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Otros niños, otros cuentos
Alejandro Dumas se preguntó: ¿Cómo es que, siendo tan inteligentes los niños, son tan estúpidos la mayor parte de los hombres?
Un día, seguramente durante una breve pausa entre novelas, Alejandro Dumas se preguntó: ¿Cómo es que, siendo tan inteligentes los niños, son tan estúpidos la mayor parte de los hombres? Y aun siendo tan crítico no halló respuesta alguna.
Pitágoras, de mente mucho más ordenada -por aquello de las matemáticas-, tenía las cosas más claras: si educas a los niños no será necesario castigar a los adultos. Pronto se supo que infancia es destino, que las costumbres se heredan, que una niñez infeliz es requisito de los buenos escritores, como decía Hemingway, pero también condición de una vida miserable. Y es así como toda clase de teorías sobre la educación y el bienestar de los niños, desde las de María Montessori hasta las del padre Ripalda, se han sucedido sin cesar.
Los acuerdos son pocos. Los libros, uno de los elementos que se salvan.
Está comprobado: la lectura es a la mente lo que el ejercicio al cuerpo, la única actividad proveedora de argumentos, combate la estupidez, es herramienta para la conversación ágil, el lenguaje correcto y la escritura precisa, añade conocimiento y provoca mucho contento. Podríamos pues, llegar a una esperanzada conclusión: los niños que leen son niños felices. No se olvide. Leer por gusto es algo que se contagia y el ejemplo cunde. Mientras los niños miren a más adultos entusiastas sumergidos en un libro mayor serán los que padezcan la incurable enfermedad de la lectura.
Pero tómelo con calma. Si tanto usted como sus niños circundantes ya superaron los cuentos de los hermanos Grimm, Andersen y Winnie Pooh, no pretenden volver a ninguna fábula de animalitos mal portados, pruebe otros libros. Para empezar, no se olvide, por favor de El Principito. Septuagenario como es, este libro todavía puede enseñarle cosas. Bien dice Saint Exupery, que con los adultos hay que tener mucha tolerancia y lo esencial es invisible para los ojos.
Después, todo fuera como eso, pase a clásicos modernos, esta vez en idioma español. Por ejemplo Discurso del oso de Julio Cortázar. Una joya, una sorpresa para niños que empieza con una confesión: Soy el oso de las cañerías de la casa, subo por los caños en las horas de silencio, los tubos de agua caliente, de la calefacción, del aire fresco, voy por los tubos de departamento en departamento y soy el oso que va por las cañerías. Creo que me estiman porque mi pelo mantiene limpios los conductos, incesantemente corro por los tubos y nada me gusta más que pasar de piso en piso resbalando por los caños.
O consiga los Ripios y adivinanzas del mar de Fernando del Paso. Si después de leer sus versos (¡Ay, pero qué pena! / sobrándole tanto al agua,/ el mar se lava la cara/ con pura arena) o resolver tres adivinanzas antes que sus infantiles oyentes (¿cuál es el mar que se deshoja?) no quiere el libro para usted, sepa que estará condenado a regalarlo y leerlo en voz alta para siempre (todas las noches de un mes).
Para finalizar, un libro que todo niño debe tener: La peor señora del mundo de Francisco Hinojosa, donde esta horrible villana (gorda como un hipopótamo, de uñas largas y colmillos puntiagudos, que les pega a sus hijos así se porten bien o mal) recibe justiciero castigo mientras que los lectores -niños y adultos- gozan brutalmente de la fantasía de pensar que el que la hace la paga (y que a lo mejor tal cosa no es un cuento).
ckuhne@eleconomista.mx