros de ambos gabinetes, además de intelectuales, líderes del Movimiento Estudiantil de 1968 y los familiares de otros activistas que fueron desaparecidos o asesinados un día como ese, exactamente 50 años atrás.

Del otro lado de las vallas, una cuenta difícil de calcular de fotógrafos y camarógrafos se acomodaban lo más compactos posible para tener todo el mejor ángulo. Eran demasiados. Los únicos integrantes cuantificables de esa mancha inquieta eran esos que levantaban las cámaras la mano para asegurarse, incluso en lo alto, de un espacio libre para accionar capturar la ceremonia. “No den un paso más adelante”, dijo una voz de entre el tumulto, tratando de conservar el orden.

El Presidente electo arribó a la unidad habitacional Tlatelolco a bordo de su habitual automóvil blanco y, detrás de él, un séquito de vehículos de las que descendieron Marcelo Ebrard, Javier Jiménez Espriú y Olga Sánchez Cordero. Además de la conmemoración del 50 aniversario del trágico acontecimiento, el valor de dicho protocolo se enriquecía toda vez que se trata del primer año que las autoridades gubernamentales reconocieron oficialmente que se trató de un crimen de Estado.

La ceremonia comenzó puntual. Los funcionarios se ubicaron frente a un costado del memorial. No hubo templete. Algunos de ellos acomodaron arreglos florales entre las coronas y los cientos de veladoras que lo rodeaban. El Presidente electo se acercó al memorial, muy cerca de una mujer que sostenía una enorme cruz blanca que tenía escritas consignas como: “Ni perdón ni olvido” y “Luto nacional”.

Fue breve en su discurso. Abogó “por un México sin justicia y sin autoritarismo”, confirmó que durante su gestión se honrará a las vidas perdidas 50 años atrás, a sus familias y a los sobrevivientes, y anunció que durante su gestión no habrá uso de la fuerza pública en contra de la sociedad.

De inmediato dio pase al escritor Paco Ignacio Taibo II, quien reconoció que la generación del 68 cambió su vida. “Me marcó de tal manera que, después del 68 decidí que la lucha es eterna (…). Cuatrocientos mil estudiantes movilizados para abrir la puerta de un país con libertades democráticas y los que hoy estamos aquí somos orgullosos herederos del Movimiento del 68”, declaró. De inmediato, un hombre detrás del tumulto gritó: “¡Ni perdón ni olvido, castigo a los asesinos!”, y fue secundado por quienes lo rodeaban.

Mientras la comitiva montaba la guardia de honor, una mujer vestida de blanco sostenía un incensario que aromatizó de copal gran parte de la plaza. Detrás de ella, un grupo de danzantes prehispánicos ataviados con altos penachos preparaba su turno para rendir tributo frente al memorial.

De esa multitud se comenzó a escuchar, cada vez con mayor claridad, una cuenta que llegó al número 43. Más allá se guardaba un minuto de silencio mientras los familiares de los honrados enarbolaban el signo de amor y paz a la vez que mantenían la mirada baja.

Del otro lado de la explanada, casi frente al Chihuahua, a la par de que la prensa se arremolinaba para conseguir una declaración del mandatario electo, un grupo de alumnos de la Universidad Autónoma de Querétaro se tomaba una fotografía con Taibo II. Su maestro se acercó al intelectual y le dijo casi a través de los dientes sonrientes: “ellos lo valoran mucho porque yo lo uso como ejemplo” y también se unió a la fotografía.

Junto a ellos, un ejército de alumnos de la Facultad de Diseño de la UNAM vino desde el Jardín Santiago para incorporarse a las actividades. Traían consigo planas de papel y lienzo de todos los tamaños con dibujos y consignas. “Nos siguen matando”, “No conmemoramos nada, tenemos mucho que protestar”, “La memoria es más fuerte que el olvido”, decían sus textos.

En ese momento, el cantante Rolando Ortega, mejor conocido como Roco (Maldita Vecindad), tomaba el micrófono para desear “que haya olor a copal y no olor a pólvora; que haya risas y no llanto en esta plaza”.

Al pie de ese escenario, como si el espacio estuviera ausente de todo ese estrépito, cuatro personas entonaban algunos mantras inmersas en su meditación, sentadas sobre el suelo de la explanada. Ni siquiera les alteraba el grupo más numeroso de un costado que cantaba: “Lucerito que alumbras el día / Dile al mundo que aún vive Anáhuac / Dile al mundo que el señor Cuitláhuac / Aún defiende a su patria amada”.

Con ese trasfondo, miembros de todas las instituciones académicas: alumnos, maestros y administrativos, así como cientos de civiles, se fueron reuniendo en la explanada. Algunos ya se organizaban en las calles aledañas a la plaza: la calle Ricardo Flores Magón y el Eje Central, que una vez fueron rodeados por las tanquetas del Ejército mexicano, para preparar la marcha con rumbo a la Plaza de la Constitución, donde en punto de  las 18:10 horas, con la solemnidad de un minuto de silencio y el estruendo de los cientos de voces, se rindió tributo a todos aquellos que perdieron la vida en ese lugar, en ese fatídico 2 de octubre de 1968.

ricardo.quiroga@eleconomista.mx    

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