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La peor de todas
Lo único claro que hay que decir sobre Sor Juana es que su vocación para escribir y su terquedad para adquirir sabiduría no menguaron con el tiempo ni ante ninguna circunstancia.
Aristóteles y hasta la misma Sor Juana me censurarían por mi desorden en el discurso. Porque antes de hablar del tema de este texto voy a decir lo que no voy a decir. Nada de Academia ni de revelarles un detalle filológico de la escritura de la Décima Musa y mucho menos (por favor ya no, ya no otra vez) encasquetarle a Sor Juana lo de la mujer adelantada a su tiempo que hasta hoy es paradigma de la aguerrida figura femenina y bandera única de todas las aspiraciones, en términos modernos, de la equidad de género. Eso no. Mejor otra memoria para su cumpleaños.
Recuerdo alguna vez, cuando mi abuela -Catalina Sierra- invitada a una reunión de sorjuanistas comenzó a hartarse de escuchar el mismo discurso con todas sus variaciones. Entre la exaltación al sexo femenino y las mismas preguntas sobre la orientación sexual de la poetisa, la tarde se iba desmigajando. Al final, alguien le solicitó su opinión. Ella se levantó y dirigiendo su acerada mirada a la tribuna solamente dijo: ¿Qué? ¿Ustedes no sabían que en realidad Sor Juana era hombre? Y quedó zanjada la cuestión.
Evidentemente, mi abuela no tenía razón ni pruebas para demostrar nada pero de manera tajante y metafórica quiso decir que lo importante de la Décima Musa, como de todo creador, no era lo de afuera sino lo que viene de lo más profundo del alma o lo más elevado de la celeste esfera. Ya lo había dicho Aristóteles: la finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no copiar de su apariencia.
Muchos libros se han publicado y otros tantos estudiosos ha tenido la vida de Sor Juana: Octavio Paz, Amado Nervo y Antonio Alatorre en la época moderna, pero también Diego Calleja, uno de sus primeros biógrafos, contemporáneo de la Décima Musa. Su libro comienza así: Cuarenta y cuatro años, cinco meses, cinco días y cinco horas ilustró su duración al tiempo la vida de esta rara mujer, que nació en el mundo a justificar a la naturaleza las vanidades de prodigiosa .
La leyenda mítica de la monja jerónima en su versión impresa comienza en ese mismo momento. Fue la propia Juana la que le contó a Calleja, a través de una profusa relación epistolar, los datos que el jesuita necesitaba saber.
Pero nosotros ahora sabemos tengo a Antonio Alatorre de testigo -que Sor Juana se quitó tres años, que en realidad nació el 12 de noviembre de 1648 (y no en 1651) en un día que, por cierto, no fue viernes sino jueves (pero a las 11 de la noche o sea, ya casi viernes) y, como murió el 17 de abril de 1695 a las cuatro de la mañana, resulta que vivió 46 años, cinco meses, cuatro días y cinco horas. Lo anterior sólo para constatar que en cuanto a Sor Juana todo puede resultar polémico y que en realidad, como a toda mujer, no le hacía ninguna gracia cumplir años.
Calleja, en un tono encantador, describe también el pueblo de San Miguel Nepantla, lugar del nacimiento de Sor Juana. Aprovecha para elogiarla y atribuirle una vocación que entrelaza la casualidad con el destino pues desde el principio, parece estar convencido que la vida de la jerónima era un ininterrumpido ascenso hacia la santidad.
Calleja escribe: Tiene su asiento a la falda de dos montes una bien capaz Alquería, muy conocida con el título de San Miguel Nepantla que, confinante a los excesos de calores y fríos a fuerza de primavera, hubo de ser patria de esta Maravilla. Nació en un aposento que dentro de la misma Alquería llaman la Celda, casualidad que con el primer aliento la enamoró de la vida monástica y le enseñó que eso era vivir: respirar aires de clausura .
Ahí empezó también la retahíla de opiniones y versiones sobre lo que en realidad era Juana de Asbaje. Calleja no dice nada de sus padres. No menciona que era como se decía entonces hija de la Iglesia por no decir bastarda, tampoco habla de su infancia ni de su decisión de no dedicarse a nada más que a aprender. Octavio Paz, el mejor de sus opinadores, sí que lo supo. En Las trampas de la fe escribe: El mundo de los libros es un mundo de elegidos en el que los obstáculos materiales y las contingencias cotidianas se adelgazan hasta evaporarse casi del todo. La verdadera realidad son las ideas y las palabras que las significan: la realidad es el lenguaje. Y Juana Inés habitó la casa del lenguaje.
Todo fuera como eso. Quizá lo único claro que hay que decir sobre Sor Juana es que su vocación para escribir y su terquedad para adquirir sabiduría no menguaron con el tiempo ni ante ninguna circunstancia adversa. Ni críticas o elogios le importaron o le hicieron cejar de sus intentos. Sor Juana no lo dijo pero lo escribió: En perseguirme, mundo ¿qué interesas? / ¿en qué te ofendo, cuando solo intento / poner bellezas en mi entendimiento / y no mi entendimiento en las bellezas?