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Arte e Ideas

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Su manera de vivir

Mario Vargas Llosa será, desde ayer y para siempre, Vargasllosaganadordel premionobel (así casi de corrido). Pero ya era hora, de verdad.

Ya era hora, dijeron muchos. Hablaban de lo del premio, por supuesto. El más grande de todos. El que se entrega más lejos, en las tierras más frías y, además de dinero –mucho-, otorga al ganador un prestigio irrompible, una definición que pasará a la eternidad, una seguridad absoluta de aparecer en artículos, diccionarios, enciclopedias, hasta clases magistrales y hasta una suerte de cambio de apellido.

Mario Vargas Llosa será, desde ayer y para siempre, Vargasllosaganadordelpremionobel (así casi de corrido). Pero ya era hora, de verdad.

Nacido en la ciudad peruana de Arequipa, en 1936, Mario Vargas Llosa, desde el principio, tuvo casi todos los requisitos para ser un buen escritor. Una infancia infeliz, habría dicho Hemingway, pero en su caso otros: no conoció a su padre hasta los 10 años, sus padres habían estado separados desde su nacimiento, y un episodio de reencuentro del que pocos se reponen y afecta inexorablemente el destino.

Dicen los chismes literarios que, de niño, Vargas Llosa no quería cambiar los mimos de su madre por una férrea disciplina y que así encontró lo que él mismo suele considerar como segundo gran móvil de su existencia: el ansia de libertad; sin embargo, Onetti, dijo alguna vez de nuestro nuevo Premio Nobel que su relación con la literatura era como la de un matrimonio con costumbres y horarios establecidos, mientras que la de él, el propio Onetti, era la de un desordenado amasiato. Pero, aunque muchas de las biografías escritas sobre él antes del día de hoy aseguran que esta ansia de libertad y su espíritu rebelde y maltratado dieron origen a novelas como La ciudad y los perros, Conversación en la catedral y La casa verde, no existe mejor ni más fidedigna fuente que él mismo. Antier, en su discurso de aceptación del Premio Nobel, Vargas Llosa habló del principio de todo.

Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba . Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño, y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura.

Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía, pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras .

Después, habló de lo mejor de su vida: sus lecturas y escritores, su esposa, sus amores, su ideología siempre tan diferente, pero tan igual a sí misma, sus dos patrias y sus muchos viajes.

Y no dejó de decir -para envidia y alivio de todos- que siempre, en cualquier lugar había hallado una querencia donde podía vivir en paz.

La buena literatura, dijo en un momento culminante de su discurso, tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan .

Todo para él era como eso. Y todo se reduce a lo esencial: para él –y lo dice con razón- escribir es una manera de vivir. Y nada más por eso ya era hora de que le dieran un gran premio.

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